EL CISMA DE OCCIDENTE
Afinales del siglo XIV, entre 1378 y 1417, la Iglesia se partió en dos. Los antecedentes venían de principios de siglo, cuando Felipe IV el Hermoso, rey de Francia, en su pugna con la Iglesia por querer ser él quien eligiese al alto clero de su país, apresó al papa Bonifacio VIII. Muerto este poco después, el rey impuso un papa francés, Clemente V, que trasladó la Santa Sede de Roma a Aviñón, bajo la órbita del reino de Francia. A finales de siglo, el papa Gregorio XI, aunque francés, decidió regresar a Roma, pero murió y, en el Cónclave de 1378, la facción italiana hizo papa a Urbano VI. Los cardenales extranjeros, con los franceses a la cabeza y un tal Pedro de Luna en sus filas, declararon nula la designación y nombraron sumo pontífice a un primo del rey de Francia, Clemente VII, que se estableció en Aviñón de nuevo. Ahora, pues, había dos papas. Comenzaba así el Cisma de Occidente, una situación que dividiría a la cristiandad durante casi cuarenta años. A la muerte de Clemente VII, el Cónclave de Aviñón eligió a Luna papa en 1394: sería Benedicto XIII. Roma también tuvo nuevo papa, Gregorio XII, en 1406. Ninguno de los dos se presentó al Concilio de Pisa, en el que se invistió a Alejandro V, y se negaron a renunciar. Así, se pasó de dos a tres papas simultáneos. Juan XXIII, que reemplazaría a Alejandro V, convocó un sínodo en Constanza, Alemania, que zanjó las cuatro décadas de división. Juan XXIII fue deslegitimado; Gregorio XII renunció a través de un representante; Benedicto XIII —que se negó a abdicar— fue desautorizado y excomulgado (se retiró al Castillo de Peñíscola, en Castellón); y se nombró un papa para la cristiandad reunificada, Martín V. El Cisma de Occidente había concluido.