Muy Historia

HISTORIA DE LAS MEDIDAS DEL TIEMPO

Un viaje desde las tierras del Nilo, allá por el 4000 a. C., hasta el Sistema Internacio­nal de hoy definido por el estado de un determinad­o isótopo de cesio.

- POR MANUEL MONTERO

La vida cotidiana queda regulada por las medidas del tiempo. Plenamente interioriz­adas, rigen nuestra percepción histórica y social. Años, meses y semanas se gestaron en Egipto, hace unos 60 siglos, en los que se han sucedido superando fronteras físicas, políticas y culturales. Nacieron a partir de la observació­n del cielo y de los astros. Cuando se percibió que aproximada­mente cada 28 días la Luna repite un ciclo, surgió el mes. Las fases lunares (nueva, creciente, llena y menguante) llevaron a dividirlo en semanas. Allí apareció también el año solar, imprescind­ible para la agricultur­a y para prever las crecidas del Nilo. En Egipto o Babilonia nació el concepto de hora. Dividieron la noche en 12 partes, según aparecían otras tantas estrellas. Al trasladarl­as al periodo diurno se fijó el día de 24 horas.

ROMANOS Y GRIEGOS

La división de la hora en 60 minutos y los segundos procede de los babilonios, que usaban un sistema sexagesima­l. Hasta que los relojes mecanizaro­n la medición del tiempo, la división del día en 24 horas iguales que realizó Hiparco en el siglo a. C. era II teórica; al medirse por la marcha del sol, variaba la duración de las horas con las estaciones. Los romanos, que crearon el* calendario que nos ha llegado, recogieron los conceptos egipcios del tiempo. Julio César adoptó el año de 365 días, añadiendo un día cada cuatro, los bisiestos, para compensar el desajuste. Con Roma apareció también la composició­n de los meses por días, tal y como los conocemos. Los griegos databan las fechas según las olimpiadas. Por ejemplo, para designar el año en que Pericles tomó el poder decían: segundo año de la olimpiada. Los romanos, a partir de la fundación de la ciudad de Roma, en el año 754 a. C. La referencia del nacimiento de Cristo, datación hoy universal, arrancó de los cálculos del monje Dionisio el Exiguo, a instancias del papa San Juan I, en el siglo VI. En Europa no se generalizó la era cristiana hasta el siglo XI. En España se adoptó hacia el —antes XIV se usó la era hispánica o era de Augusto—. En el comenzó XVIII a utilizarse el arranque de la era cristiana para contabiliz­ar, en negativo, periodos anteriores.

UNA MEDICIÓN UNIVERSAL

El calendario juliano no corregía bien los desajustes producidos en el cómputo del año, 11 minutos anuales. En 1582 acumulaba un desfase de 10 días. Ese año se instauró el calendario gregoriano, promovido por el papa Gregorio XIII: saltó diez días y estableció que no serían bisiestos los años finales de cada siglo, salvo los múltiplos de 400 (2000, 2400…). Lo adoptaron con rapidez los países católicos y de forma remisa los protestant­es, mientras los ortodoxos mantuviero­n hasta la Revolución rusa el calendario juliano, que usan aún para fijar las festividad­es religiosas. Al ingeniero canadiense Fleming se debe el concepto de «horario universal», con 24 husos a partir del meridiano de Greenwich. Su propuesta, de 1879, anticipaba la necesidad de un único horario, en un mundo global con comunicaci­ones inmediatas. Hoy el sistema internacio­nal define el tiempo según el estado de un determinad­o isótopo de cesio. Sin embargo, las percepcion­es sociales del año, día, mes, semana y hora se fijan a partir de criterios que se tenían en cuenta ya en la antigüedad. En esto la cultura presenta una continuida­d de milenios.

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