El negocio del internet de las cosas médicas somos nosotros
Nuestros datos sanitarios no son tan confidenciales como creemos. De hecho, por distintas razones suelen acabar en poder de las grandes empresas farmacéuticas.
De todos nuestros datos íntimos, desde la filiación política a la preferencia sexual, los médicos son los que más vulnerables nos hacen, a nosotros y a las personas que tenemos alrededor. Por eso, su virtud está amparada por decenas de leyes, desde el derecho fundamental a la intimidad personal hasta la ley de técnicas de reproducción asistida humana o la ley de protección de la salud del deportista y lucha contra el dopaje.
Antes era fácil protegerlos, porque eran fichas
en un archivador cerrado con llave. Para robarlos había que estar físicamente en la habitación, pues eran únicos, como una obra maestra de la pintura. Hoy se nos escapan de las manos por dejadez, interés económico, comodidad y, lo que resulta más frecuente, pura tontería.
Por ejemplo, ocurrió cuando unos hospitales públicos
de Fuenlabrada y Cuenca cedieron las listas de espera a clínicas privadas para despejar tapones. “Se ha detectado una incidencia puntual”, dicen los responsables cuando los pillan. Solo que la privacidad es binaria: o se tiene o no se tiene. Y también es retrospectiva, vírica y persistente. Una vez que has filtrado los datos sanitarios de los pacientes, el futuro de estos resulta inseparable de su pasado.
Este tipo de información es un nuevo filón:
Google, Apple o Facebook tienen hoy sus propias divisiones de tecnología médica, basadas en datos que les damos nosotros voluntariamente. El internet de las cosas médicas no es un nicho de mercado. Es el salvaje Oeste. Las grandes empresas conservan nuestros datos para vendernos servicios; las pequeñas, para sacarse un dinero extra; y las agencias de inteligencia lo hacen por si les hacemos falta un día.
¿A quien se los venden? A los
databrokers, que compran los datos al peso y los revenden, principalmente, a las grandes farmacéuticas. Nos empaquetan en listas de personas con depresión clínica, mujeres que han sufrido maltrato, niños que han crecido sin padre, padres que han perdido un bebé... Cada vez que ponemos un dato de un paciente en el mercado, acaba en manos de esa gente. Cada vez que los regalamos para medir nuestras constantes vitales mientras vamos a correr, nos ponemos nosotros mismos.