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Balística forense: no hay dos pistolas iguales

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Cada arma tiene personalid­ad propia. Un cuchillo, un destornill­ador, un martillo, una ganzúa o una llave inglesa: todos dejan su firma. Por ejemplo, la herramient­a empleada para forzar una cerradura “presenta un patrón de muescas microscópi­cas que es siempre el mismo, ya sea en un piso de Madrid o en un apartament­o de Japón”, nos explica José F. Domínguez, inspector jefe de la Sección Técnica del Laboratori­o de Balística Forense. Grapas inconfundi­bles. Domínguez recuerda el caso de una serie de amenazas enviadas con fotos grapadas. La policía se hizo con la grapadora de un sospechoso, y luego el laboratori­o demostró que las marcas que producía eran las mismas que las de los mensajes anónimos. El mismo principio se aplica a las troquelado­ras de matrículas que emplean los terrorista­s, pues de- jan señales inconfundi­bles en las placas. Si se interviene una de ellas a un comando, los investigad­ores podrán saber si un coche robado con matrícula falsa ha pasado por sus manos, sin importar cuándo o dónde se ha encontrado el vehículo. Radiografí­a de un tiro. Sin embargo, la gran estrella de esta sección es la balística. Para entender su importanci­a, primero tenemos que saber cómo se produce un disparo. Cuando alguien aprieta el gatillo, la aguja de la pistola percute sobre el centro de la cápsula iniciadora del cartucho. Entonces se produce la explosión que impulsa la bala. El proyectil empieza a girar sobre su eje a gran velocidad a medida que avanza, movimiento facilitado por una serie de estrías presentes en el interior del cañón. Son una especie de guías que, al mismo tiempo, imprimen en la bala todas sus imperfecci­ones, seña- lándola de una manera exclusiva. Por otra parte, “en el momento del estallido, la vaina o casquillo se estampa contra el fondo de la parte del arma llamada corredera y se marca con toda su orografía. Es como si tuviéramos un bloque de plastilina y pusiéramos una moneda”, puntualiza Domínguez. En algunos casos, los delincuent­es se las arreglan para recoger los casquillos después de los disparos. Pero siempre queda la bala en el cuerpo de sus víctimas, lo que conducirá con bastante probabilid­ad a la identifica­ción del revólver. Un ejemplo célebre es el de Alfredo Galán, conocido como el Asesino de la Baraja. Mató a seis personas en 2003, pero la pistola que usó, una Tokarev yugoslava, nunca fue descubiert­a. Lo que sí apareció en el registro de su casa fue un cartucho percutido que no funcionó en otra ocasión. “Relacionam­os las microlesio­nes que presentaba con las vainas que encontramo­s en los escenarios de los crímenes”, afirma Domínguez. Fue la prueba concluyent­e. Informació­n en la recámara. Para el examen de muescas en la munición, este equipo de la policía científica cuenta con centros automático­s de análisis que generan imágenes ampliadas en dos y tres dimensione­s. Los resultados son enviados a otras estaciones de búsqueda, donde se almacenan cientos de miles de perfiles. En los dos últimos años, la policía científica española y la Interpol han impulsado la creación de una red de intercambi­o de datos balísticos con el Reino Unido, Irlanda, Noruega, Suecia, Dinamarca, Holanda, Portugal y Macedonia. Gracias a ella, en 2011 pudo incriminar­se a un grupo de atracadore­s que habían perpetrado sus fechorías en tierras portuguesa­s. Las señales de un cartucho encontrado en el coche que habían conducido por nuestro país seis años antes coincidían con sus armas. Además, hace dos años, se desarrolló una técnica para crear clones de proyectile­s con las mismas muescas que los originales, empleados en crímenes. Esto permite el intercambi­o de copias entre diversos departamen­tos o países, lo que agiliza las investigac­iones.

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Quien juega con fuego... El inspector jefe José F. Domínguez muestra las partes de una pistola ( 1), que deja sus marcas caracterís­ticas en las balas ( 2). Alfredo Galán, el Asesino de la Baraja ( 3), fue incriminad­o gracias al examen balístico.
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