Y en el principio fue Friedlander...
En esa interconexión de arte, ciencia y tecnología que supone el nuevo marco de referencia creativo en la sociedad del conocimiento, uno de los pioneros es el físico teórico Paul Friedlander. Intrigado por la naturaleza íntima de la realidad, su inspiración nació de un experimento mental de Albert Einstein en el que imaginó cómo sería volar junto a una onda de luz. Einstein caviló que si se movía con las ondas, el tiempo dejaría de existir. Del mismo modo, la obra de Friedlander parece congelar el tiempo y la luz.
Friedlander diseñó los que se comportan como el espín de las partículas elementales, utilizando
y luz cromaestroboscópica. Así, obtiene esculturas de luz que flotan en el aire. Friedlander recoge la tradición del arte cinético, pero juega con la inmaterialidad de la radiación lumínica. También ha profundizado en la fusión de la mecánica cuántica y la cosmología. Para Friedlander, futuro, presente y pasado están unidos entre sí en una sutil interdependencia. Propone que la causalidad puede actuar desde el futuro hacia el pasado, pues lo que existe es una implícita en las ecuaciones. El suyo es un universo cuántico atemporal. En todo caso, su obra es conmovedora y nos sitúa en una experiencia de contacto emocional con la naturaleza íntima del cosmos.
Muy
Quizá lo más llamativo es que se ha montado a bordo de un avión del Centro de Investigación Aeroespacial Alemán. Forma parte de un proyecto expositivo que permite a los visitantes sumergirse en los procesos de síntesis de las nubes. La instalación de Meyer-brandis El laboratorio troposférico refleja un mundo tornasolado, a medio camino entre la realidad y la ficción, donde hay espacio para la metodología científica y la fantasía artística.
J¡A flotar! Es pura fusión de arte y tecnología, una aproximación poética a la ciencia y un intento de descubrir al espectador potenciales mundos ocultos. Su punto de partida ha sido un ensayo de microgravedad realizado en la troposfera: la artista se subió a un Boeing 727 que realiza vuelos parabólicos. Los viajeros viven la ingravidez durante 30 segundos, cuando la nave vuela a una altura entre 7.000 y 9.000 metros. Para muchos autores, la convergencia tecnoartística se consigue a través de extensiones mecánicas y cibernéticas de nosotros mismos e interfaces de comunicación humano-máquina. Eso es, precisamente, lo que hace el prestigioso artista tecnológico español Ximo Lizana . “Se trata de crear un espacio mental sensorial entre el Supercopión. David Byrne, fundador del grupo Talking Heads, presentó en el Centro de Arte Reina Sofía un robot antropomórfico de la factoría Hanson –en la foto, sus componentes– que gesticula e interpreta sus temas.
El tecnoarte supone una aproximación poética a la ciencia
espectador, el artista y el robot. Es, en definitiva, arte interactivo para un mundo interactivo”, señala. El diálogo que se establece con los androides, los sensores y las piezas holográficas robotizadas ideadas por Lizana nos conduce a mundosespejo que reflejan la nueva sociedad digital. Como enuncia este autor, “la idea es construir extensiones creativas en forma de máquina. La expresión robótica extrapolada al lenguaje artístico pretende materializar la fluida creatividad expresiva asociada a las aplicaciones creativas binarias, usando el encuentro con la extensión protésica entre la máquina y el hombre”. Unas réplicas tan humanas. Los llamados geminoides, máquinas antropomórficas desconcertantemente idénticas a sus modelos humanos, cuyos movimientos y gestos emulan, son quizá la máxima expresión de este concepto. Diseñados por Hiroshi Ishiguro, director del Laboratorio de Robótica Inteligente de la Universidad de Osaka, hay quien ve en ellos una manifestación artística siniestra. Otros los admiran como un paso más hacia el desarrollo de los robots emocionales.