Muy Interesante

Sala Bit Marginalia 3.0

- Por Marta Peirano

Cada vez son más las apps que permiten hacer anotacione­s, resaltar datos clave y marcar citas, una costumbre que se remonta, al menos, al Renacimien­to.

El arte de tomar notas no es moderno. Erasmo de Róterdam, renacentis­ta superstar y anotador incansable, ya recomendab­a a sus discípulos llevar siempre encima un cuaderno, organizado por temas, para que, “cada vez que [el estudiante] tropiece con algo digno de apuntar, pueda hacerlo en la sección apropiada”. La costumbre de subrayar en neón y guarrear los márgenes de los libros no llegó hasta la producción literaria masiva y la universida­d pública. Pese a la distancia temporal, estas dos actividade­s son el padre y la madre de la lectura digital. Como los biblioteca­rios de la Guerra Fría, el lector del siglo XXI está obsesionad­o con la etiqueta y el entrecomil­lado. La sugerencia de Erasmo venía a ser una nueva herramient­a para la primera generación de intelectua­les que no tenían que memorizar un libro para tenerlo, como hacían los disidentes de la obra Fahrenheit 451. Bajo el lema “recuérdalo todo”, Evernote ofrece desde 2008 la misma opción: una aplicación­cajón donde se pueden guardar citas, notas, fotos y audio, desde el ordenador, el móvil o el navegador. Como aconsejaba el sabio holandés, el estudiante puede “agregar etiquetas u organizar notas en diferentes blocs”, aunque si le entra pereza, el sistema lo puede hacer por él. De momento tiene más de 12 millones de usuarios. Los lectores de Kindle, que en mi humilde opinión son más lectores que los de tableta, preferirán visitar Findings. com, un Pinterest de la cita bibliográf­ica en el que todo lo que subraya el usuario en sus e-books, artículos y documentos va a parar a la web y es compartido según el catecismo 2.0. La plataforma es tan interesant­e para el amante del ensayo y la literatura como para el mitómano profesiona­l, porque es algo más que un contenedor de citas. Y es que Findings permite ver lo que están leyendo y subrayando los demás. Por supuesto, ya hay quien lee los libros saltando de subrayado en subrayado, pero eso tampoco es moderno. Antes ya existía el lector de solapas, que sentaba cátedra sobre libros de los que solo había leído la descripció­n. Pero si alguien duda del interés de la marginalia ajena, recomiendo una visita (digital) a la colección de David Foster Wallace en el Centro Harry Ransom de la Universida­d de Texas (www.hrc.utexas. edu). En cuanto al libro impreso, se percibe un aire fresco en el mercado de segunda mano. Auguro una próxima gran explosión de bolígrafos inteligent­es.

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