12 TECNOCIENTÍFICOS AVANCES QUE EL CAMBIARÁN MUNDO
¿Y si nos comunicáramos por telepatía, todos los coches condujeran solos o no envejeciéramos? Descubre cómo transformarían nuestras vidas increíbles hallazgos científicos e hitos tecnológicos que, quizá, no tarden en producirse.
1 ¿Qué pasaría si... ... detectáramos universos paralelos?
En 2013, el telescopio Planck, de la Agencia Espacial Europea (ESA), registró extrañas anomalías en la radiación de fondo de microondas, es decir, en el rastro del primer flash de luz emitido por el universo, cuando tenía apenas 380.000 años. El análisis posterior condujo a los astrofísicos a una desafiante conclusión: solo podrían estar ocasionadas por la gravedad de otros universos.
La visión egocéntrica de que nuestro gran hogar cósmico es único se tambaleaba: por primera vez se ponían sobre la mesa pruebas contundentes de que después del big bang surgieron burbujas de espacio-tiempo que, a la larga, dieron lugar a cosmoshijos.
Hace un par de años, Howard Wiseman, director del Centro de Dinámica Cuántica de la Universidad Griffith, en Australia, y DirkAndre Deckert, de la Universidad de California, dieron un paso más al probar que no solo parece que existen muchos otros universos, sino que además estarían interactuando entre ellos: se influyen los unos a otros con una fuerza omnipresente de repulsión.
REALIDADES ALTERNATIVAS.
Esta interacción podría ayudar a explicar algunos de los fenómenos más extraños de la mecánica cuántica, como por qué no siempre se cumple la relación causa-efecto. “En algunas realidades paralelas, el asteroide que mató a los dinosaurios pasó de largo de la Tierra; en otras, Australia fue colonizada por los portugueses”, pone como ejemplo Wiseman.
“De confirmarse esta teoría, no sé si a mí y a mis colegas nos darían un Nobel de Física”, bromea el investigador en declaraciones a MUY. Lo que sí tiene claro es que implicaría “cambios sutiles de la mecánica cuántica que podrían tener todo tipo de aplicaciones”. Así, entre otras cosas, nos ayudaría a comprender mejor las reacciones químicas y los mecanismos de acción de los fármacos en el organismo.
Por otro lado, al margen de las implicaciones científicas y tecno- lógicas, Wiseman está convencido de que ratificar sus sospechas afectaría profundamente a nuestra manera de ver el mundo. “Sabríamos que existen copias idénticas de nosotros mismos viviendo vidas similares que divergen con el paso del tiempo, a medida que se toman decisiones”, asegura este experto. Y añade: “Esos pensamientos hipotéticos de ‘¿y si hubiera hecho tal o cual cosa?’ serían realidades en mundos paralelos para distintas versiones de nosotros mismos”.
Y si bien todos los científicos coinciden en que nunca podremos viajar a otros universos, su sola existencia podría generarnos cierta inquietud, qué duda cabe.
2 ¿Qué pasaría si... ... descubriéramos que no estamos solos?
Año 2038. Rueda de prensa de la NASA en Washington. El veterano astronauta John M. Grunsfeld preside la mesa. Acaba de cumplir ochenta años, pero no ha querido perderse un momento histórico que él mismo vaticinó décadas atrás. Se aclara la garganta y, pidiendo permiso con un movimiento de cabeza al secretario de la ONU, anuncia: “Está confirmado: hemos hallado un planeta alrededor de una estrella similar a nuestro sol donde existe vida. Señoras, se- ñores: hay otros mundos habitados”. La sala estalla en aplausos.
Tanto Grunsfled como Ellen Stofan, actual jefa científica de la NASA, coinciden en que viviremos un instante similar en un plazo de veinte a treinta años. Y no les faltan argumentos para semejante vaticinio. Por lo pronto, el telescopio espacial Kepler ya ha identificado miles de millones de cuerpos celestes rocosos parecidos al nuestro girando alrededor de otras estrellas. Entre ellos, siete planetas alrededor de la estrella TRAPPIST-1, una enana ro- ja ultrafría situada a cuarenta años luz, que podrían tener agua en su superficie.
¿MICROBIOS O LUMBRERAS?
A esto se suma que la Vía Láctea está empapada, es decir, que por toda nuestra galaxia también abunda el agua, líquido indispensable para la vida como la conocemos. De ahí que la principal misión del telescopio espacial James Webb, que se lanzará en 2018, sea localizar tierras cercanas y rodeadas de atmósferas biocompatibles.
Lo que cuesta bastante más predecir es qué tipo de criaturas encontraremos. “Una cosa sería detectar microorganismos y otra muy distinta toparnos con seres inteligentes”, explica a MUY el astrofísico Steven Dick, que ha participado en los programas de astrobiología de la NASA y actualmente forma parte del Panel de Asesores Científicos del Instituto SETI (siglas en inglés de búsqueda de inteligencia extraterrestre).
En ambos casos habría que replantearse muchos conceptos.
“Ahora tenemos solo un ejemplo de vida, la terrestre, que desciende de un único ancestro común. Si encontrásemos más manifestaciones en cualquier otra parte, con una evolución independiente y una genética distinta, o incluso un disolvente distinto del agua, podríamos formular una biolo
gíauniversal”, augura Dick. Claro que también surgirían numerosas dudas éticas, culturales y teológicas. “Igual que ocurrió con las teorías de Copérnico y de Darwin, la vida extraterrestre provocaría un cambio drástico en las visiones del mundo a largo plazo. Desde el punto de vista de la ética, tendríamos que responder a preguntas como si Marte pertenece a los marcianos –incluso si son solo microbios–, qué sería adecuado contestar ante un mensaje alienígena o cómo deberíamos tratar a un E.T. en una especie de encuentroen
latercerafase”, plantea el astrobiólogo. Sin obviar cuestiones legales que, probablemente, “culminarían con la creación de metaleyes que nos permitieran manejar adecuadamente las relaciones con otros seres inteligentes del universo”.
3 ¿Qué pasaría si... ... lográsemos hablar con los animales?
“Buenos días, Rufo, ¿cómo estás hoy?”. “Un poco indispuesto por la cena de ayer”. “¡Vaya!, ¿dejamos entonces el pasto para mañana?”. “No, tranquilo, tengo fuerzas suficientes”. En unos años, esta conversación podría darse en cualquier granja del mundo con dos interlocutores nada habituales: un agricultor y una vaca. Al menos, eso es lo que pronostica Con Slobodchikoff, profesor emérito de Biología de la Universidad de Arizona del Norte. De momento, y después de dos décadas estudiando los aullidos de los perritos de las praderas, ya ha descifrado el lenguaje de estos roedores emparentados con las marmotas. Y asegura que se transmiten información sofisticada, como detalles sobre la apariencia de sus atacantes. Si el intruso que accede a su territorio es un humano, hasta se cuentan si está gordo o flaco, o el color de la ropa que lleva.
“Albergo la esperanza de que, en un futuro no muy lejano, hablemos y consigamos establecer alianzas con animales para que ellos libremente colaboren con nosotros, en lugar de tratarlos como propiedades”, nos explica Slobodchikoff. Si conversamos con otras especies, “posiblemente descubriremos que no son unos cabezashue
cas, sino que también reflexionan sobre su propia vida y tienen personalidades diferentes, exactamente igual que nosotros”. Eso aumentaría nuestro respeto hacia ellos: incluso es posible que aprendiésemos de política debatiendo con chimpancés y bonobos.
¡VOCALIZA, MASCOTA! Erich D. Jarvis, neurobiólogo del Instituto Médico Howard Hughes (EE. UU.), también se muestra optimista en este sentido. “Estoy convencido de que muchos animales tienen la capacidad de percibir el habla humana, pero no pueden manifestarse mediante vocalizaciones”, admite a MUY. Y expresarse así es lo único que permite formular pensamientos. “El mejor ejemplo lo tenemos en los trabajos de Irene Pepperberg con los loros grises africanos, con los que ha conseguido una comunicación recíproca. Eso podría extenderse a numerosas especies”, señala.
Mientras Slobodchikoff apuesta por usar ordenadores para entendernos con otros seres vivos, Jarvis pone sus miras en las últimas técnicas de edición genética. De momento, los científicos ya están identificando las diferencias que existen en el ADN entre animales considerados aprendices vocales, capaces de imitar sonidos como los loros, y el resto. “Pero habrá que esperar décadas para poder manipular esos genes y los circuitos cerebrales asociados”, matiza Jarvis, que lo está intentando junto con otros investigadores. Al fin y al cabo, habrá que tener muy claro dónde cortar, pegar y editar para permitir que un animal se comunique con humanos sin alterar ningún otro aspecto de su biología.
“Habrá a quien le asuste pensar que con esas modificaciones los haremos demasiado listos, y que podrían llegar a dominarnos. Pero no ha pasado con los loros y no ocurrirá con otras especies”, defiende Jarvis. En lugar de eso, este neurobiólogo sostiene que si hablásemos con criaturas no humanas nos sentiríamos “más ligados a ellas y quizás más predispuestos a salvarlas de la extinción, además de tratarlas mejor y entender de una vez por todas nuestro verdadero papel en la maraña de la vida”.
4 ¿Qué pasaría si... ... todos los materiales se autorrepararan?
Las grietas, los arañazos, los desconchones y las superficies desgastadas podrían convertirse en cosa del pasado. Sobre todo, si se alcanza el santogrial de la ciencia de materiales: conseguir que estos subsanen sus propios desperfectos sin intervención humana. O sea, igual que los organismos biológicos cuando se curan a sí mismos las heridas. ¿Imaginas un avión que reparara sus alas o sus motores en pleno vuelo? ¿Coches imposibles de arañar? ¿Estructuras de metal que nunca se oxidan? ¿Teléfonos móviles y tabletas impecables a pesar de nuestro constante manoseo?
Los materiales autónomos e inteligentes que podrían convertir en realidad estos objetos ya se han inventado. Incluso existe un nuevo tipo de biocemento desarrollado por ingenieros de la Universidad Técnica de Del (Holanda) que contiene bacterias vivas capaces de rellenar cualquier fisura o grieta que aparezca en el hormigón de carreteras, puentes o edificios.
¿Significa esto que pronto viviremos en un mundo irrompible? Técnicamente sería posible si resolviésemos dos problemas importantes. Por un lado, combinar óptimas propiedades mecánicas con altas velocidades de autorreparación. “Para que se recompongan por sí solos, los materiales rígidos requieren un tiempo actualmente inaceptable, debido a la limitación en la movilidad de las cadenas poliméricas o entidades químicas que los constituyen”, explica a MUY José Miguel Martín Martínez, director del Laboratorio de Adhesión y Adhesivos de la Universidad de Alicante, y cuya brillante trayectoria ha sido reconocida hace poco por la Sociedad Estadounidense de Adhesión.
ESCASO INTERÉS COMERCIAL. Por otra parte, habría que garantizar una autorreparación reiterativa, es decir, “lograr que un mismo material se pueda arreglar tantas veces como sea necesario, y que esa capacidad no se deteriore con el tiempo”. Esto permitiría que gran parte de las prótesis y de los dispositivos médicos colocados en los pacientes no se deteriorasen con el paso del tiempo y tuvieran así una especie de automantenimiento de por vida. O dicho de otro modo, funcionarían como cualquier tejido del organismo que se regenera cuando sufre daños.
Aunque la industria química ya está sobradamente preparada para desarrollar estas milagro
sas materias primas, “los intereses económicos y de mercado de las empresas multinacionales serán los que decidan su implantación –o no– en productos de consumo”, advierte Martín Martínez.
Por ejemplo, ¿le interesaría a una compañía que los teléfonos móviles que fabrica nunca se rompieran? Quizá, no. “Sin embargo, un fabricante de automóviles que comercializase vehículos cuyas pinturas nunca se deteriorasen o que los neumáticos jamás se pinchasen, sería bien aceptado social y económicamente, además de suponer un indudable y notable avance tecnológico”, opina el químico español. La polémica está servida.
5 ¿Qué pasaría si... ... los coches condujeran solos?
En el futuro podrás ir sentado al volante a la vez que te comes una manzana, consultas el correo electrónico, tecleas un mensaje de WhatsApp, lees un libro, practicas con el clarinete tu lección de música o incluso te giras para jugar con tus hijos. Algo que ni siquiera alcanzaba a imaginar Henry Ford cuando lanzó al mercado el primer automóvil, el modelo T, en 1908. Tan inminente es la llegada de los coches autónomos a las carreteras que desde la Dirección General de Tráfico española están elaborando un Plan Estratégico del Vehículo del siglo XXI. Y compañías co- mo General Motors, Chevrolet y Tesla ultiman sus modelos.
La lista de ventajas que acarrearán es infinita. Aparte de permitirnos dedicar a otras cosas el tiempo que ahora pasamos conduciendo, la inteligencia artificial aplicada al mundo de la automoción transformará las ciudades. Para empezar, no harán falta tantos aparcamientos públicos, porque el coche podría circular sin pasajeros de vuelta a casa mientras trabajamos y esperar hasta la hora de salida en nuestro garaje. Aunque este también podría ser prescindible, pues el concepto de vehículo propio evolucio- naría probablemente hacia uno compartido, que haga varios recorridos con distintas personas a lo largo de un mismo día. Los límites entre transporte público y privado, auguran los expertos, se difuminarán si se impone la nueva tecnología. Además de reducir el número de coches en tránsito y, por lo tanto, el ruido y la contaminación.
¡ADIÓS, SEMÁFOROS! A esto se le suma que los modelos autónomos escogerán su ruta teniendo en cuenta los datos del tráfico y del estado de las infraestructuras en tiempo real, evitando atascos y obstáculos varios en las carreteras. Apenas habrá infracciones, y nadie se saltará un semáforo en rojo –que, por otra parte, no funcionará con luces, sino con señales de radar–. Eso sí, los seguros tendrán que mutar por completo, ya que no habrá conductores res
ponsables o irresponsables, sino que la máquina inteligente tomará las decisiones que antes afrontaban los humanos.
A Jeffrey Miller, ingeniero de la Universidad de California, le preocupa precisamente la ética de dichas decisiones. Si un frenazo puede salvar del atropello a un crío que sale a la carretera detrás de un balón pero causa un accidente en cadena a tres vehículos, ¿qué opción debería tomar el coche? Programarlo de forma adecuada para afrontar este tipo de situaciones será uno de los mayores retos.
6 ¿Qué pasaría si... ... encontráramos la fuente de la eterna juventud?
La inmortalidad es un anhelo que la ciencia no puede ni aspira a alcanzar. Otra cosa es el deseo universal de mantener la esperanza de vida actual pero gozando de una salud de hierro propia de un chaval, sin que apenas se note el paso de los años. Algo que no será sencillo. “No existe un gen ni un botón
mágico que pulsar para vivir mejor por más tiempo; al menos, de momento, aunque tampoco creo que nunca se encuentre”, explica a MUY Juan Carlos Espín, bioquímico del CSIC y copropietario de la patente de una píldora antienvejecimiento elaborada a partir de resveratrol, molécula presente en las uvas. “Ralentizar el declive celular supone luchar en varios frentes con multitud de dianas para aumentar la longevidad y, a la vez, conservar la calidad de vida”, matiza Espín.
A medida que las células se dividen, los telómeros –extremos de los cromosomas– empequeñecen hasta que impiden dicha división. “Imaginemos que logramos ralentizar –que no detener del todo– el acortamiento”, plantea Espín. Eso podría atrasar la franja de edad a la que empieza a hacerse evidente el declive fisiológico, por ejemplo, de los 40-50 a los 60-70 años, pero no más. Porque de momento no se puede evitar que aparezcan alteraciones genéticas.
EL PELIGRO DE LA INMORTALIDAD. “A partir de que el cuerpo alcanza cierto desgaste, los
errores en el ADN no se reparan de modo eficiente y nuestros hábitos empiezan a pasar factura. Los esfuerzos por vivir más podrían crear la paradoja de incrementar a la vez una catarata de factores de riesgo”, explica Espín. Y pone un ejemplo: si todos los varones vivieran un siglo, el 100% padecería cáncer de próstata. Si al final identificamos los interruptores de la eterna juventud, “tendremos que encontrar el equilibrio justo para que esas células sigan dividiéndose, pero no para siempre”, advierte el bioquímico español. De lo contrario, nos encontraríamos ante células inmortales, la definición del cáncer.
7 ¿Qué pasaría si... ... toda la energía fuese limpia?
En mitad del océano Pacífico hay una remota y diminuta isla de origen volcánico, Ta’u, poblada por menos de mil personas. Con sus 45 kilómetros cuadrados de superficie podría haber pasado completamente desapercibida si no fuera porque, a finales de 2016, pasó de quemar a diario 1.130 litros de diésel a obtener toda la luz y la electricidad que necesitan sus habitantes usando 5.300 paneles solares. Ta’u, perteneciente al archipiélago de Samoa, se convertía en la primera isla del planeta en autoabastecerse por completo con energía limpia.
ECONÓMICAMENTE VIABLE. ¿Qué ocurriría si todo el mundo siguiera su ejemplo? Muchas cosas, y todas buenas, según ha demostrado Mark Jacobson, director del Programa de Atmósfera y Energía de la Universidad de Stanford. Tras un exhaustivo estudio, él y sus colegas desarrollaron una hoja de ruta donde detallan los pasos que deberían seguir Estados Unidos y otros 138 países para alcanzar la utopía renovable en 2050. Y sin grandes costes, tal y como hacía público la revista PNAS. “Es posible llevarlo a cabo con la tecnología actual; las barreras que lo impiden son solo sociales y políticas, no técnicas ni económicas”, explica Jacobson a MUY. Sus cálculos indican que aprovechar el viento, el sol y el agua como únicas fuentes de energía reduciría la demanda eléctrica en un 42,5 %, porque son mucho más eficientes que los combustibles fósiles. Y sin apenas ocupar sitio.
Por otra parte, Jacobson estima que 4.000 millones de personas hoy en día considerados como pobres desde el punto de vista energético dejarían de serlo. Además, evitaría entre cuatro y siete millones de muertes relacionadas con la contaminación atmosférica. Incluso prevé que se ahorrarían 23 billones de dólares al año en costes médicos y 27 billones de gastos relacionados con el clima. Sin obviar que el imperio global de las renovables crearía 24 millones de nuevos puestos de trabajo, siempre más de los que destruiría.
A todo lo anterior se suma que, al descentralizarse la energía, según Jacobson, todos los países serían “energéticamente independientes, lo que reduciría los conflictos internacionales. Al repartir más equitativamente el poder, descenderían también los casos de terrorismo en el mundo”.
9 ¿Qué pasaría si... ... la huella mental desbancara a la digital?
Si olvidas con facilidad tus contraseñas del banco o del correo electrónico, estás de enhorabuena: en el futuro no necesitarás memorizar ni una sola clave. Eso sí, tendrás que usar la cabeza, porque el acceso seguro a ese tipo de servicios seguramente no dependerá de un password o de la huella dactilar –ya utilizada por muchos dispositivos–, sino de las ondas que genera tu masa gris. Investigadores de la Universidad de Binghamton (Nueva York) demostraron que cada cerebro reacciona de un modo único e irrepetible al visualizar una serie de quinientas imágenes. Y que el registro de esa actividad permite reconocer a una persona sin margen de error. Con la ventaja de que, a diferencia de los surcos de nuestros dedos, no es posible replicar una huella cerebral para usurpar su identidad.
HEMORRAGIA DE DATOS. Ahora bien, esta tecnología corre el peligro de convertirse en un arma de doble filo, porque también proporciona mucha información. Sin ir más lejos, un simple electroencefalograma puede revelar datos médicos, de comportamiento y emocionales a los que podrían acceder empresas y administraciones públicas. Expertos en ciberseguridad como Abdul Serwadda, de la Universidad Texas Tech, consideran que la solución pasa por pulir los sistemas de autentificación hasta que revelen la información mínima necesaria.
8 ¿Qué pasaría si... ... todos los humanos fuésemos vegetarianos?
Cuando pensamos en una comida suculenta, probablemente nos vendrá a la mente algo parecido a un chuletón con patatas fritas, un plato que apenas cataban nuestros abuelos en sus años mozos. El ecólogo G. David Tilman y su equipo de la Universidad de Minnesota probaron hace poco que, entre 1961 y 2009, la humanidad ha ido consumiendo de modo progresivo más proteínas procedentes de la carne y más
calorías vacías, es decir, azúcares refinados, grasas, aceite y alcohol. Según concluían en la revista Nature, si esta tendencia alimentaria se mantiene a nivel mundial provocará un aumento del 80% en las emisiones de gases de efecto invernadero de aquí al año 2050, con el consiguiente cambio climático.
¿Se evitaría modificando la alimentación? Lo cierto es que sí. El futuro del planeta pintaría más luminoso si todos los seres humanos cambiaran su dieta omnívora por otra ceñida a los vegetales y las frutas. De demostrarlo se ocupó un estudio holandés publicado en la revista Climatic Change, donde se estimaba que un mundo 100% vegano reduciría las emisiones de carbono relacionadas con la agricultura en un 17%, las de metano en un 24 % y las de óxido nitroso en un 21 % en 33 años.
No acaban ahí los beneficios. Por ejemplo, eliminar la carne y sus derivados de nuestro menú haría que las resistencias a los antibióticos disminuyeran. Después de todo, una de las principales causas de que existan patógenos rebeldes es el uso excesivo de esos medicamentos en la ganadería para evitar que los animales enfermen y aumentar las ganancias. Sin vacas, cerdos o pollos destinados al consumo humano, se evitaría el problema.
EN LA VARIEDAD ESTÁ EL ÉXITO. Pero el resto de nuestra salud no saldría tan bien parada con el cambio de hábitos alimentarios. Una investigación de la universidad neoyorquina Cornell reveló que la dieta exclusivamente vegetariana puede causar a largo plazo una mutación en el gen FADS2, que favorece las enfermedades crónicas. Esta alteración provoca un incremento de los niveles de omega-6, un tipo de ácido graso que nos hace proclives a la inflamación y la formación de coágulos, lo cual incrementa a su vez el riesgo de cardiopatías y de cáncer y genera malformaciones cerebrales en el desarrollo.
Sin embargo, en dietas omnívoras equilibradas como la mediterránea, el omega-6 –de origen vegetal– y el omega-3 –animal– mantienen un equilibrio adecuado; sobre todo, cuando se emplea aceite de oliva y de aguacate para cocinar, sin apenas omega-6.