Aquí viviría E.T.
Existen lugares en la Tierra cuyas condiciones ultra-extremas en nada envidian a las que reinan en ciertas lunas y planetas, y donde prosperan criaturas que ofrecen pistas sobre cómo sería la vida extraterrestre.
En la Tierra hay sitios tan ultraextremos como los de otros planetas y lunas, donde prosperan criaturas que ofrecen pistas sobre cómo sería la vida extraterrestre.
En la cada vez más febril búsqueda de ambientes habitables en otros mundos dentro y fuera del Sistema Solar, los astrobiólogos han descubierto que no hace falta bucear en los lagos de metano de Titán –una de las lunas de Saturno–, horadar las rocas marcianas o sumergirse bajo la espesa capa de hielo de Europa –satélite de Júpiter– para hallar vida extraterrestre y cómo sería esta. Para lo segundo, existen en nuestro propio planeta rincones que albergan microorganismos tan asombrosamente resistentes, obstinados y adaptables a ambientes como los extremos que reinan en otros mundos.
A la espera de que la tecnología, la voluntad política y el dinero permitan lo ideal, que es llegar directamente a esos lugares lejanos en busca de trazas de vida, científicos como Chris McKay, astrobiólogo del Centro de Investigación Ames de la NASA, en California, estudian parajes terrestres que guardan ciertas similitudes con algunos planetas y satélites vecinos. Su objetivo es buscar y reconocer huellas de vida en ambientes que pueden considerarse incompatibles con ella tal y como la conocemos. Así se obtiene un profundo conocimiento de la enorme diversidad metabólica terrestre, fundamental para las misiones interplanetarias ya en curso, como la del Curiosity en Marte, adonde el vehículo robótico de la NASA llegó en agosto de 2012. Este róver, un verdadero laboratorio rodante, busca indicios de vida en el planeta rojo. Los datos recabados por los investigadores en la Tierra pueden ser fundamentales para que el Curiosity explore donde debe y lo que debe. En juego están las preguntas sobre lo que es la vida, cómo podemos definirla, cuáles son los requerimientos para que exista y dónde se hallan sus límites (temperatura, salinidad, acidez...).
Los exobiólogos analizan qué hace falta para que surja la vida
La formación de la corteza terrestre, los océanos y la atmósfera son procesos que aún no comprendemos bien. Sí se sabe que hace unos 3.500 millones de años, época en la que los investigadores sitúan los orígenes de la vida, la Tierra era un lugar mucho más caliente que hoy: la temperatura de su superficie oscilaba entre los 55 y los 85 grados centígrados, justo el rango donde prosperan muchos extremófilos, los microorganismos que viven en condiciones extremas. En ese tiempo nuestro hogar podía definirse como una concentración en continua transformación, pero inerte, de rocas, gases y agua. Entonces ¿cómo pudo surgir la vida de la no vida?
La respuesta podría encontrarse en la química, específicamente en el estudio de los compuestos que contienen hierro y azufre. En el laboratorio, minerales como la pirita, que posee estos dos elementos, han producido reacciones químicas que han servido como base a una hipótesis sobre el origen de la vida: hierro y azufre podrían haber jugado un papel importante en la formación de aminoácidos, sustancias químicas orgánicas que son los componentes fundamentales de las proteínas, constituyentes de las células de animales y vegetales.
Si ese tipo de reacción sucedió aquí y dio paso a la formación de la vida, algo similar pudo haber ocurrido en otros rincones del universo, e incluso con más facilidad: los astrobiólogos han acuñado el concepto de superhabitabilidad para aludir a la posibilidad de que haya planetas y lunas todavía más favorables para vivir que la Tierra.
En las próximas páginas vamos a visitar algunos de los emplazamientos más extremos de nuestro planeta, lugares donde McKay y otros expertos de organizaciones como la Universidad de Montana, el Instituto de Astrobiología de la NASA y el Centro de Astrobiología español buscan las claves del surgimiento de la vida, que tal vez nos ayuden a encontrarla muy lejos de aquí.