Entomología forense: chivatos de excepción
La muerte tiene siempre una ruta prefijada, una secuencia de acontecimientos que viene marcada por la biología y los insectos que hacen presa en los cadáveres. “Cuando la persona está moribunda o muy debilitada, ya empiezan a acercarse las moscas”, cuenta Mariano González, investigador del Departamento de Entomología Forense. La razón es que nuestro cuerpo segrega sustancias bastante atractivas –hasta 400– para los bichos, como la putrescina o la cadaverina. Escuadrones de la muerte. “El cadáver es un ecosistema cambiante”, explica González. En una primera fase, acuden los dípteros califóridos: moscardones, moscas azules o verdes, que tienen un brillo metálico característico y miden unos 10 o 12 milímetros de longitud. “Colonizan al finado para reproducirse. Completan varios ciclos, hasta que deja de ser atractivo para ellas. Les encantan las zonas húmedas: los ojos, la nariz y la boca”, apunta el experto. Los escarabajos, que constituyen la segunda gran oleada de necrófagos, se alimentan de los huevos y larvas puestos anteriormente por las moscas. “Después, las crías de esos coleópteros empezarán a comerse al muerto, cuando ya se encuentra en un estado más avanzado de putrefacción”. Los insectos tienen unos órganos sensoriales extraordinarios, capaces de localizar un cadáver reciente a dos kilómetros. “Si la per- sona fallece en un sitio cerrado, como en una casa, lo tienen algo más complicado. Pero se abren camino a través de la ventana, por cualquier resquicio”, puntualiza González. Y añade: “Cuando aparece un cuerpo, es el médico forense quien tiene que datar el momento de la defunción”. Y si no es posible, se echa mano de los bichos. “Imagina que un asesino encierra a su víctima en un arcón refrigerado. En ese caso, no hay colonización de pequeños necrófagos. Pero cuando el criminal decida deshacerse del cuerpo y dejarlo en algún sitio, los artrópodos llegarán hasta él”, señala el entomólogo forense. Entonces, los investigadores podrían determinar el tiempo mínimo que esa persona lleva muerta: no es el lapso total, pero ayuda mucho a dilucidar los hechos. Cada caso es único y, según la temperatura, el tiempo transcurrido y las características del lugar, la secuencia de la macabra colonización se irá solapando y complicando. El ojo del especialista también está entrenado para extraer otro tipo de información entomológica. Si el asesinado está infestado por una fauna que no pertenece al entorno donde ha sido encontrado, eso significaría que sufrió un traslado. O si, por ejemplo, alguien aparece flotando, con presencia de moscas en la boca, los ojos y el apéndice nasal, es probable que fuera arrojado al agua tras permanecer un cierto tiempo en tierra. Nuestro entrevistado recuerda un caso en el que, al desmantelar un laboratorio clandestino de drogas, los agentes se toparon con grandes bolsas de plástico llenas de bichos. Cuando los enviaron a analizar al laboratorio, averiguaron que se trataba de una especie de escarabajo asiático, Mylabris phalerata. De sus alas se extrae la cantaridina, un compuesto usado para potenciar los efectos de la cocaína. Así supieron que los traficantes importaban de China la materia prima para cortar el polvo blanco.
Con la barriga llena.
Hay otra aplicación fascinante de la entomología forense. Son las técnicas que ayudan a la extracción del contenido gástrico de las larvas para elaborar el perfil genético del muerto. “Lo hacemos en colaboración con el laboratorio del ADN”, apunta González. Así es posible la identificación aunque no aparezca el cuerpo. O ayuda a determinar, por ejemplo, si el sujeto ha sido envenenado, al detectar minúsculas cantidades de ponzoña en los intestinos de los hambrientos colonizadores.