HISTORIA DE LAS MEDIDAS DEL TIEMPO
Un viaje desde las tierras del Nilo, allá por el 4000 a. C., hasta el Sistema Internacional de hoy definido por el estado de un determinado isótopo de cesio.
La vida cotidiana queda regulada por las medidas del tiempo. Plenamente interiorizadas, rigen nuestra percepción histórica y social. Años, meses y semanas se gestaron en Egipto, hace unos 60 siglos, en los que se han sucedido superando fronteras físicas, políticas y culturales. Nacieron a partir de la observación del cielo y de los astros. Cuando se percibió que aproximadamente cada 28 días la Luna repite un ciclo, surgió el mes. Las fases lunares (nueva, creciente, llena y menguante) llevaron a dividirlo en semanas. Allí apareció también el año solar, imprescindible para la agricultura y para prever las crecidas del Nilo. En Egipto o Babilonia nació el concepto de hora. Dividieron la noche en 12 partes, según aparecían otras tantas estrellas. Al trasladarlas al periodo diurno se fijó el día de 24 horas.
ROMANOS Y GRIEGOS
La división de la hora en 60 minutos y los segundos procede de los babilonios, que usaban un sistema sexagesimal. Hasta que los relojes mecanizaron la medición del tiempo, la división del día en 24 horas iguales que realizó Hiparco en el siglo a. C. era II teórica; al medirse por la marcha del sol, variaba la duración de las horas con las estaciones. Los romanos, que crearon el* calendario que nos ha llegado, recogieron los conceptos egipcios del tiempo. Julio César adoptó el año de 365 días, añadiendo un día cada cuatro, los bisiestos, para compensar el desajuste. Con Roma apareció también la composición de los meses por días, tal y como los conocemos. Los griegos databan las fechas según las olimpiadas. Por ejemplo, para designar el año en que Pericles tomó el poder decían: segundo año de la olimpiada. Los romanos, a partir de la fundación de la ciudad de Roma, en el año 754 a. C. La referencia del nacimiento de Cristo, datación hoy universal, arrancó de los cálculos del monje Dionisio el Exiguo, a instancias del papa San Juan I, en el siglo VI. En Europa no se generalizó la era cristiana hasta el siglo XI. En España se adoptó hacia el —antes XIV se usó la era hispánica o era de Augusto—. En el comenzó XVIII a utilizarse el arranque de la era cristiana para contabilizar, en negativo, periodos anteriores.
UNA MEDICIÓN UNIVERSAL
El calendario juliano no corregía bien los desajustes producidos en el cómputo del año, 11 minutos anuales. En 1582 acumulaba un desfase de 10 días. Ese año se instauró el calendario gregoriano, promovido por el papa Gregorio XIII: saltó diez días y estableció que no serían bisiestos los años finales de cada siglo, salvo los múltiplos de 400 (2000, 2400…). Lo adoptaron con rapidez los países católicos y de forma remisa los protestantes, mientras los ortodoxos mantuvieron hasta la Revolución rusa el calendario juliano, que usan aún para fijar las festividades religiosas. Al ingeniero canadiense Fleming se debe el concepto de «horario universal», con 24 husos a partir del meridiano de Greenwich. Su propuesta, de 1879, anticipaba la necesidad de un único horario, en un mundo global con comunicaciones inmediatas. Hoy el sistema internacional define el tiempo según el estado de un determinado isótopo de cesio. Sin embargo, las percepciones sociales del año, día, mes, semana y hora se fijan a partir de criterios que se tenían en cuenta ya en la antigüedad. En esto la cultura presenta una continuidad de milenios.