Tormenta emocional
Afecta a una de cada diez personas y se lleva el 10 % del gasto sanitario europeo. Estas son sus causas y las últimas terapias para curar el trastorno depresivo.
Todo sobre las causas y las últimas terapias para tratar el trastorno depresivo.
Si te cuesta disfrutar de las cosas que normalmente te divierten; si te culpas siempre de lo malo que sucede a tu alrededor; si te resulta un mundo tomar decisiones; si reaccionas exageradamente ante pequeñas contrariedades; si te sientes más fracasado que los demás; si buscas excusas para no pasar tiempo con familiares y amigos; si te despiertas de madrugada y no logras volver a conciliar el sueño... Si te pasan estas cosas, es probable que padezcas una depresión, según el cuestionario que confeccionó hace unos años el psiquiatra de la Universidad de Pensilvania Aaron T. Beck para detectar esta enfermedad mental tan común. Ni la gripe ni el cáncer superan en prevalencia a este trastorno emocional, que de acuerdo con la Organización Mundial de la Salud es la principal causa de discapacidad, por delante incluso de los problemas cardiacos.
Hallan una conexión entre las defensas y la melancolía crónica
De sus largos tentáculos no se libran ni jóvenes ni mayores; ni ricos ni pobres; ni desconocidos ni famosos; ni fracasados ni triunfadores como el atleta asturiano Yago Lamela, que fue encontrado muerto en su casa a los 36 años el pasado 8 de mayo tras haber sufrido episodios depresivos frecuentes. Por otra parte, la depresión no es exclusiva de nuestro tiempo. Sabemos que el pintor Vicent Van Gogh, el escritor Ernest Hemingway o el presidente estadounidense Abraham Lincoln habrían dado positivo en el test de Beck. Sin embargo, las causas biológicas de la depre- sión siguen sin estar claras, pese a que en los últimos años la ciencia se ha topado con algunas pistas, como la conexión que existe entre el funcionamiento del sistema inmune y la tristeza crónica. Georgia Hodes y sus colegas de la Icahn School of Medicine, en el hospital neoyorquino Monte Sinaí, han demostrado que las conductas depresivas suelen estar asociados con una subida de la interleucina-6, proteína que estimula la respuesta inflamatoria y la producción de anticuerpos. De ahí que Hodes sugiera que quizá haya que abordar “el diagnóstico y tratamiento de la depresión como una enfermedad inflamatoria del cuerpo, más que del cerebro”.
Otro trabajo reciente dado a conocer en los Archives of General Psychiatry apuntaba que existe mayor riesgo de depresión en sujetos con niveles elevados de proteína C reactiva (PCR), una sustancia sintetizada por el hígado que se libera a borbotones en caso de inflamación o infección. Por su parte, científicos de la Universidad Hebrea de Jerusalén, en Israel, afirman que este mal está asociado a un descenso de la actividad de las células de la microglía, que son las armas defensivas del cerebro que actúan como guardianes en nuestros procesos de aprendizaje y memoria.
También la carencia de vitamina D, ya sea por falta de exposición a la luz de sol o por ausencia de leche y huevos en la dieta, puede tener efectos demoledores en el estado de ánimo. Así lo confirma una investigación con mujeres deprimidas presentada en la Sociedad Norteamericana de Endocrinología: los síntomas de las afectadas mejoraron sustancialmente después de que tomaran la citada vitamina durante tres meses. Lo mismo puede decirse de la hipocretina, un neurotransmisor cuyo nivel aumenta cuando nos sentimos de buen humor y nos relacionamos con la gente, y que cae en picado al entristecernos. A la luz de un estudio de la Universidad de California en Los Ángeles, la prescripción de esta molécula podría elevar el estado de ánimo de los deprimidos.
¡Y qué decir del estrés! “Los factores genéticos y psicosociales interactúan como desencadenantes de la depresión; si genéticamente estamos desprotegidos, el mínimo acontecimiento vital estresante puede llevar a la tristeza patológica”, explica Francisco Torres, psiquiatra de la Universidad de Granada y fundador de la Red Maristán para la cooperación internacional en estudios de salud mental. Científicos de la Universidad de Washington creen haber dado con el mecanismo molecular que se esconde tras esta relación. Ante una situación estresante, el organismo secreta la hormona liberadora de corticotropina (CRH), que a su vez induce la liberación de dopamina, la hormona del placer y la recompensa. Pero si el estrés se prolonga en el tiempo, este mecanismo se descompensa y el organismo corta el suministro de dopamina, lo que produce tristeza y desgana permanente. Y lo peor es que, pasada la causa del estrés, este estado bioquímico se mantiene durante meses.
Si Neurology revelaba hace poco que la depresión triplica el riesgo de padecer párkinson, científicos de la Clínica Mayo demostraron que multiplica por cuatro el riesgo de morir por fallo cardiaco. Además, un estado depresivo reduce la producción y maduración de nuevas neuronas, lo que a su vez disminuye la capacidad de adaptación al entorno, según una investigación de la Universidad de Santiago de Compostela. Y un estudio genético de la Universidad de Granada ha revelado que el gen FTO, uno de los responsables de la obesidad, también se asocia con este trastorno del estado de ánimo.
El ciclo celular se desbarata, lo que es aprovachado por el cáncer
Con la carga de la depresión a cuestas, la vejez puede adelantarse. El psiquiatra estadounidense Owen Wolkowitz demostró hace poco la relación entre este trastorno y la longitud de los telómeros, estructuras situadas en el extremo de los cromosomas que protegen el ADN del mismo modo que las puntas plásticas lo hacen con los cordones de los zapatos. El acortamiento telomérico se asocia a enfermedades crónicas y muerte prematura. Según Wolkowitz, cuanto más tiempo pasa deprimida una persona, más cortos son los telómeros de sus células.
Por otro lado, los cuadros depresivos trastocan el ritmo circadiano en el cerebro. El reloj corporal interno se desincroniza del tiempo real, y esto puede tener consecuencias importantes, ya que no solo aparecen trastornos del sueño y síntomas de cansancio. En efecto, la ciencia ha comprobado que los ritmos circadianos están ligados al ciclo celular y que, si su funcionamiento se altera, se corre el riesgo de que aparezcan las células cancerosas.
Lo que no pierden los depresivos es la capacidad de percibir el paso del tiempo. Es más, una persona con trastornos anímicos estima mejor que un individuo sano cuántos segundos, minutos u horas han transcurrido entre dos momentos cualesquiera. Diana Kornbrot, experta en psicología matemática de la Universidad de Hertfordshire, en el Reino Unido, asegura que este fenómeno, que ella llama realismo depresivo, se debe a que los afectados por el trastorno prestan menos atención a los estímulos internos.
Los depresivos ven el mundo de color gris. Expertos de la Universidad de Friburgo demostraron que tienen problemas para apreciar diferencias de contrastes del blanco y el negro. Varios estudios neuropsiquiátricos y oftalmológicos señalan que la retina de pacientes con depresión de-
AL NO PODER FIJARSE METAS CONCRETAS, LES CUESTA MÁS RECUPERARSE
tecta peor los cambios de luces. Mediante la técnica del electrorretinograma, los investigadores podían distinguir a un individuo deprimido de uno sano, y concluían que esa pérdida de la capacidad de percibir contrastes visuales hacía que el mundo les pareciera un lugar poco placentero.
Otro síntoma de las personas con depresión es que tienden a generalizar y, por tanto, se proponen objetivos menos concretos que las demás. Eso hace que no luchen por alcanzarlos y que su estado no mejore. Un depresivo plantea, por ejemplo: “Voy a tener hábitos más saludables”, mientras que si estuviera sano diría esto otro: “Voy a correr veinte minutos cada mañana”. Por eso, el psicólogo estadounidense Rollo May definía este mal como “la incapacidad de construirse un futuro”.
Mujer, dime cómo vistes y sabré tu estado de ánimo
A esta imposibilidad hay que sumar un sentimiento de culpa exacerbado, como se ha podido constatar mediante escáneres cerebrales. Quienes lo padecen apenas se enfadan con los demás o con el mundo, pero se sienten responsables y culpables de todo. La causa podría ser que el lóbulo temporal del cerebro, que distingue el comportamiento social apropiado del inadecuado; y la región del cíngulo subgenual, vinculada a la culpabilidad e hiperactivad en pacientes deprimidos, no funcionan de manera sincronizada.
Otro estudio de la psicóloga británica Karen Pine, de la Universidad de Hertfordshire, reveló que el 57% de las mujeres deprimidas tendían a descuidar su aspecto y a ponerse camisetas anchas, mientras que solo un 2% optaban por este atuendo cuando se sentían felices. Asimismo, solamente el 2% de las encuestadas se pondrían su vestido favorito en un día anímicamente gris, frente a un 62% que lo llevarían en momentos de buen humor.
Los olvidos frecuentes –por ejemplo, no recordar dónde hemos aparcado el coche– también pueden indicar depresión, según demostraron científicos de la Universidad Brigham Young, en EE. UU. La razón no se debe a la amnesia, sino a que la tristeza crónica lleva a prestar poca atención a los detalles, que no se almace- nan en la memoria, y, por lo tanto, los recuerdos nuevos se desdibujan.
Por su parte, un estudio de la Universidad Estatal de Nueva York revela que los países donde la depresión golpea más fuerte son Francia, con una prevalencia del 21%, EE. UU. (19,2%), Brasil (18,4%), Holanda (17,9%) y Nueva Zelanda (17,8%). España es el décimo, con un 10,6% de la población afectada. Las mujeres son dos veces más propensas a deprimirse, y de 25 a 35 años es la franja de edad más peligrosa. También son causas habituales de esta enfermedad las separaciones y divorcios.