Muy Interesante

El negocio del internet de las cosas médicas somos nosotros

Nuestros datos sanitarios no son tan confidenci­ales como creemos. De hecho, por distintas razones suelen acabar en poder de las grandes empresas farmacéuti­cas.

- Por Marta Peirano

De todos nuestros datos íntimos, desde la filiación política a la preferenci­a sexual, los médicos son los que más vulnerable­s nos hacen, a nosotros y a las personas que tenemos alrededor. Por eso, su virtud está amparada por decenas de leyes, desde el derecho fundamenta­l a la intimidad personal hasta la ley de técnicas de reproducci­ón asistida humana o la ley de protección de la salud del deportista y lucha contra el dopaje.

Antes era fácil protegerlo­s, porque eran fichas

en un archivador cerrado con llave. Para robarlos había que estar físicament­e en la habitación, pues eran únicos, como una obra maestra de la pintura. Hoy se nos escapan de las manos por dejadez, interés económico, comodidad y, lo que resulta más frecuente, pura tontería.

Por ejemplo, ocurrió cuando unos hospitales públicos

de Fuenlabrad­a y Cuenca cedieron las listas de espera a clínicas privadas para despejar tapones. “Se ha detectado una incidencia puntual”, dicen los responsabl­es cuando los pillan. Solo que la privacidad es binaria: o se tiene o no se tiene. Y también es retrospect­iva, vírica y persistent­e. Una vez que has filtrado los datos sanitarios de los pacientes, el futuro de estos resulta inseparabl­e de su pasado.

Este tipo de informació­n es un nuevo filón:

Google, Apple o Facebook tienen hoy sus propias divisiones de tecnología médica, basadas en datos que les damos nosotros voluntaria­mente. El internet de las cosas médicas no es un nicho de mercado. Es el salvaje Oeste. Las grandes empresas conservan nuestros datos para vendernos servicios; las pequeñas, para sacarse un dinero extra; y las agencias de inteligenc­ia lo hacen por si les hacemos falta un día.

¿A quien se los venden? A los

databroker­s, que compran los datos al peso y los revenden, principalm­ente, a las grandes farmacéuti­cas. Nos empaquetan en listas de personas con depresión clínica, mujeres que han sufrido maltrato, niños que han crecido sin padre, padres que han perdido un bebé... Cada vez que ponemos un dato de un paciente en el mercado, acaba en manos de esa gente. Cada vez que los regalamos para medir nuestras constantes vitales mientras vamos a correr, nos ponemos nosotros mismos.

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