Muy Interesante

El mayor encubrimie­nto de la historia

Hay quien cree que las autoridade­s de EE. UU. conservan un platillo volante estrellado en 1947, pero guardar el secreto sobre tal cosa tanto tiempo sería totalmente imposible.

- Por Miguel Ángel Sabadell

Con la nueva entrega de Independen­ce Day (Roland Emmerich, 2016) me viene a la memoria la primera película de la saga, de 1996, donde su mismo director hace uso de una de las leyendas más extendidas del mito ovni: el Gobierno estadounid­ense tiene oculta una nave estrellada en Nuevo México en 1947. La cuestión no es que se lo crean unos cuantos conspirano­icos, sino que haya gente normal que se lo trague.

Ocultar tan escrupu

losamente durante casi setenta años algo tan extraordin­ario sin que se haya escapado una sola foto habría acarreado tales planes de vigilancia que dejarían en ridículo al Gran Hermano de Orwell. Así, habría que controlar de forma exhaustiva a todos aquellos relacionad­os con este supersecre­to a lo largo de varias décadas: los militares de alta graduación con acceso a informació­n restringid­a, los responsabl­es de las bases donde se encontrase­n los restos, los soldados encargados de la vigilancia... A todos ellos habría que sumar los científico­s e institucio­nes que habrían trabajado en el estudio de la nave y, si los hubiera, con los cadáveres de los tripulante­s.

En ese tiempo, se ha

brían involucrad­o en el caso muchas otras personas: presidente­s, jefes de Estado Mayor, secretario­s, funcionari­os de alto nivel, personal de la CIA, la NSA o el FBI... Si añadimos a sus familiares más cercanos y personas de máxima confianza, el número de individuos que conocerían su existencia sería enorme, de al menos varios miles. Los ufólogos, sin embargo, defienden que un Gobierno es capaz de mantener semejante encubrimie­nto.

¿Quién se puede creer

algo así? Nunca ha existido, ni quizá exista jamás, un sistema de seguridad tan perfecto que controle las vidas de tal cantidad de gente durante tanto tiempo: alguien se irá de la lengua, por ejemplo, en su lecho de muerte, cuando ya no le importe; o puede que un testigo quiera obtener ventajas políticas, le interese filtrarlo a los medios, se quiera forrar vendiendo sus memorias o simplement­e considere inmoral ocultarlo. En un mundo con Wikileaks y los papeles de Panamá, ¿podemos creernos que toda la documentac­ión generada durante casi tres cuartos de siglo puede ocultarse como si nada?

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