El mayor encubrimiento de la historia
Hay quien cree que las autoridades de EE. UU. conservan un platillo volante estrellado en 1947, pero guardar el secreto sobre tal cosa tanto tiempo sería totalmente imposible.
Con la nueva entrega de Independence Day (Roland Emmerich, 2016) me viene a la memoria la primera película de la saga, de 1996, donde su mismo director hace uso de una de las leyendas más extendidas del mito ovni: el Gobierno estadounidense tiene oculta una nave estrellada en Nuevo México en 1947. La cuestión no es que se lo crean unos cuantos conspiranoicos, sino que haya gente normal que se lo trague.
Ocultar tan escrupu
losamente durante casi setenta años algo tan extraordinario sin que se haya escapado una sola foto habría acarreado tales planes de vigilancia que dejarían en ridículo al Gran Hermano de Orwell. Así, habría que controlar de forma exhaustiva a todos aquellos relacionados con este supersecreto a lo largo de varias décadas: los militares de alta graduación con acceso a información restringida, los responsables de las bases donde se encontrasen los restos, los soldados encargados de la vigilancia... A todos ellos habría que sumar los científicos e instituciones que habrían trabajado en el estudio de la nave y, si los hubiera, con los cadáveres de los tripulantes.
En ese tiempo, se ha
brían involucrado en el caso muchas otras personas: presidentes, jefes de Estado Mayor, secretarios, funcionarios de alto nivel, personal de la CIA, la NSA o el FBI... Si añadimos a sus familiares más cercanos y personas de máxima confianza, el número de individuos que conocerían su existencia sería enorme, de al menos varios miles. Los ufólogos, sin embargo, defienden que un Gobierno es capaz de mantener semejante encubrimiento.
¿Quién se puede creer
algo así? Nunca ha existido, ni quizá exista jamás, un sistema de seguridad tan perfecto que controle las vidas de tal cantidad de gente durante tanto tiempo: alguien se irá de la lengua, por ejemplo, en su lecho de muerte, cuando ya no le importe; o puede que un testigo quiera obtener ventajas políticas, le interese filtrarlo a los medios, se quiera forrar vendiendo sus memorias o simplemente considere inmoral ocultarlo. En un mundo con Wikileaks y los papeles de Panamá, ¿podemos creernos que toda la documentación generada durante casi tres cuartos de siglo puede ocultarse como si nada?