A todo GAS
Los motores a reacción emiten gases a gran velocidad en el sentido opuesto a su propio movimiento. Así impulsan aviones, naves espaciales, misiles… y a nuestro minicamión casero.
En el espacio, sin puntos de apoyo ni fricción, los motores a reacción tienen muchas ventajas: el gas propulsado que sale por sus toberas permite acelerar, frenar y manejar las naves. Su punto fuerte –en tierra y también ahí arriba– reside en su fabulosa proporción entre potencia y peso. Ligeros propulsores desarrollan una fuerza descomunal en comparación con su tamaño.
Por eso hay tantos vehículos y artilugios que los usan, incluidos los más veloces. En 1997, el Thrust SSC, una especie de mezcla de coche y avión de combate, batió el record de velocidad en tierra al alcanzar los 1.228 km/h. Fue el primer coche en superar la barrera del sonido. Usaba dos motores a reacción y su potencia era igual a la de 145 coches de Fórmula 1.
POR PURA FÍSICA.
Estos propulsores son técnicamente complejos, pero el concepto en el que se basan es sencillo. La combustión de combustible y comburente que se hace en el reactor lanza una gran llama- rada de fluido por la tobera que tiene una enorme fuerza impulsora. La base teórica del motor a reacción nos remite a la tercera ley de Newton: cualquier fuerza aplicada a un cuerpo produce una fuerza igual y opuesta sobre ese cuerpo. Y gracias a la ley de conservación de la cantidad de movimiento para un sistema de partículas, si conocemos la velocidad y el peso de los gases expulsados podremos saber el empuje y velocidad de la nave.
El Thrust SSC era lento comparado con el Apolo 10 (1969), que al regresar a la atmósfera terrestre después de su misión a la órbita lunar alcanzó los 39.897 km/h. Ningún ser humano ha disfrutado de una velocidad más alta que Cernan, Young y Stafford, los tres astronautas del módulo.
Nosotros hemos puesto un viejo Einstein encima de nuestro minicamión a propulsión, para ver si al acelerar conseguíamos percibir algún efecto relativista, pero fue inútil. Estas velocidades quedan muy lejos de la de la luz, que jamás podremos alcanzar con motores a reacción.