Ciencia de pobres
uando una de las primeras medidas de un Gobierno es quitar rango ministerial a la cultura y a la ciencia y rebajarle a esta todavía más sus presupuestos se da uno cuenta melancólicamente de que el exabrupto unamuniano continúa vigente al cabo de más de un siglo: “¡Que inventen ellos!” . Habíamos progresado algo en la primera legislatura de Rodríguez Zapatero. En la segunda, cuando llegaron las vacas flacas, no disminuyó el número de cargos políticos ni se redujeron los presupuestos para las variadas televisiones oficiales, que tienen la noble misión de adoctrinar o embrutecer a la ciudadanía, pero la tijera actuó sin misericordia sobre las inversiones públicas en investigación científica. Al mismo tiempo, eso sí, se promulgaban enfáticas leyes sobre economía sostenible y daban discursos sobre la sociedad del conocimiento, con la misma frivolidad y aproximadamente el mismo resultado práctico con que un poco antes se había divagado sobre la memoria histórica.
CContra lo que a veces tendemos tontamente a pensar, que una situación sea mala no quiere decir que no pueda empeorar. Estábamos a la cola del mundo civilizado, pero gracias al nuevo Gobierno hemos dado algunos pasos más atrás, hasta el punto de que ya es noticia que un donante privado aporte 7.000 euros para que no se cierre un proyecto de investigación en Sanidad. Y justo cuando esta penuria de nuestra comunidad científica se vuelve más desoladora, leemos noticias y asistimos a juicios en los que marean las cifras del dinero robado o despilfarrado por
Muy una casta política sin control y sus empresarios secuaces –y escribo la palabra empresarios no sin escrúpulos, porque los hay muy dignos y muy esforzados que contribuyen a crear la riqueza en vez de a robarla–. El escándalo de lo sucedido a lo largo de estos años en nuestro país no es solo el de las cosas insensatas que se han hecho, los aeropuertos sin tráfico aéreo, los trenes de alta velocidad sin viajeros, los palacios de congresos gigantescos y vacíos, los centros culturales delirantes, los tranvías que no recorren ni un kilómetro. El escándalo verdadero es pensar en todas las cosas que no se han hecho, en la inmensidad de las oportunidades perdidas. Habría que hacer las cuentas y averiguar cuántos laboratorios, cuántos puestos de investigación, cuántas becas internacionales de estudios podrían haberse sufragado, por ejemplo, con los ciento cincuenta millones de euros que ha costado este aeropuerto de Castellón del que nunca despegarán los aviones, cuántos científicos jóvenes que ahora andan por el mundo podrían haber regresado y trabajar aquí con una parte mínima de lo que nos cuesta al año la bochornosa televisión oficial madrileña, o esa televisión andaluza que dedica una parte considerable y carísima de sus esfuerzos a promover y reforzar los tópicos más lamentables sobre Andalucía. La mitad de los amigos que tengo en Nueva York son jóvenes científicos españoles. Me los encuentro en Estados Unidos y en cualquier ciudad de Europa a la que voy a dar una charla o a presentar un libro. Físicos, biólogos, astrofísicos, químicos, geólogos, gente puntera y entusias-
Una de las vergüenzas de nuestra democracia es que ahora mismo esté sucediendo otra diáspora de científicos
ta, que unas veces está muy a gusto donde está y otras quisiera volver a España y no puede: volver no por nostalgia, o no solo por nostalgia, sino por patriotismo generoso, por una conciencia de la insensatez de que el país que ha invertido tanto en su formación luego no les ofrezca un lugar en el que hacer útil su talento. En España prevalece el arcaico prejuicio clerical de que el saber es peligroso; el recelo absolutista contra la inteligencia; el desprecio del ignorante embrutecido por todo lo que no da un beneficio inmediato y visible. El que escribe, el que pinta, el que hace música o películas, no merecen ningún respeto en un país que si algo tiene es un patrimonio cultural formidable y un idioma universal, dos fuentes seguras de desarrollo económico si se supiera aprovecharlas. En 1939 no solo fueron al exilio literatos y políticos: también se marchó o quedó malograda una generación extraordinaria de científicos, y su ausencia hizo más grave el atraso del país. Es una de las vergüenzas de nuestra democracia que una nueva diáspora de científicos esté sucediendo ahora mismo.