Nuestra primera línea de defensa
Equipos de científicos, fuerzas del orden y servicios de prevención repartidos por nuestro país tratan de garantizar la seguridad ante cualquier desastre. El riesgo cero no existe, pero ¿podemos estar tranquilos?
En 2013, 26.000 personas murieron en todo el mundo como consecuencia de alguna catástrofe natural, según un informe de la aseguradora Swiss Re. Filipinas y la India se llevaron la peor parte. El tifón Haiyan, uno de los más violentos registrados, acabó con 6.500 vidas en el país isleño y dejó a cuatro millones de sus habitantes sin hogar. Poco antes, en el estado himalayo de Uttarakhand, las inundaciones se cobraron 6.000 víctimas mortales.
A menudo percibimos esos episodios como algo lejano, pero lo cierto es que el riesgo es un fenómeno deslocalizado. Es verdad que en nuestro país es improbable que ocurra una tragedia como la que ocasionó el huracán Katrina, que en 2005 devastó el sudeste de EE. UU., pero, por ejemplo, contamos con seis centrales nucleares en funcionamiento y existen zonas de riesgo sísmico en la península ibérica. ¿Podría repetirse en nuestra geografía un desastre como el de Fukushima? ¿Es posible que despierte de forma catastrófica algún volcán en las Canarias?
En MUY hemos consultado a distintos expertos para identificar cuáles son las principales amenazas a las que nos enfrentamos, qué medidas se toman para prevenirlas y qué protocolos se activan en caso de producirse una emergencia. Lamentablemente, no contamos con declaraciones de fuentes del Ministerio de Sanidad o
del Instituto de Salud Carlos III. Tampoco desde el Ministerio de Defensa y el Consejo de Seguridad Nuclear han respondido a nuestras preguntas. “No es de extrañar esta actitud. El asunto de los riesgos es poco grato para los políticos, pues al final se trata de hablar de víctimas. No obstante, debemos exigir la máxima transparencia en este sentido. Cuanto más informados estemos, más seguros viviremos”, afirma Jorge Olcina, catedrático de Análisis Geográfico en la Universidad de Alicante y experto en contingencias naturales.
Quizá, la amenaza ante la que más sensibilizada está nuestra sociedad es el terrorismo. Desde que ETA abandonó la lucha armada en octubre de 2011 hemos dejado de vivir con la sensación de constante peligro. Al menos eso se desprende de los últimos barómetros del CIS, en los que esta forma de violencia ya no se encuentra entre las principales preocupaciones de los ciudadanos. Pero, al parecer, no podemos respirar aliviados. “El terrorismo es una amenaza para España de la misma forma que lo es para el resto de Occidente. Debemos mantener la guardia”, asegura Manuel Sánchez, catedrático de Parasitología en la Universidad de Granada (UGR) y director de uno de los escasos estudios especializados en este fenómeno que se imparten en nuestro país, el Máster sobre Fenomenología Terrorista de la UGR (terrorismomasterugr.es).
El Ministerio del Interior establece un sistema de cuatro niveles de alerta. Actualmente, España mantiene el dos alto, el mismo que Bélgica, EE. UU., el Reino Unido o Marruecos, por la amenaza de las organizaciones yihadistas. “Uno de los mayores peligros es que los terroristas intenten hacerse con armas químicas, nucleares o biológicas gracias a los contactos que tienen con la delincuencia organizada. También podrían tratar de desarrollarlas algunos de sus miembros con conocimientos universitarios”, explica Adolfo Estévez, coordinador de la red de análisis de seguridad global Red Safe World.
Un entramado de laboratorios para lidiar con el bioterrorismo
En 2001, tras los atentados del 11-S en EE. UU., numerosas personas comenzaron a recibir sobres que contenían polvos blancos; algunos no eran más que yeso, pero otros eran esporas de Bacillus anthracis, que pueden ser letales. “Aquel suceso demostró que ningún país estaba preparado para hacer frente al bioterrorismo”, opina Luis Martín Otero, coronel veterinario en la reserva que lleva trabajando en este tipo de amenazas desde 1995 y que gestionó la crisis del ántrax en España desde el Centro de Investigación en Sanidad Animal.
Tras aquel episodio, y por orden de la presidencia del Gobierno, montó la Red de Laboratorios de Alerta Biológica (RELAB), gestionada por el Instituto de Salud Carlos III y encargada de lidiar con las amenazas bioterroristas. Actualmente, Martín es coordinador de la RE-LAB en el Centro de Vigilancia Sanitaria Veterinaria. “Se trata de un riesgo real”, indica. “Por nuestra situación estratégica y geográfica, somos un caldo de cultivo perfecto para los terroristas. Tenemos que estar listos. De hecho, un informe de Al Qaeda revelaba que estaban investigando la transmisión de enfermedades con vectores, esto es, con insectos”. Ante un ataque así, el Ejército se haría cargo, pues cuenta con especialistas en defensa NBQ (siglas de nuclear, biológico y químico); existe un regimiento en Valencia preparado para ello cuyos miembros formaron a los sanitarios de Madrid para actuar ante el ébola.
Las cosas se pueden poner bastante más feas cuando la amenaza proviene del espacio. “Nuestro planeta es bombardeado continuamente por objetos que miden desde pocas micras hasta varios metros. Cada año recibimos unas 80.000 toneladas de material extraterrestre”, explica Josep Maria Trigo, astrofísico del Instituto de Ciencias del Espacio. “Afortunadamente, el flujo de grandes cuerpos que
pasan cerca de nosotros es relativamente pequeño”. Es algo a tener muy en cuenta. El año pasado, un asteroide de 18 metros de diámetro impactó en una zona deshabitada a 80 km de Cheliábinsk, al sur de los Urales, y liberó una energía treinta veces superior a la de la bomba atómica que arrasó Hiroshima. A finales del pasado octubre, se tenían controladas 11.501 rocas espaciales próximas a la Tierra de las que 1.508 se consideran potencialmente peligrosas, es decir, con órbitas que pasan ro
zando la nuestra. De esas, únicamente 155 poseen cerca de un kilómetro de diámetro y podrían constituir una amenaza global.
Existen protocolos internacionales establecidos para alertar a los Gobiernos y a la población en el caso de que fuese a producirse un impacto. “Estamos estudiando distintas técnicas para poder desviar estos cuerpos o destruirlos”, explica Trigo. “Eso sí, habría que valorar esta última opción, ya que la mayoría de ellos están constitui- dos por montones de escombros que, en caso de ser atacados de algún modo, podrían desparramarse y dañar zonas más amplias”, añade este investigador, autor de Las raíces cósmicas de la vida. Y en todo ello, hay que tener en cuenta que las catástrofes naturales pueden complicarse aún más si afectan a ciertas instalaciones, como las centrales nucleares.
Sensores de alerta temprana y equipos listos las 24 horas
El 11 de marzo de 2011 se registró en la costa noreste de Japón un terremoto de magnitud nueve en la escala de Richter que desencadenó un gigantesco tsunami, corrimientos de tierra y el mayor desastre atómico desde el acaecido en Chernóbil, en 1981. Hubo 15.854 muertos y más de 300.000 desplazados. “Pero ¿sabes cuánta gente falleció por culpa de la central?”, pregunta Javier Dies, catedrático de Ingeniería Nuclear de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC). “¡Ninguna! Y tampoco morirá nadie en el futuro debido a la radiactividad”, indica. Una central nuclear es como un búnker, sumamente resistente, explica este experto. La japonesa aguantó bien el terremoto y el posterior maremoto. El problema fue la refrigeración. La fisión nuclear genera altísimas temperaturas y mucho calor residual, suficiente para fundir el reactor y dejar escapar la radiactividad. Para evitarlo, existen diversos sistemas de enfriamiento, alimentados por varias líneas de electricidad y, por si fallan, motores diésel. “En Fukushima, estos no estaban bien protegidos; se inundaron y quedaron inutilizados”, explica Dies.
En España, que cuenta con seis centrales, se decidió aumentar las medidas de prevención con la creación del Centro Nacional de Apoyo en Emergencias, ubicado en San Sebastián de los Reyes, donde se mantiene una unidad especializada capaz de intervenir en menos de veinticuatro horas en cualquier desastre nuclear que se produjese en nuestro país. “Los protocolos del Consejo de Seguridad Nuclear son similares a los de otros países europeos. La mayoría están dictados por el Organismo Internacional de Energía Atómica, que depende de la ONU”, señala Dies.
Las centrales suelen estar ubicadas en lugares poco habitados –en los alrededores de cada una hay detectores de radiactividad que realizan mediciones continuamente– y cuentan con planes de evacuación para las poblaciones situadas a
EL DESASTRE NATURAL RECURRENTE QUE MÁS DAÑOS CAUSA EN LOS PAÍSES EUROPEOS SON LAS INUNDACIONES
menos de 30 km. En esos municipios existen reservorios de pastillas de yodo que se deben administrar a los ciudadanos para evitar que determinados isótopos radiactivos afecten a la glándula tiroides, responsable, entre otras cosas, del crecimiento. Protección Civil sería la encargada de evacuar a la población.
“El riesgo de que ocurra un accidente nuclear es mucho menor de que tengas un percance con el coche”, matiza Dies, que lideró un estudio de la UPC en el que se analizaba de forma probabilística el riesgo de que se produjera una desgracia en alguna de las centrales de nuestro país. “Desarrollamos más de 3.000 escenarios dis- tintos para cada una; las probabilidades de que tenga lugar un desastre son realmente muy bajas”.
Por el contrario, los vertidos en el mar, una de las amenazas más graves para los ecosistemas oceánicos, son mucho más frecuentes. Por ejemplo, en 2007, el mercante Don Pedro, cargado con 150 toneladas de gasóleo, chocó con un islote y se hundió cerca del puerto de Ibiza. Esto ocasionó un importante derrame, algo que, por desgracia, no es inusual en el Mediterráneo. “Solo somos conscientes de los episodios más llamativos, pero cada año se producen incidentes de este tipo, sobre todo como consecuencia de operaciones de carga y descarga y de la limpieza de las sentinas”, se lamenta Alejandro Orfila, investigador del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA), un centro mixto del CSIC y la Universidad de las Islas Baleares. Y es que el Mare Nostrum es la tercera región del mundo con más riesgo de accidente marítimo, solo superada por el golfo de México y el noreste de EE. UU.
La lucha contra los vertidos requiere mejores sistemas de control
Tras lo ocurrido con el petrolero Prestige en 2002, que originó un desastre ecológico sin precedentes en España cuando se fue a pique frente a las costas gallegas, se endureció la regulación y mejoró la seguridad. Pero no es suficiente. Para Orfila, “los riesgos y los daños causados por este tipo de sucesos se pueden reducir mediante sistemas de control más eficientes”. Eso es lo que persigue, por ejemplo, el proyecto europeo TOSCA, en el que participan los centros españoles IMEDEA e ICM-CSIC, ambos con gran experiencia en el estudio de vertidos. Su objetivo es mejorar la toma de decisiones en caso de que se produzca uno. Para ello, se ha construido una red de observación que integra radares de alta frecuencia y boyas de deriva que aportan datos sobre las corrientes y otras condiciones del me-
dio marino. A partir de la información que suministran y las predicciones meteorológicas se crean modelos que permiten llevar a cabo simulaciones realistas.
En el caso de producirse un incidente, Salvamento Marítimo se encargaría de la coordinación. Este organismo dispone de aviones equipados con cámaras y radares capaces de detectar hidrocarburos en el mar; a ello se sumarían las observaciones por satélite proporcionadas por la Agencia Europea de Seguridad Marítima. Salvamento también posee buques preparados para la recogida de vertidos en alta mar.
Erupciones en Canarias y terremotos en el noroeste de la Península
El equipamiento y la coordinación entre las instituciones y servicios de emergencia son igualmente fundamentales a la hora de afrontar cualquier catástrofe natural. España es uno de los países europeos con mayor nivel de riesgo en este sentido, tal como recoge el Observatorio Europeo de Ordenación del Territorio. “Muchas de las muertes que ocasionan estos fenómenos se podrían evitar con políticas de preven- ción”, afirma Olcina. Estamos, sobre todo, expuestos a inundaciones, terremotos y erupciones volcánicas, aunque el peligro varía mucho de una región a otra. Por ejemplo, solo en las Canarias existe un cierto riesgo de experimentar una erupción, mientras que en el sur, el levante y el noroeste de la península ibérica es más probable sufrir un seísmo.
“Conocemos las herramientas para gestionar estas catástrofes, pero necesitamos mejorar la ordenación del territorio y predecir con fiabilidad qué zonas están sujetas a qué tipo de riesgos”, razona Antonio Cendrero, profesor emérito de Geodinámica de la Universidad de Cantabria y miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Cuando ocurre un terremoto, como el de Lorca (Murcia), en 2011, primero actúan Protección Civil, los bomberos y las fuerzas de seguridad locales. Si el evento sobrepasa las capacidades del municipio afectado, se activan los mismos cuerpos, pero a escala autonómica. Y si la comunidad lo necesita, soli- cita la participación de medios estatales, como la Guardia Civil o la Unidad Militar de Emergencias. Esto se gestiona desde la Dirección General de Protección Civil y Emergencias (DGPCE) del Ministerio del Interior. En última instancia, si se tratase de una crisis nacional, debería hacerse cargo el propio ministro del Interior, tal como explica Gregorio Pascual, jefe del Área de Riesgos Naturales de la DGPCE, para quien “la gestión de lo ocurrido en Lorca, en concreto, fue impecable; en la primera noche ya había un hospital de campaña instalado para acoger a las personas que tuvieran necesidad de dormir fuera de casa”.
Con las inundaciones y los incendios, más vale prevenir
Las inundaciones son de lejos las catástrofes naturales que afectan con mayor frecuencia e intensidad a todos los países europeos, incluido España. Una guía publicada por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente define las zonas inundables de nuestro país para que no se construya en ellas y se eviten episodios trágicos, como el del camping de Biescas (1996), en Huesca, en el que murieron 87 personas como consecuencia de una riada. Además, existe un sistema de alertas: una red de sensores distribuidos en las cuencas de los ríos monitorizan el aumento de su caudal y dan la alarma si este sube demasiado. Los incendios son otro desastre recurrente. Hasta hace poco, se dedicaban grandes esfuerzos a tratar de averiguar sus causas y disponer del equipo humano y los recursos necesarios para sofocarlos. Ahora, según explica Marc Castellnou, inspector del cuerpo de bomberos y jefe del Área de Incendios Forestales de Cataluña, “hemos entendido que es clave la prevención, limpiar el bosque y reducir la carga de combustible que puede quemar, como matojos o arbustos, y romper su continuidad”. En este sentido, la tecnología resulta una aliada muy útil. A través de las redes sociales, por ejemplo, se pueden obtener imágenes de lo que está ocurriendo antes incluso de que las unidades de bomberos desplazadas puedan enviar información, y ya se utilizan drones para realizar reconocimientos antes de que actúen los servicios de extinción. Incluso se utilizan simulaciones procedentes de cuarenta centros repartidos por todo el planeta para estudiar posibles escenarios y optimizar la respuesta.
LOS BOMBEROS Y PROTECCIÓN CIVIL SUELEN INTERVENIR EN PRIMER LUGAR