Un mago contra el Afrika Korps
¿Farsante, publicista de sí mismo o genio del ilusionismo? Según una biografía, Jasper Maskelyne ayudó con sus trucos de magia a que los aliados derrotaran a Rommel en el frente africano durante la II Guerra Mundial.
La frontera entre lo real y lo imaginario se difumina en la historia del mago londinense Jasper Maskelyne. Si nos creemos el retrato que de él hizo el periodista David Fisher en su libro El mago de la guerra , nos
1 encontraríamos ante el auténtico responsable de que los nazis perdieran la batalla de El Alamein (Egipto, 1942) que marcó un punto de inflexión en la incursión alemana en África y el comienzo de su retirada. Sin embargo, ningún documento ni testimonio acredita que todo lo relatado por Fisher fuera cierto. Ni siquiera el mismo Maskelyne logró convencer de sus supuestas proezas cuando, acabada la II Guerra Mundial, las publicó en su autobiografía. En cualquier caso, la leyenda pervive, propiciada por ciertas fotos que atestiguan su participación en la contienda. Todo empezó en la primavera de 1940. Hitler acababa de lanzar su ofensiva relámpago europea y Maskelyne acudió a la oficina de reclutamiento de Hobart House, en Londres, para alistarse. “Denme libertad y no habrá límites para los efectos que puedo crear en el campo de batalla. Soy capaz de fabricar cañones donde no los hay y hacer que disparos fantasmas crucen el mar. Puedo colocar un ejército entero en el terreno, si eso es lo que quiere, o aviones invisibles, incluso puedo proyectar en el cielo una imagen de Hitler sentado en el váter a miles de pies de altura”, fueron sus palabras, según Fisher. Previamente había intentado enrolarse, pero el Gobierno rechazó su oferta, quizá escéptico ante tan alucinantes sugerencias. Aunque Maskelyne no era un desconocido, sino el prestidigitador inglés más famoso de su época, sucesor de una notoria familia de ilusionistas. Su abuelo, John Nevil, había fundado el selecto Círculo Mágico y su padre participó en la I Guerra Mundial junto con Lawrence de Arabia. Al parecer, Jasper estaba empeñado en seguir sus pasos.
Métodos poco ortodoxos. Al fin, logró salirse con la suya cuando, tras el desastre de Dunkerque en mayo de 1940 –la ofensiva alemana forzó la retirada de las tropas aliadas–, Inglaterra echó mano de todos sus efectivos sin miramientos. El ilusionista fue adscrito a la Sección Experimental de Camuflaje bajo las órdenes del mayor Geoffrey Barkas, jefe de la división en Oriente Medio, con sede en El Cairo. La sección se completó con otros cuatro especialistas –un carpintero, un caricaturista, un ceramista y un lampista–, elegidos por el propio Maskelyne entre 400 candidatos. Tras una rápida instrucción en el castillo inglés de Farnham, nuestro personaje llegó a Egipto en primavera de 1941. Por entonces, el general alemán Erwin Rommel había
2 conquistado en un suspiro casi todo el norte de África, antes de detenerse en el puerto de Tobruk por la feroz resistencia de las tropas británicas. Esta ciudad de Libia, a la que Winston Churchill se había referi- do como “la llave que no podemos perder”, se había convertido en el último bastión de los aliados ante el avance nazi. El problema radicaba en la sempiterna escasez de suministros, y ahí es donde entró en juego la sección de Jasper Maskelyne, un hombre al que David Fisher describe como alto, “de 1,93, y guapo, en el estilo vistoso de aquella época. Su pelo era negro resplandeciente y se lo peinaba hacia atrás con extremado celo. El bigote lo llevaba siempre pulcramente recortado y cepillado”. Su primer encargo no fue demasiado sorprendente, aunque sí difícil de solventar: fabricar unos 40.000 litros de pintura para disfrazar 238 tanques recién salidos de fábrica. Debía partir de cero, al carecer de pigmentos y de una base apropiada para sostener el color.
Boñigas y salsa Perrins. Pero el ingenio es un arma poderosa y, tras muchos experimentos y cavilaciones, Maskelyne y sus ayudantes descubrieron que, mezclando salsa Worcester –típico condimento inglés, también conocido como salsa Perrins– con harina y cemento, se lograba un sustrato perfecto para el pigmento que diera a aquella masa un color de arena. Por cierto, el tinte lo obtuvieron del ¡estiércol seco de camello! Para reunir una cantidad suficiente, se organizó durante varios días en El Cairo una operación exhaustiva de limpieza antes del amanecer que se encargaba de recoger cualquier boñiga por pequeña que fuese. De esta manera, el ejército del general Montgomery tuvo sus tanques a punto para enfrentarse al Afrikakorps, aunque trufados de
un tufillo poco apetecible. El éxito de la operación hizo que el mayor Barkas bautizara a la sección como la Cuadrilla Mágica, cuyo siguiente reto fue ocultar los carros de combate aliados a las tropas enemigas para atacar por sorpresa sus posiciones estratégicas. Usando sus conocimientos de ilusionismo, Maskelyne ideó el llamado escudo solar: se trataba de “un lienzo pintado y extendido sobre dos estructuras plegables de madera. Cada una de ellas cubría la mitad del tanque, desde delante hacia atrás, de forma que pareciera un camión. Incluso las huellas de las ruedas imitaban las de los camiones. Aprobado el proyecto, el escudo solar entró en producción masiva y cada noche varios carros de combate se alineaban para ser vestidos con el camuflaje y enviados al frente. El día previsto para la contraofensiva, la madrugada del 15 de junio, aquellos vehículos que los alemanes de Rommel no habían atacado los días previos por considerarlos meros camiones, se desembarazaron de su disfraz y cogieron por sorpresa al Afrikakorps.
Bahía duplicada. Sea cierto o no este episodio, el engaño no frenó el avance del Zorro del Desierto, que amenazaba con destruir el puerto de Alejandría , principal vía
3 marítima para los suministros británicos. Es, en este punto, cuando llegamos a uno de los episodios más controvertidos en la historia de Jasper Maskelyne: su truco para hacer desaparecer nada menos que el citado enclave portuario. “Quiero que su gente oculte ese lugar de manera tan perfecta que ni Farouk –el rey de Egipto entre 1936 y 1952– sea capaz de encontrarlo, aunque vaya en un bote a remo”, cuentan que le ordenó el mayor Barkas a Maskelyne. El puerto alejandrino se desplegaba sobre dos bahías contiguas –oriental y occidental– plagadas de muelles de descarga, edificios, buques nodriza, depósitos de combustible… sin olvidar el famoso Faro situado sobre un islote. Una ciudad en sí misma en la que, como Maskelyne reconoció a sus hombres, “no tienen cabida paredes falsas ni puertas secretas ni cortinas de terciopelo”. Pero, mirando los mapas, observó que las riberas del cercano lago Mareotis trazaban una curva muy parecida a la del puerto de Alejandría. Así que ideó un plan consistente en desplegar una red de luces y estructuras terrestres en la zona lacustre que se encenderían a la vez que se apagaran las de la bahía, en cuanto se intuyese la llegada de aviones enemigos. La propuesta entusiasmó a sus superiores y, durante varios días, unos 200 hombres construyeron en Mareotis un puerto simulado, utilizando fotos de reconocimiento nocturno como modelo. Además, colocaron reflectores, baterías antiaéreas y hasta barcos. Todas las luces se conectaron a una consola central que Maskelyne controlaría desde lo alto del Faro.
Atrezo de película. Según Fisher, la estratagema funcionó a la perfección. Cuando los primeros aviones nazis aparecieron en la negrura de la noche, la ciudad fundada por Alejandro Magno se apagó de inmediato al tiempo que se iluminaba el lago Mareotis, que fue bombardeado sin piedad durante varias madrugadas. Antes de que el sol despuntara, Maskelyne y sus hombres arrojaban desperdicios y escombros en la bahía de Alejandría, incendiaban algunos edificios y encendían hogueras para que los aviones de reconocimiento de la Luftwaffe no descubrieran el engaño durante el día. Lamentablemente, no hay documentos que confirmen esta historia, no existen grabaciones o fotos para apoyarla y ningún experto militar actual la sustenta. Lo único cierto es que, tras varios días de bombardeos continuos, que sí están acreditados, los ataques cesaron. Luego se supo
que Hitler había ordenado trasladar la Luftwaffe al frente ruso. Algunos defensores de Maskelyne citan un artículo de 1942 del periódico Berliner Illustrierte Zeitung para avalar sus hazañas: “Los británicos se han dado cuenta de que su situación es desesperada y han contratado a un famoso mago, Jasper Maskelyne, para ¡intentar asustar al Afrikakorps! De hecho, el Führer le dijo a Rommel, general de tanques, que el Ejército alemán no necesita a un Maskelyne para hacer que el Ejército británico desaparezca”. Más plausible que el engaño de Alejandría parecen otros encargos menores que sí habría realizado el mago. Como diseñar un equipo de escape para los aviadores, con botas donde escondían agujas de brújula, limas, sierras de metales, maquinillas de afeitar que se convertían en cortadores de alambre, cepillos de dientes que encubrían mapas, camuflajes para los bidones de gasolina, lanchas rápidas con aspecto de yates de lujo, barcazas indígenas para la Royal Navy…
Imaginación a filas. Todos los pedidos recibían el sello de urgente, y Maskelyne, cuyos archivos siguen estando bajo secreto, tuvo que decidir las prioridades. Para evitar quemaduras, creó una crema ignífuga que protegía la piel durante cuatro minutos; ideó dunas artificiales que podían cobijar bidones de combustible o nidos de ametralladoras; diseñó palmeras de estaño en cuyo interior podía trabajar un vigía equipado con telescopio y radiotransmi-
Los expedientes secretos de Maskelyne siguen bajo llave
sor; construyó ejércitos de pega con tanques inflables y otros de madera, junto a soldados de cartón, lona y aluminio, capaces de mover los brazos, que se mezclaban con hombres reales para aparentar una tropa más numerosa... No fue fácil. Durante su estancia en el desierto, su gran amigo y colega de cuadrilla Frank Knox murió en un vuelo de pruebas. Él mismo estuvo a punto de fenecer deshidratado tras averiarse su camión y quedarse sin agua. Pese a todo, este fascinante personaje sobrevivió para llevar a cabo otra gran hazaña: ocultar el Canal de Suez a los pilotos de la Luftwaffe, truco que tampoco puede ser demostrado mediante pruebas tangibles. El principal escollo estaba en la extensión del objetivo. Sin embargo, el prestidigitador había aprendido durante sus sesiones de mentalismo en Londres que el ojo humano es susceptible de tomar por cierta cualquier ilusión óptica generada mediante juegos de espejos, un ardid que decidió poner en práctica en Suez. Instaló decenas de estos artefactos y reflectores en abanico a lo largo y ancho del canal, creando una cortina de luz muy brillante y rotatoria que desorientó a los bombarderos germanos durante los siguientes meses.
Un retiro en Kenia. No hubo tiempo para más. La victoria aliada en El Alamein el 4 de noviembre de 1942, donde los tanques falsos de Maskelyne pudieron resultar cruciales, significó la derrota definitiva del Afrikakorps. “Debo decir unas palabras sobre engaño al enemigo y estrategia. Gracias a un maravilloso camuflaje, provocamos una completa sorpresa táctica en el desierto”, señaló el primer ministro Churchill en el Parlamento británico, en alusión a la Cuadrilla Mágica. Fue lo más parecido a un reconocimiento público, ya que ninguno de sus miembros recibió jamás una condecoración. Tras la guerra, Maskelyne se instaló con su familia en Kenia, donde retomó sus espectáculos de magia. Falleció en su granja a las afueras de Nairobi, en 1973, legándonos una jugosa y controvertida leyenda.