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El enigma tras la leyenda del Zorro

La trágica biografía del bandido Joaquín Murrieta y su misterioso final podrían haber inspirado en parte la figura de este famoso personaje de ficción, que Johnston McCulley creó en 1919.

- Por Miguel Ángel Sabadell

Estados Unidos es campeón mundial en muchas cosas, lo que incluye las historias de tesoros escondidos. California, en concreto, se lleva la palma, gracias a una peculiar enfermedad que recorrió hace tiempo su territorio, la fiebre del oro. El guión es casi siempre el mismo: alguien encuentra o roba una fortuna, la entierra en espera de ir a buscarla, pero muere antes de hacerlo. Esto mismo se dio en parte en el caso de Joaquín Murrieta Carrillo, quien, según se dice, inspiró al escritor Johnston McCulley (1883-1958) la figura de don Diego de la Vega, más conocido como el Zorro. La leyenda que se ha forjado alrededor de este personaje trágico de la época dorada de California hace casi imposible discernir la realidad de la ficción. Cuentan que fue discrimina­do –una ley obligaba a pagar más impuestos a los mineros de origen latinoamer­icano–, vio ahorcado a su hermano por un crimen que no cometió y violaron y asesinaron a su mujer sin que la justicia hiciera nada por capturar a los culpables. Entonces, se echó al monte y formó la banda conocida como los Cinco Joaquines.

Entre 1850 y 1853, sus

miembros robaron cien mil dólares en oro y asesinaron a 41 personas, casi todas mineros de origen chino. En mayo de 1853 se crearon los rangers de California, con el objetivo de darles caza. Estos recibían la nada despreciab­le cantidad de 150 dólares al mes. Además, el gobernador había ofrecido una recompensa de mil dólares. El 25 de julio de ese año, tras un tiroteo en el paso Panoche de la cordillera del Diablo, murieron Murrieta y su lugartenie­nte Manuel García, conocido como Juan Tres Dedos. Para probarlo, los rangers le cortaron la mano a García y la cabeza a Murrieta. No obstante, una mujer que decía ser la hermana de este último afirmaba que aquello no podía ser, pues le faltaba una cicatriz en el rostro. De este modo, muchos acusaron a los rangers de matar a unos mexicanos cualesquie­ra para cobrar la recompensa. Además, ¿por qué nunca llevaron la cabeza a las zonas mineras, donde hubiera sido fácil identifica­rla?

En cualquier caso, la testa desapareci­ó durante el incendio que siguió al terremoto de San Francisco, en 1906.

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