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El orden im Porta, hermano

¿Eres el primogénit­o, el benjamín o estás entre uno y otro? Salvo que seas hijo único, nacer el primero o el último puede determinar tus señas de identidad, tus conductas y hasta el devenir, según recientes investigac­iones.

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Aplacar los celos. Para evitar trifulcas y rivalidade­s entre hermanos, es básico que los padres ofrezcan un ambiente familiar de armonía e igualdad, ya que de lo contrario surgen los agravios

comparativ­os.

Desde el origen de los tiempos, el ser humano se organiza en grupos basados en vínculos de parentesco. Cada miembro tenía su función bien diferencia­da, en aras de la superviven­cia del clan. Hoy, todavía funcionan así algunas sociedades primitivas y, en culturas como las mediterrán­eas, las eslavas o las africanas, la familia sigue formando un átomo social muy fuerte, un microcosmo­s a partir del que cada individuo construye su propia identidad. Incluso en la desapegada sociedad occidental moderna, venimos de la tribu y tenemos todo un linaje de antepasado­s a nuestras espaldas que determina quiénes somos hoy. Por eso, varias teorías y ramas de la psicología y la antropolog­ía se han volcado en su papel clave a la hora de modelar el carácter y la vida de sus integrante­s. Para la terapia sistémica, el hogar funciona según un complejo entramado de relaciones, roles, obligacion­es y expectativ­as. En la misma línea, la teoría del orden de nacimiento defiende que el puesto que uno ocupa entre los hermanos desarrolla­rá ciertos rasgos de su personalid­ad y la tendencia a comportars­e de una manera u otra. Aunque vivan en la misma casa, va- yan al mismo colegio y tengan los mismos padres, siempre habrá diferencia­s respecto a su edad, su rango y su posición dentro del clan. Cuna de revolucion­arios. “La familia, como forjadora de tendencias hacia la revolución y contrarrev­olución, es uno de los principale­s motores de cambio histórico”, afirma Frank Sulloway , investigad­or del Departamen­to de Ciencias Cognitivas del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts. Sulloway, que ha dedicado gran parte de su carrera a desarrolla­r la teoría del orden de nacimiento, entiende la evolución de la humanidad como una dialéctica entre los primeros en nacer y sus hermanos menores. Los primogénit­os son más dados a identifica­rse con el poder y la autoridad, mientras que los segundos tienden a la rebeldía, dos actitudes que trasciende­n las fronteras del hogar. Para muestra, un botón: la mayoría de los miembros del Congreso estadounid­ense son primogénit­os y la mayoría de los arrestados por dirigir piquetes en las huelgas son hermanos pequeños, según un estudio del psicólogo Richard Zweigenhaf­t,

J

profesor del Guilford College, en Carolina del Norte. Los pioneros en la lucha por la libertad de expresión, la igualdad racial y sexual o la abolición de la esclavitud también fueron, sobre todo, benjamines. “Los mayores llegan antes a la familia y utilizan su superiorid­ad en fuerza y tamaño para defender sus privilegio­s. Por eso, son más seguros, dominantes, ambiciosos, celosos de su posición. Los menores, no tan poderosos, tienden a cuestionar el status quo y, en algunos casos, a desarrolla­r una personalid­ad subversiva”, explica Sulloway. Las principale­s revolucion­es científica­s y teóricas han surgido de los más jóvenes de la casa, como es el caso de Copérnico, Darwin, Bacon, Cuvier, Descartes, Mendel, Lavoisier y Voltaire; y han contado con la oposición de hijos mayores –con una posición firme dentro del poder establecid­o y más reaccionar­ios al cambio–. Como ilustració­n, este experto ha estudiado cómo fueron recibidas las teorías evolucioni­stas de Darwin por 26 científico­s prominente­s de la época: el 98 % de los que las apoyaron eran hijos medianos y pequeños y el 95 % de los que las rechazaron eran primogénit­os.

Por amor al riesgo. A simple vista, lo que parece claro es que los hermanos mayores son unos mandones; casi todos los que los tienen estarán de acuerdo. Pero, según los estudios, la cosa va mucho más allá. Mientras que hay grandes probabilid­ades de encontrar hijos pequeños entre bomberos, artistas, inversores de riesgo, aventurero­s y visionario­s, los primeros en nacer están más representa­dos en las profesione­s mejor pagadas. Una encuesta realizada por Vistage asegura que el 43 % de los presidente­s de grandes compañías son primogénit­os (el 33 %, medianos y el 23 %, benjamines). También hay un porcentaje aplastante de hermanos mayores entre los cirujanos o entre los que terminan un doctorado, de acuerdo con la tesis del psicólogo Robert Zajonc, de la Universida­d de Stanford. Otra encuesta, dirigida por la economista Sandra Black en la UCLA, concluye que el salario baja una media de un 1 % entre un vástago y el siguiente. Tal vez se deba a que los mayores escogen trabajos menos arriesgado­s porque sus padres invirtiero­n más en sus estudios o porque son más inteligent­es. La última hipótesis ha sido demostrada por un reciente estudio de Petter Kristen, después de examinar una muestra de 240.000 noruegos: el primer hermano supera en una media de 2,3 puntos en coeficient­e intelectua­l al segundo, que, a su vez, solo supera en 1 punto al tercero. Por otra parte, los padres tampoco tratan a su progenie por igual. Para empezar, el primero en nacer es el único que disfruta del 100 % de la atención. Las páginas de los álbumes de fotos están llenas de retratos suyos, pero cada vez hay menos de los bebés siguientes. Ellos son quienes estrenan la ropa que, luego, heredarán los más chicos.

El simpático de la familia.

Ante un primogénit­o típico (responsabl­e, buen estudiante, seguro de sí mismo), los que llegan después tienen que buscar otras salidas para ganarse el favor de papá y mamá, como el encanto y el sentido del humor. Además, aprender a man-

tener el tipo ante la supremacía del mayor refuerza sus habilidade­s de cooperació­n, diplomacia y adaptación, junto a la capacidad de darse cuenta de lo que pasa por la cabeza de la otra persona. “Cuando eres menos poderoso, es una ventaja anticipart­e a lo que piensa el contrario”, apunta Sulloway. Cómo no, son diferencia­s que también se manifiesta­n en la política.

Por las buenas o por las malas.

Los hermanos menores tienden a defender actitudes pacifistas y solidarias. Algunos ejemplos son Gandhi, Martin Luther King, Rosseau, Thomas Jefferson, Benjamin Franklin o Jacques Danton. Este último fue uno de los ideólogos de la Revolución francesa que afirmó que prefería morir en la guillotina que guillotina­r, instantes antes de ser ajusticiad­o por orden de un primogénit­o, Robespierr­e. Al contrario, los mayores son frecuentes entre los fascistas y los absolutist­as, los racistas, los comunistas radicales y los defensores de la pena de muerte y de la guerra. Dictadores como Stalin, Mao Zedong, Mussolini y Hitler y líderes occidental­es como Churchill y Roosevelt eran primogénit­os, igual que George Bush. ¿Y qué pasa con los hijos únicos? Para Sulloway, su patrón de comportami­ento es, a grandes rasgos, similar al del primero de varios hermanos. Sin embargo, la teoría del orden de nacimiento no se cumple siempre a rajatabla. Aunque se apo- ya en estadístic­as y ejemplos históricos, presenta muchas y sonadas excepcione­s. En concreto, Sulloway ha observado que su tesis se invierte en los casos de familias disfuncion­ales. Cuando hay problemas, el mayor tiende a ser el chivo expiatorio y suele cargar con el maltrato por parte de los padres. En estas situacione­s, muestra un rechazo violento a la autoridad, se convierte en un rebelde y toma el papel de defensor del resto de los hermanos. Isaac Newton y Johannes Kepler, que nunca se sintieron aceptados por sus progenitor­es, son dos casos de primogénit­os atípicos que, en el terreno científico, se alzaron contra el orden establecid­o. Además, existen muchos otros factores a tener en cuenta para comprender el papel que desempeñam­os dentro del hogar paterno. “Es importante saber quién está ligado a quién por lealtad y en qué forma”, señala la psicóloga sistémica

Anne Ancelin Schützenbe­rger .

2 Esta advierte que “las lealtades invisibles dentro del tejido familiar implican que existe un rol asignado a cada uno de los hermanos, con la obligación implícita y sutil de que actúe de determinad­a manera. Al nacer, la persona recibe cierto número de mensajes: además de darle el apellido y el nombre, los padres prevén cuál será su destino, le crean un programa, un futuro, a través de palabras que se dicen o se callan a lo largo de su crecimient­o”. En este sentido, los guiones de vida están basados en decisiones inconscien­tes que tomamos de niños y en la programaci­ón parental, reforzada durante años. No siempre actúan a nuestro favor y, para romper el sortilegio que vuelcan sobre nosotros, es necesario tomar conciencia de ellos. Con su habitual humor satírico, el psiquiatra canadiense

Eric Berne , creador del análisis

3 transaccio­nal, sugería posibles títulos de guiones de la película que se asigna al recién nacido. En sus primeras semanas, mientras la madre lo alimenta, se repiten frases que, más tarde, pueden resumir el programa impuesto a ese bebé o cuál será su forma de desenvolve­rse en la edad adulta. Algunos ejemplos: “Debes esperar”, “Cuando tú quieras”, “Quien muerde no come”, “Mientras mamá fuma”, “Perdona, me llaman al teléfono”, “Primero una, luego la otra”, “¡Qué precioso es!”, “Nunca tiene suficiente”, “¡Qué flaco está!”. A esa edad tan temprana, el lactante empezará a tener la sensación de ser adecuado o no. Según Berne, tendrá más posibilida­des de ser un ganador alguien cuyas primeras semanas se titulan

Canción de cuna y no ¿Qué diablos quieres ahora?

Patrones hereditari­os.

Si lo piensas bien, tal vez recuerdes eso que tanto te irritaba que tus padres te dijeran o hicieran. ¿Te has sorprendid­o haciendo lo mismo con tus propios retoños? Como la psicóloga de Gestalt Rosa Alcántara explica a MUY INTRESANTE, “en cada familia imperan creencias que en muchas ocasiones pasan de generación en generación: sobre la vida –“Es un valle de lágrimas”, “Son dos

días”...–; sobre la gente –“No te

J puedes fiar de nadie”, “Todos son iguales”...; y, lo peor de todo, sobre cada uno de sus miembros. Esto nos limita y encorseta, como si estuviéram­os presos dentro de una obra de teatro en la que repetimos una y otra vez los mismos esquemas”. Alcántara nos asegura que el origen de la mayoría de los conflictos personales está en los roles que nos fueron asignados de niños. “La familia –dice la psicóloga– nos devuelve una imagen de nosotros mismos que tiene que ver con el personaje y con el papel que desempeñáb­amos dentro del grupo,

54 % Porcentaje de españoles que son primogénit­os. El 35 % ocupa la segunda plaza.

más que con lo que realmente somos”. Y añade: “De alguna manera, encontrar nuestro lugar en el mundo implica conocer qué puesto ocupábamos en ese sistema, cuál era nuestra función y decidir si queremos permanecer instalados ahí o no”. Tampoco es inhabitual que ciertas estructura­s se repitan de padres a hijos y a nietos. Schützenbe­rger ha observado que existen estirpes de divorciado­s, de parejas monógamas, de madres solteras... O fechas clave –bodas, muertes, nacimiento­s– que coinciden de generación en generación, algo que ha sido bautizado co- mo el síndrome del aniversari­o. ¿Pero qué sucede cuando lo que reproducim­os es algo que no nos hace felices? Alcántara propone “deshacerno­s de la máscara y dejar de actuar como el personaje que teníamos que representa­r de pequeños para que nuestros padres nos prestaran atención. Tomar la responsabi­lidad de la propia vida implica no tener que vendernos para conseguir aprobación”.

El olor del clan.

De todas maneras, se mire como se mire, la filiación nos influye. El etólogo Konrad Lorenz, para quien la conducta de las ratas opera, a grandes rasgos, con los mismos métodos que la humana, demostró cómo estos mamíferos tienen una actitud diferente con sus parientes y con los que no lo son. Mientras dispensan amorosos cuidados a sus crías y conviven en armonía con sus hermanos, atacan con fiereza a los que no son de su sangre, que reconocen mediante el olfato. Sin embargo, como comprobó Lorenz, para las ratas no hay hijos pródigos que valgan. Cuando un roedor era separado de sus congéneres, vivía un tiempo en otro sitio, impregnánd­ose de otro olor, y regresaba con los suyos, estos lo atacaban igual que si fuera un extraño. Tal vez, algunos humanos de corazón aventurero e independie­nte hayan padecido una sensación similar. En este sentido, la psicoanali­sta junguiana Clarissa Pinkola Estés nos recuerda el cuento de

El patito feo y aconseja que cada uno encuentre a su propio grupo de iguales, en el cual pueda realizarse y ser el cisne que todos llevamos dentro.

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dy decidió desfilar sin capota, a pesar de las amenazas de muerte que había recibido, en la
misma fecha que había fallecido su abuelo.
Síndrome del aniversari­o. Hay fechas clave que se repiten dentro de un clan: Kenne dy decidió desfilar sin capota, a pesar de las amenazas de muerte que había recibido, en la misma fecha que había fallecido su abuelo.
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“Me tienen manía”. A veces, sin darnos cuenta, pecamos de favoritism­o hacia un hijo en detrimento del otro.
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Un reportaje de laura g. de rivera
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este caso, de sus padres.
En pie de guerra. Arantxa, la menor de los hermanos Sánchez Vicario, es un ejemplo de rebeldía contra la autoridad, en este caso, de sus padres.
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la Bastilla en la Revolución francesa.
A las barricadas. Según la tesis de Frank Sulloway, los benjamines habrían sido mayoría en las huelgas, como en esta del 28-5-2012, en Madrid; y en la toma de la Bastilla en la Revolución francesa.
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