Ciencia puntera en el antiguo Egipto
La civilización del Nilo no solo levantó colosales pirámides. También destacó por sus innovaciones científicas en múltiples campos, como la medicina, la astronomía, las matemáticas y la agricultura.
Si paseamos por las galerías dedicadas a Egipto en el Museo Británico de Londres, podremos ver en una de las vitrinas un dedo gordo del pie. No se asusten, no es auténtico, sino una prótesis. Fabricada en cartón y con un trozo de falso pie para poder ser insertada y atada en el del paciente, esta pieza ortopédica data del año 600 a. C. y, junto a otra similar que se conserva en el Museo del Cairo, son los ejemplos más antiguos conservados de los grandes avances egipcios en la tecnología aplicada a la medicina.
Tecnología, medicina, ciencia. Tres palabras que se han acuñado después pero cuyos propósitos no eran extraños a los habitantes del Nilo. Al contrario, los expertos coinciden en que aquella civilización fue la primera con un nivel muy avanzado en disciplinas diversas, y que los sabios griegos bebieron de sus enseñanzas. Y no es que estos últimos ocultasen quiénes habían sido sus maestros. Homero dice en la Odisea que los médicos de Egipto eran “más hábiles que los de otras tierras”. El historiador Heródoto también destaca sus muchos logros en los relatos de sus viajes. Y los soberanos persas Darío y Ciro se llevaron para que trabajaran en sus palacios de Persépolis a los mejores doctores nacidos junto a las pirámides.
Fueron los primeros que tuvieron médicos especialistas
Expertos traumatólogos, conocedores del funcionamiento del aparato digestivo y el corazón (con intuiciones sorprendentes para la época), capaces de realizar trepanaciones cerebrales…: el éxito de los médicos egipcios se basó en la especialización. “Hay uno para cada enfermedad; unos se ofrecen para la vista, otros para la cabeza, otros para los dientes, otros para el vientre y otros para las enfermedades internas”, escribió fascinado Heródoto.
Redactaron tratados de medicina que nos han permitido conocer su destreza a través de los cuatro documentos dedicados a la práctica clínica que aún se conservan. El principal es el papiro quirúrgico Edwin Smith, comprado en 1862 por el arqueólogo del mismo nombre en Luxor a un tratante de antigüedades. Su contenido, traducido al inglés por James Henry Breasted en 1920, consistía en una relación completa de 48 incidencias habituales –muchas acaecidas a los guerreros en batalla, como heridas en la cabeza causadas por contusiones– y cómo debían tratarse. También se mencionan fracturas, dislocaciones, lesiones y tumores, todo ello analizado con profundo espíritu
científico y organizado de forma racional por su desconocido autor. Cada lesión aparece descrita de forma muy clara, y a continuación se detalla el proceso de examen que ha de seguir el doctor para identificarla y diagnosticarla.
El autor del escrito recomienda que el diagnóstico sea uno de estos tres: “una dolencia que voy a tratar” (cuando claramente puede curarse); “una dolencia que voy a contener” (se pueden aliviar los síntomas); o “una dolencia que no se ha de tratar” (incurable o desconocida). Llama la atención la precisión de las terapias y curas sugeridas. Por ejemplo, para las heridas en la cabeza y las lesiones en la médula espinal y las piernas se recomienda la inmovilización de la zona afectada. Para cerrar las heridas se prescribe coserlas, pues ya sabían dar puntos y eran capaces de hacer incluso suturas craneales. Es el primer documento de la historia en el que se hace referencia al cerebro y que describe con detalle parte de la anatomía de este órgano, sus circunvoluciones, las meninges y el líquido cefalorraquídeo.
Otro texto médico, el papiro Ebers, contiene remedios de farmacología. El tratamiento para acabar con la dracunculiasis –enfermedad de la lombriz de Guinea, que se instala en la capa subcutánea– es tan eficaz que aún es el método estándar para erradicar esa dolencia parasitaria.
El visir Imhotep fue el verdadero Leonardo da Vinci del Nilo
Cuando se excavó la pirámide escalonada de Zoser, en tiempos de la tercera dinastía –a inicios de la época faraónica–, los arqueólogos se quedaron sorprendidos de que, en una de las estatuas, el nombre del visir Imhotep apareciese al mismo nivel que el del faraón Zoser. Lo cierto es que había hecho méritos sobrados para ello, y hoy es considerado un personaje más importante que su señor. La reputación de Imhotep como gran médico llegó hasta los griegos, quienes lo veneraron en el panteón de sus dioses con el nombre de Asclepio, divinidad que los roma-
nos adaptarían como Esculapio. Hoy se le considera autor de los primeros textos sobre medicina e inspirador lejano de las enseñanzas sobre cirugía y traumatología que, más de mil años después, quedarían plasmadas en el papiro Edwin Smith. A sus logros en ese ámbito hay que sumarle sus dotes como arquitecto, pues fue el artífice de la citada pirámide escalonada, la primera de estas famosas construcciones de Egipto. Imhotep fue el primer gran impulsor de la ciencia en aquella civilización, el Leonardo da Vinci del Nilo.
Siete casas con siete gatos, siete ratones, siete espigas y siete granos
Otro campo del saber que se desarrolló pronto, incluso antes del periodo dinástico, fueron las matemáticas, lo que significa que hacia 3300 a. C. los egipcios, que aún no eran gobernados por faraones, ya afrontaban cálculos complejos. Tras la unificación de las tierras del norte y el sur por los primeros grandes reyes, caso de Narmer, la ciencia de los números experimentó un gran avance. Los escribas –funcionarios del Estado– debían resolver muchos problemas prácticos que afectaban a la gobernabilidad, como el número de hombres que se necesitaban para realizar trabajos diversos, la cantidad de ladrillos para levantar un edificio, la distribución de comida en raciones entre cierto grupo de población... Para llevar a cabo una buena planificación de cara a esas situaciones prácticas, tenían que hacer operaciones matemáticas.
Así, los egipcios concibieron un sistema numérico decimal que les permitió denominar cantidades elevadas y crearon signos jeroglíficos que llegaban desde la unidad hasta 10.000, aunque desconocían el cero. Realizaban las operaciones a partir de la suma y la resta, que eran las herramientas que dominaban, pues de multiplicar y dividir tenían un conocimiento más rudimentario. También usaban fracciones basadas en la unidad, con la forma 1/n, y resolvían ecuaciones de dos incógnitas.
El papiro matemático Rhind, que se conserva en tres partes –dos en el Museo Británico y una en el de Brooklyn–, es el documento más demostrativo de la sofisticación calculadora del antiguo Egipto. Tiene carácter muy didáctico, reúne problemas básicos sobre trigonometría, progresiones o reglas para extraer los 2/3 de números pares, aparte de los asuntos ya mencionados. Muestra que los egipcios ya tenían una palabra para referirse a la equis o incógnita de las ecuaciones: ellos la llamaban aha y es el tema de varios problemas del famoso papiro, que fue redactado por el escriba Ahmes hacia 1650 a. C., aunque este, con modestia, circunscriba su papel al de copista de un trabajo anterior.
La mayoría de los cientos de problemas están planteados por Ahmes de forma práctica, y usan como ejemplos productos tales como panes o cerveza. Otros son de matemática recreativa, por su manera de enunciar y enseñar conceptos complejos entreteniendo. Como el problema número 79 que, según la adaptación de la profesora María José García Cebrián, plantea esto: “Hay 7 casas, en cada una 7 gatos; cada gato co-
CONCIBIERON UN SISTEMA NUMÉRICO DECIMAL, DEL 1 HASTA EL 10.000
me 7 ratones y cada ratón, 7 espigas; cada espiga ha producido 7 medidas de grano. ¿Cuántas medidas de grano se han salvado?”. Se trata de una progresión geométrica, cuya solución es 16.807.
Otro concepto muy atractivo creado por los matemáticos del Nilo fue el pesu o pefsu, un cociente de transformación de cereales que permitía a los escribas averiguar cuántos panes o cuánta cerveza se podía obtener a partir de una cantidad determinada de trigo. Esto tenía una finalidad muy práctica: que los cerveceros y panaderos no pudieran desviar grano a su bolsillo particular. Es decir, los escribas funcionaban como inspectores de Hacienda con su protocalculadora en mano.
Por entonces ya había funcionarios corruptos
Sin embargo, el egiptólogo José Miguel Parra Ortiz explica en su libro Gentes del
Nilo que “como nadie vigilaba al vigilante, el estudio de ciertas contabilidades ramésidas de cereales demuestra una tendencia constante por parte de los escribas de la época a redondear ligeramente a la baja”. Así, las matemáticas y en particular un concepto tan conocido como el resto, al que no se le daba demasiada importancia, acababa convirtiéndose en un mecanismo de enriquecimiento para los funcionarios menos respetuosos con la ley.
Egipto era una tierra de problemas y conflictos prácticos y de contrastes, donde se pasa de la zona cultivable al desierto sin solución de continuidad, así que resultaba esencial medir el terreno
aprovechable con mucha exactitud. Así nació y se desarrolló la geometría, cuya invención sitúa Herodoto en la época del faraón Sesostris, hacia 2000 a. C. El historiador griego llamaba a los geómetras egipcios arpedonapti, que quiere decir ‘los que anudan cuerdas’, referencia gráfica al método que seguían para hacer las mediciones mediante nudos. Las cuerdas les permitían trazar las dos líneas geométricas básicas: la recta y el círculo. Según Heródoto, esta rama de la matemática que se ocupa del estudio de las propiedades de las figuras en el plano o el espacio surgió por necesidad práctica, cuando Sesostris repartió entre sus súbditos la tierra cultivable en grandes parcelas de forma cuadrada.
Por cada parcela cobraba un tributo en función de su área. Los funcionarios del faraón debían conocer bien el tamaño de cada una y lidiar con un factor que modificaba sus cálculos: la crecida del Nilo que, al inundar algunas de las lindes establecidas, reducía el espacio útil para sus dueños. En ese caso, estos podían solicitar una bajada de los impuestos, por lo que los funcionarios volvían a medir el terreno para fijar con exactitud en cuánto había que rebajar su contribución.
La parcelación agrícola ayudó a desarrollar la geometría
A partir de estos inicios básicos, la geo0metría vivió un desarrollo notable. Los egipcios conocían las propiedades de las principales figuras y podían calcular el área de un círculo con relativa precisión, mediante una curiosa fórmula: tomaban como base el diámetro, le restaban 1/9 y extraían el cuadrado del resultado. Aunque el método no era totalmente exacto, obtenía como resultado una constante de 3,1605, cercana a la del número pi, mientras otros pueblos de la época usaban valores alrededor de tres. Una aplicación importante de este concepto fue la construcción de graneros de forma cilíndrica.
Pero la manifestación más espectacular del dominio egipcio de la geometría fueron las pirámides, gracias a su conocimiento del cuadrado, que usaban siempre para la base. Puede comprobarse en el papiro de Moscú, en el que se exponen problemas cuyo objetivo es hallar el volumen de un tronco de base cuadrangular. También conocían bien las propiedades del triángulo equilátero. Los anudadores antes citados habían observado que si unían cuerdas de determinadas longitudes mediante una forma triangular, se obtenía un ángulo recto. Es posible que el matemático griego Pitágoras recogiera la sabiduría egipcia para formular su famoso teorema. Una gran diferencia entre los científicos de ambas civilizaciones es que los egipcios no hacían formulaciones teóricas abstractas, ya que su interés era empírico, orientado a la aplicación práctica, por eso en sus papiros matemáticos siempre hay problemas para resolver. Los sabios griegos, en cambio, profundizaron sobre todo en la obtención de reglas generales.
Otro de los grandes logros científicos de la civilización del Nilo fue la medición del paso del tiempo gracias a la observación de los astros, que les permitió diseñar un calendario bastante exacto, “el único calendario inteligente que haya existido jamás en la historia humana”, según afirma el historiador británico Cyril Aldred en su libro
Los egipcios. Este importante avance fue posible gracias a la tradición del estudio de la astronomía, que había sido intenso desde una época temprana, ya que aquellas gentes necesitaban conocer con la máxima precisión cuándo se iba a producir la inundación anual de terrenos cultivables provocada por la crecida del gran río, imprescindible para la agricultura.
Inicialmente, el calendario egipcio era lunar, con tres estaciones de cuatro meses cada una que se correspondían con las fases de crecimiento, siembra y recolección. Sin embargo, como doce meses lunares daban un total de 354 días, el
resto hasta los 365 del año solar se añadían de forma peculiar: cada trienio se sumaba un mes adicional. Sin embargo, este sistema empezó a resultar demasiado aleatorio para las necesidades de organización y planificación del reino egipcio a medida que la maquinaria estatal se iba sofisticando y requería de cálculos más precisos. El primer fundamento para elaborar el nuevo calendario fue la observación de la trayectoria de la estrella Sirio. Hace 5.000 años, antes del primer faraón, los astrónomos se dieron cuenta de que ese astro desaparecía siempre durante un periodo de setenta días a mediados del verano. Luego reaparecía siempre por el mismo punto –el horizonte oriental– y a la misma hora –justo antes del amanecer–, y, lo más importante, la crecida anual del Nilo se producía de forma inminente, solo unos días más tarde, trayendo consigo la deseada inundación que bañaba los terrenos cultivados y aseguraba las cosechas.
Organizaron el tiempo casi tal cual lo medimos hoy
Por eso, el resurgimiento anual de Sirio era un evento que fue marcado como el día de comienzo del año por los autores del nuevo calendario, llamado calendario civil. Se componía de doce meses de treinta días cada uno, con cinco jornadas extra al final, que correspondían a las fechas de nacimiento de los dioses del ciclo de Osiris. Los meses tenían tres semanas de diez días cada una. La configuración temporal se completó subdividiendo los días en veinticuatro horas. Un diseño perfecto.
La decadencia faraónica, con las invasiones de persas y griegos a partir de 500
SU CIENCIA ERA EMPÍRICA, DEDICADA A RESOLVER LOS PROBLEMAS PRÁCTICOS
a. C., no supuso el declive de la ciencia; al contrario, propició una nueva edad dorada. Ptolomeo I Sóter, el general de Alejandro Magno que se convirtió en faraón con el reparto de los territorios conquistados por el macedonio, tuvo la idea de crear el Museo de Alejandría con una gran bibliioteca que reuniría a los mejores científicos. Las dos instituciones fueron concebidas para promover la cultura helenística en un territorio de fuerte identidad propia. El experimento resultó muy afortunado, y creó un espacio de fusión de culturas en el que las sabidurías egipcia y griega se combinaron para llegar a un nivel más alto.
Además de sus logros en literatura y filosofía, en Alejandría alcanzaron gran nivel disciplinas como las matemáticas y la astronomía. Eratóstenes de Cirene, director de la biblioteca entre 230 y 195 a. C., agregó un registro significativo a las aportaciones en álgebra y cálculo de la institución. También organizó los datos de las descripciones precisas del Mediterráneo guardados por el navegante griego Piteas y pudo construir el primer mapa del mundo conocido basado en mediciones comprobadas. Así, aunque la civilización faraónica acabó oficialmente en el año 30 a. C., con el fallecimiento de Cleopatra, su ciencia le sobrevivió durante cuatro siglos, produciendo personajes tan fundamentales como el astrónomo Claudio Ptolomeo, nacido en el Alto Egipto y autor del modelo geocéntrico del universo, y la matemática Hipatia, natural de Alejandría. La herencia científica egipcia no se quedó enterrada en la arena del desierto.
PARA SABER MÁS
Web: archive.nlm.nih.gov/proj/ p/flash/smith/ smith.html. Animación al detalle del Papiro Edwin Smith, sobre medicina, traumatología y cirugía.