Cuando la muerte llega por el aire
Los aviones de guerra suponen un caso extremo de evolución vertiginosa: surgieron en poco menos de una década después del histórico primer vuelo a motor, el de los hermanos Orville y Wilbur Wright (1903). Los biplanos comenzaron a montar ametralladoras en la carlinga del piloto, pero surgió el problema de cómo disparar a través de la hélice sin dañarla y sin tener que protegerse de las balas que rebotaban. Los alemanes lo solucionaron al sincronizar las ametralladoras con el motor, de forma que los proyectiles pudieran pasar entre las hojas de la hélice sin tocarlas. Los franceses copiaron este mecanismo a las pocas semanas.
Y YO MÁS. La construcción de aviones más rápidos y letales entró en una espiral creciente durante la Primera Guerra Mundial que se agudizó con la segunda, en la que surgió una especialización, según Douglas Emlen. Los bombarderos necesitaban transitar por rutas de vuelo estables y fijas para maximizar el lanzamiento de las bombas y su efectividad, y eran lentos y pesados. Es decir, blancos fáciles. Por ello, los ingenieros diseñaron carlingas en el vientre de esos aparatos, provistas de ametralladoras concebidas para disparar en todas las direcciones.
Con la llegada de los aviones supersónicos a reacción, capaces de maniobras a gran velocidad y sometidos a fuertes aceleraciones, las limitaciones físicas de los pilotos se convirtieron en el mayor problema para la maniobrabilidad de las aeronaves, señala Emlen. Fueron necesarios sistemas electrónicos de control que evitasen acrobacias involuntarias en las que los pilotos llegaban a desmayarse.
Los aviones no tripulados o drones, manejados por control remoto o mediante señales de satélite, son por ahora el último episodio de esta historia. La Fuerza Aérea de los EE. UU. recurre cada vez más a ellos. ¿Se convertirán los pilotos humanos en una rareza en un futuro no demasiado lejano?