Basurología
ay gente para todo. En 1973, William Rathje, un profesor de Arqueología en la Universidad de Arizona, que había trabajado sobre el mundo precolombino, tuvo una idea que le hizo cambiar radicalmente su orientación académica: decidió especializarse en el estudio de la basura. No la basura acumulada en yacimientos prehistóricos, sino la que tenía más cerca, la basura contemporánea, la que se pone cada día en una bolsa de plástico, la que se amontona en los contenedores de las aceras, la que recoge un camión y lleva a un vertedero. El profesor Rathje tuvo una de esas iluminaciones sorprendentes que, nada más formuladas, parecen de sentido común, pero en las que nadie ha pensado hasta ese momento: lo más valioso para conocer verdaderamente una sociedad es justo aquello a lo que esa misma sociedad no da ninguna importancia; no lo que se atesora en los museos, sino lo que tira lo más lejos que se puede; no lo que se cuida y restaura, sino lo que está destinado a pudrirse, o al menos a desaparecer cuanto antes.
HA partir de entonces, las expediciones del profesor Rathje y de sus estudiantes de Arqueología tuvieron como destino los contenedores de la ciudad de Tucson y no las ruinas perdidas en las selvas de Yucatán. Excavaban meticulosamente y limpiaban y organizaban todos los restos que recogían, que no eran fragmentos de cerámica o piedras talladas o puntas de flechas, sino las cosas más comunes de todos los días: periódicos viejos, restos de alimentos, latas o botellas de refrescos, recipientes de comida preparada, pañales de bebé. La basura
Muy se convirtió en un vasto continente sumergido que contenía informaciones sorprendentes sobre una civilización. El origen del nombre no está claro, pero el profesor Rathje fue el fundador de la ciencia que desde entonces se llama garbology, por garbage, uno de los nombres en inglés de la basura. En español no lo he visto nunca, así que cabe la posibilidad de que me corresponda a mí el mérito modesto de acuñarla: basurología. Como todo conocimiento riguroso, la basurología desmiente algunas certezas que parecían indudables. Por ejemplo, que el plástico y los restos de comida son las materias predominantes en cualquier vertedero. Los residuos orgánicos no llegan al 3 %, con lo cual la producción de gas metano en los vertederos es mucho menos abundante de lo que se imaginaba. Un porcentaje inferior (2 %) corresponde a los pañales de bebé. El que parecía el principal malvado, el plástico, es el 20 %. Como aficionado a los libros impresos y a los periódicos con aroma de papel y tinta me da cierto reparo informar de que el material más abundante y de más difícil reciclaje de todos los que estudia la basurología es el papel: a él solo corresponde el 40 % de los desechos de cualquier ciudad. No sabemos si los periódicos y las revistas naufragarán en el tránsito hacia la era plenamente digital, pero sí que, si dejan de imprimirse en papel, será un adelanto extraordinario en la causa de la reducción de las basuras. Un libro excelente acaba de incorporarse a este campo del conocimiento: Garbology , de Edward Humes. Como casi todas las per-
Los residuos orgánicos no llegan al 3 % del total; plástico y papel componen el 60 % de la basura
sonas inteligentes, Humes es un pesimista y a la vez un optimista. Su pesimismo procede de la evidencia de la invasión universal de las basuras en un planeta superpoblado: cada persona produce al año en Estados Unidos 102 toneladas de basura; el gran remolino de plásticos del noroeste del Pacífico tiene ya una extensión que equivale dos veces al tamaño del estado de Texas. Pero los contenedores de plástico son ahora mucho más ligeros que hace solo unos años, y una creciente conciencia ecológica agregada a ciertas astucias comerciales pueden tener efectos inmediatos: basta cobrar por las bolsas de plástico para que su consumo se reduzca en más del 90 %. Las soluciones dependen en igual medida de la sofisticación tecnológica que del sentido común. En un libro que el pionero de la basurología publicó a finales de los años 90 se explica con detalle la solución más racional: consumir menos, usar mucho menos. En cualquier caso, los arqueólogos de dentro de mil años dispondrán de una riqueza incalculable de hallazgos cuando excaven las basuras de la civilización de este último medio siglo.