Una tarde ante la tele
Los directivos de las cadenas aseguran que dan al público lo que quiere, pero tratan a los televidentes como descerebrados.
No sigo ninguna cadena de televisión. Uso la tele como una pantalla de cine para ver documentales, películas y series grabadas, pero no programas. Además, me resulta insoportable que un capítulo de una teleserie de 41 minutos dure hora y media por culpa de los anuncios. Aun así, he decidido hacer un experimento: pasar una tarde ante lo que los gerifaltes de las cadenas dicen que reclamamos los televidentes. Durante la experiencia descubrí algunas cosas interesantes. La primera fueron los anuncios. Estos me demostraron que son el mejor argumento contra los pseudointelectuales y politicos anticientíficos de medio pelo. Por ejemplo, observemos con atención los 20 minutos seguidos de publicidad que nos regalan las cadenas privadas y contemos los anuncios en los que se vende un producto que no guarde relación con la ciencia. Según mi pequeña prueba, suponen menos del 5 %. Eso sí, la ciencia patológica –e incluso, a veces, la pseudociencia– al servicio del marketing ocupa más del 85%, con diversas firmas de “alimentos saludables” en la pole position. Después vienen los informativos, la prueba palpable de la muerte del periodismo. Se han convertido en la versión audiovisual de El Caso. No es algo reprochable, pero no deberían llamarse así, informativos. Lo que podríamos considerar auténticas noticias cubren unos 7 minutos de casi 50 dedicados a la morbosa complacencia de la sordidez humana. Y ahí incluyo la media hora de fútbol –que no deporte– donde nos machacan hasta con el divieso que le ha salido en el cogote a un jovenzuelo millonario que se dedica a patear un balón para regocijo del respetable. En cuanto a los programas de producción propia, como decía Mafalda, fascina el esfuerzo que hacen las productoras por no caer en las garras de la inteligencia. A veces, para justificar su mediocridad, los directivos aseguran que ofrecen lo que el público reclama. Lo dudo. No creo que los ciudadanos de un país en el que MUY INTERESANTE, un medio de ciencia popular, es la tercera revista más vendida pidan que se les trate como descerebrados. Los concursantes de Gran Hermano son una excepción, no la norma.