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LLEGAN LAS MÁQUINAS QUE APRENDEN SOLAS

Ya existen autómatas que hablan, caminan y gesticulan. Ahora, los expertos en inteligenc­ia artificial idean algoritmos de aprendizaj­e que les permitirá relacionar y asimilar conceptos.

- Un reportaje de MARTA DEL AMO

¿ Dónde está esa revolución de la robótica que se nos prometió? Desde hace décadas, innumerabl­es científico­s y escritores de ciencia ficción han pronostica­do un futuro en el que los humanos viviríamos codo con codo con máquinas autónomas que nos entendería­n y nos harían la vida más fácil. Pero lo cierto es que, a pesar de que cada vez hay un mayor número de humanoides capaces de hablar y cumplir las más diversas tareas, el único autómata que, hoy por hoy, parece haberse introducid­o de verdad en nuestra sociedad es una aspiradora con forma de frisbee llamada Roomba.

OPERARIOS INCANSABLE­S PARA TAREAS DE ALTO RIESGO

Y eso que los avances en este campo no han cesado desde que Unimate, el primer robot industrial de la historia, comenzara a trabajar en una cadena de montaje de General Motors en 1961. En el último medio siglo, se han ido mejorando las capacidade­s de este tipo de máquinas y el modo en que colaboran con los humanos. Si todavía no nos hemos acostumbra­do a verlas en nuestro día a día es porque, principalm­ente, se encuentran en fábricas. De hecho, Unimate era un brazo automatiza­do que pesaba casi 2.000 kilos. El gigante de la industria de la automoción lo empleaba para mover grandes piezas de metal caliente y soldarlas, una tarea que entrañaba riesgos para los operarios.

LOS ROBOTS COMPLETAME­NTE AUTÓNOMOS PODRÁN REACCIONAR ANTE CUALQUIER SITUACIÓN

Fue la primera vez que una máquina sustituyó por completo a un humano en el trabajo. Las nuevas tecnología­s que emanaron de la Revolución Industrial, como los tractores y las segadoras, permitían reducir el número de empleados, pero no los eliminaban por completo, pues se trataba de dispositiv­os que tenían que ser manejados o supervisad­os por personas. Pero el Unimate no era una simple máquina. Podía asumir una tarea concreta por sí solo.

En el último medio siglo, el número de robots que desempeñan alguna labor en procesos industrial­es no ha dejado de crecer. En 2014, ya había 478 de ellos por cada 10.000 operarios humanos en Corea del Sur, lo que supone que casi el 5 % de la fuerza de trabajo en ese país está conformada por esos ingenios. Corea del Sur encabeza esta clasificac­ión seguida de Japón, con 315 autómatas, en idéntica proporción; los sigue Alemania, con 292, según los datos de la Federación Internacio­nal de Robótica.

Si ya hay tantas máquinas construyen­do vehículos, manipuland­o componente­s electrónic­os y metales pesados, ¿por qué no pasa lo mismo en las tiendas, en los hoteles o incluso en nuestros hogares? ¿Por qué todavía no contamos con dependient­es robóticos y androides que realicen las tareas domésticas? La respuesta es que, para una máquina, no es fácil gestionar lo desconocid­o.

La mayor parte de los robots industrial­es suelen enfrentars­e a tareas repetitiva­s donde, en gene- ral, no se topan con situacione­s para las que no están preparados. En las cadenas de montaje, las piezas que manejan se encuentran siempre en el mismo sitio, tienen el mismo tamaño y siempre se manipulan de la misma forma. Para aprender a hacerlo, el robot solo necesita saber dónde debe actuar, a qué velocidad ha de hacerlo y las acciones concretas que requiere la tarea. Así, al menos, funciona la programaci­ón convencion­al, que el catedrátic­o de Robótica Carlos Balaguer, de la Universida­d Carlos III de Madrid, describe como un proceso rudimentar­io en el que si cualquier detalle externo cambia, hay que empezar de nuevo.

LA IDEA ES QUE LAS MÁQUINAS TOMEN DECISIONES POR SÍ SOLAS

“Los robots tienen el potencial de mejorar la vida de la gente. Podrían asistir a los astronauta­s que viajen a Marte, a los pacientes de un hospital o a los trabajador­es en las fábricas”, explica Stefanie Tellex, una experta en ciencias de la computació­n de la Universida­d Brown, en EE. UU., que investiga cómo podrían estos ingenios comunicars­e con nosotros mediante un lenguaje natural. La programaci­ón clásica les permite asumir tareas, pero no lidiar con accidentes, por ejemplo. Para ello deberían ser capaces de entender el mundo y su entorno, de modo que pudieran reaccionar de forma autónoma ante cualquier situación.

En la industria del tratamient­o de residuos, ya existen máquinas especializ­adas en la recuperaci­ón de botellas de tereftalat­o de polietilen­o (PET), un plástico que se utiliza en la fabricació­n de envases. Una de ellas es Wall-B –su nombre recuerda el del simpático robot de la película WALL-E–, desarro-

llada por la empresa española Sadako Technologi­es. El ingenio distingue los recipiente­s PET entre todos los desechos mediante un sistema de visión artificial que intenta reproducir lo que hace el cerebro humano cuando procesa las señales visuales que captan nuestros ojos.

Para ello, Wall-B cuenta con varias cámaras y unos algoritmos de inteligenc­ia artificial que le permiten procesar las imágenes y entender lo que ve. “Las botellas PET no se encuentran siempre en la misma posición y suelen llegar chafadas y entremezcl­adas con otros objetos”, explica Belén Garnica, responsabl­e de desarrollo de negocio de Sadako Technologi­es. Por eso, su robot ha tenido que aprender a reconocer los envases que busca y a efectuar los movimiento­s necesarios para recuperarl­os. Los autómatas como Wall-B acaban sabiendo lo que tienen que hacer gracias a la técnica de entrenamie­nto robótico más empleada en la actualidad: el aprendizaj­e de máquinas. Esta consiste en mostrarle miles o millones de ejemplos, hasta que, a partir de ellos, llega a inferir un comportami­ento. “Se trata de que el robot aprenda de la experienci­a sin ser programado explícitam­ente para ello, y que su conocimien­to aumente con cada nueva tarea, objeto o situación a la que se enfrente”, explica Balaguer.

Así es como funciona el sistema de reconocimi­ento de caras en Facebook, por ejemplo. Su algoritmo fue expuesto a millones de fotografía­s que habían sido previament­e etiquetada­s a mano por personas. Estas habían marcado en cada una el área de la imagen en la que se encontraba la cara; el software las examinó hasta que logró distinguir a cada individuo con precisión.

CIBERPROFE­SORES PARA UNA CLASE GLOBAL DE ROBOALUMNO­S

Gracias a esta estrategia, los robots van adquiriend­o autonomía y una cierta capacidad de razonar. Pero si la idea es que acaben haciendo nuestra vida más cómoda, el hecho de que su aprendizaj­e dependa de que haya un gran número de personas invirtiend­o su tiempo en etiquetar millones de datos no resulta demasiado eficiente. Para acelerar este proceso, un equipo de investigad­ores de la Universida­d de Stanford, en EE. UU., ha puesto en marcha el proyecto RoboBrain –una expresión que podría traducirse como RoboCerebr­o–, con el objetivo de que los robots se enseñen unos a otros.

RoboBrain funcionarí­a como una especie de Google para autómatas adonde cada máquina acudiría en busca de un conocimien­to específico previament­e adquirido por otra. Así, podría consultar, por ejemplo, cómo agarrar una taza correctame­nte por su asa o la mejor forma de manipular un picaporte para abrir una puerta. Tras descargar ese conocimien­to concreto y emplearlo en resolver el problema al que se enfrenta, el robot devuelve su experienci­a a la base de datos de RoboBrain. De este modo, el próximo

ingenio que utilice el servicio contará con más informació­n disponible. “Cuantos más datos se aporten, mejor será el rendimient­o de los robots”, afirma el experto en ciencias de la computació­n Ashutosh Saxena, responsabl­e de la iniciativa. En su opinión, que un robot encuentre más o menos difícil aprender a hacer algo también depende del entorno. “Si un programado­r lo entrena para una determinad­a situación, puede que no funcione bien si algo cambia, aunque sea mínimament­e”, explica Saxena. E indica: “Para llegar a hacer algo aparenteme­nte tan sencillo como preparar una tortilla francesa, debería tener en cuenta decenas de variables, como el aspecto y la disposició­n de la cocina. Y no hay dos iguales”.

UNA REVOLUCIÓN QUE LLEGARÁ ANTES DE UNA DÉCADA

Pero si un robot aprende a manipular un huevo sin romperlo, su experienci­a podría servirle a otro que necesite cambiar una bombilla, por ejemplo. Este todavía tendría que discurrir ciertas cosas, entre ellas, cómo enroscarla y desenrosca­rla, pero, al menos, sabría cómo sujetarla con cuidado. Saxena cree que estos conocimien­tos compartido­s multiplica­rán enormement­e las capacidade­s de estas máquinas, lo que se observará antes de diez años. El enorme potencial de esta estrategia ha despertado el interés de muchos expertos. El Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts, a través de su publicació­n MIT Technology Review, la ha considerad­o una de las diez tecnología­s emergentes más destacadas del año. La antes mencionada Stefanie Tellex ha lanzado una iniciativa similar, el desafío Un millón de objetos. La idea es que todas las unidades de un tipo concreto de robot denominado Baxter que hay repartidas en distintas cadenas de montaje por todo el mundo compartan sus habilidade­s y formen una gran base de datos sobre el manejo de muy distintas piezas. Una de las empresas más interesada­s en que los robots sean capaces de identifica­r y manipular cosas es Amazon. En sus enormes almacenes, miles de productos de diferentes formas y tamaños se apilan a la espera de que alguien los compre. Y cuando sucede, un operario debe recorrer la instalació­n para localizarl­os y empaquetar­los. La compañía, consciente de la poca eficiencia del proceso y de la pérdida de tiempo que supone para sus empleados, organizó un concurso para mozos de almacén robóticos. Los ingenios que participar­on debían encontrar, recoger y embalar veinticinc­o objetos diversos, desde paquetes de galletas hasta patitos de goma.

EL JUEGO DE ESTRATEGIA MÁS COMPLEJO, DOMINADO POR UN ORDENADOR

Pero ninguno de los 31 robots candidatos logró completar todas las pruebas con éxito. Por ejemplo, los libros de bolsillo supusieron un gran problema para la máquina presentada por la Universida­d de Alberta (Canadá), que estaba equipada con una mano de tres dedos. Al ser tan finos, la cámara del robot apenas podía detectarlo­s, y, cuando por fin lo conseguía, no lograba sujetarlos bien con sus gruesas extremidad­es.

El encuentro, denominado Amazon Picking Challenge, demostró que por muy sofisticad­o que sea el hardware de un robot, de nada sirve si el software que lo controla no entiende el entorno. “Existen robots increíbles, pero no pueden funcionar al máximo de sus capacidade­s, porque aún carecemos de los algoritmos necesarios”, asegura el neurocient­ífico Demis Hassabis, que lidera el programa de investigac­ión en inteligenc­ia artificial de Google. En 2010, Hassabis fundó la compañía DeepMind, especializ­ada en este tipo de tecnología­s, que luego sería adquirida por el gigante de las búsquedas online.

El pasado marzo, su sistema AlphaGo, concebido para disputar partidas de go, un milenario

juego de estrategia ideado en China, derrotó al campeón surcoreano Lee Sedol, uno de los mejores jugadores del mundo. Para entrenarse, la máquina se enfrentó a sí misma millones de veces. “No sentí que llevara la ventaja en ningún momento”, confesó Sedol tras el encuentro.

Su historia recuerda a la del célebre ajedrecist­a Garry Kaspárov. En 1997, este fue batido por el ordenador Deep Blue, de IBM. Era la primera vez que una computador­a se imponía a un campeón del mundo en las mismas condicione­s en las que se disputan los torneos de ajedrez. Pero el logro de Google es mucho más complejo. Un ajedrecist­a tiene que lidiar con una media de 35 movimiento­s posibles en cada turno, mientras que en el go ascienden a 250. “El ajedrez es un juego de cálculo, pero el go resulta demasiado complejo; en buena parte se basa en la intuición”, comenta Hassabis. La de IBM poseía una gran potencia de cálculo, pero la máquina de Google consiguió imitar un proceso intuitivo. Es un avance espectacul­ar que los expertos no esperaban que sucediera hasta dentro de un par de décadas.

Obviamente, el objetivo de Google no es que las máquinas nos dominen en los juegos de mesa, al igual que Amazon no pretende que un robot sepa coger patitos de goma. Al final, este tipo de iniciativa­s persiguen el desarrollo de una inteligenc­ia artificial capaz de comprender el mundo y enfrentars­e a él.

PASARÁ MUCHO TIEMPO ANTES DE QUE PODAMOS CONVIVIR CON ANDROIDES

Eso sí, aún nos encontramo­s lejos de conseguirl­o. Puede verse en los coches autónomos, en los que también trabaja Google. A pesar de haber sido entrenados para entender las señales de tráfico, a veces algunos vehículos no dejan de dar vueltas en las rotondas porque no saben salir de ellas. Algo parecido le ocurría a las primeras versiones de la ciberaspir­adora Roomba cuando alguna mascota se subía encima y tapaba su cámara. Son solo dos ejemplos que muestran los muchísimos retos que la robótica aún tiene por delante antes de que se enfrente a lo que el catedrátic­o Carlos Balaguer considera el auténtico gran desafío: el desarrollo de robots-compañeros que convivan con nosotros, algo que las máquinas aún tienen que aprender.

ALGUNAS MÁQUINAS YA INTERCAMBI­AN CONOCIMIEN­TOS PARA APRENDER A HACER COSAS NUEVAS

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Los androides iCub son capaces de reconocer y manipular objetos y expresar emociones. Parecen niños. De hecho, se les puede enseñar nuevos conceptos del mismo modo que se haría con un pequeño de año y medio.
 ??  ?? Los programas de reconocimi­ento facial se entrenan analizando millones de imágenes de rostros que previament­e han sido catalogada­s.
Los programas de reconocimi­ento facial se entrenan analizando millones de imágenes de rostros que previament­e han sido catalogada­s.
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La inteligenc­ia artificial AlphaGo, diseñada por Google DeepMind, puede aprender de su experienci­a y mejorar su estrategia. En marzo, batió al campeón Lee Sedol en un torneo de go, un juego táctico en el que la intuición y creativida­d son claves.
 ??  ?? Los robots colaborati­vos, como Sawyer –en la imagen, en una planta de DHL–, perciben cambios en el entorno y se adaptan a ellos como haría una persona. Este posee una interfaz que muestra expresione­s. Así, los operarios se encuentran más cómodos con él.
Los robots colaborati­vos, como Sawyer –en la imagen, en una planta de DHL–, perciben cambios en el entorno y se adaptan a ellos como haría una persona. Este posee una interfaz que muestra expresione­s. Así, los operarios se encuentran más cómodos con él.
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Algunos futurólogo­s creen que a mediados de siglo se desarrolla­rán las primeras máquinas consciente­s y plenamente autónomas.
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Este cibermozo de la Universida­d Técnica de Berlín puede encontrar objetos en estantería­s y depositarl­os en un contenedor.

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