Oren Hasson
Numerosos estudios demuestran que el derrame de lágrimas tiene saludables efectos psíquicos, fisiológicos y sociales.
Cuando el pasado 6 de diciembre la ministra italiana de Trabajo Elsa Fornero presentó ante la prensa los duros recortes que afrontaría el nuevo Gobierno, rompió a llorar desconsoladamente. Ya fuera motivada por la frustración, la impotencia o la tristeza, la imagen dio la vuelta al mundo y fue más sonada, incluso, que el paquete de medidas adoptadas. Porque el llanto es una forma de comunicación llamativa y excep- cional, característica del Homo sapiens. Buscando sus raíces evolutivas, Oren Hasson , biólogo de la Universidad de Tel Aviv, en Israel, ha llegado a la conclusión de que cuando las lágrimas nublan la vista, nos volvemos más indefensos. En otras palabras, lanzan la señal de que “agachamos la cabeza y admitimos necesitar ayuda”; así despertamos en los demás sentimientos de empatía. El llanto contribuye de ese modo a fortalecer las relaciones humanas y a cohesionar la comunidad, concluye Hasson en la revista Evolutionary Psychology. Un experimento reciente llevado a cabo por Michelle C. Hendriks, de la universidad holandesa de Tilburg, parece darle la razón: tanto hombres como mujeres se muestran más predispuestos a brindar apoyo a personas llorosas, incluso si admiten que les caen mal y que verlas en ese trance les generan emociones negativas. No obstante, debemos tener en cuenta que no todas las llantinas remiten a causas psicológicas. Los científicos distinguen entre las lágrimas irritantes, causadas por sustancias químicas, como los efluvios producidos al cortar una cebolla; y las emocionales, que se escapan al ver una película h No es habitual ver a los responsables políticos expresando sus emociones en público. Por eso, el desahogo de Elsa Fornero, ministra italiana de Trabajo, al anunciar las medidas de austeridad en su país, se ha convertido en una imagen icónica de la crisis. ¡Snif!