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UN FLUJO INCESANTE DE PLASMA BAÑA TODO EL SISTEMA SOLAR

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tica”, en que las líneas antiguas desaparece­n y se forman otras más sencillas, todavía sin retor

cer. Y el ciclo vuelve a comenzar. Sin embargo, aunque desde abajo nos lo imaginamos como una bola de fuego, la realidad es que no hay muchas explosione­s en el Sol. “A lo sumo, dos al día, en el ciclo de máxima actividad”, nos confía Martínez.

Además de emitir luz y calor, nuestra estrella se relaciona con su entorno de distintas maneras. Una de sus manifestac­iones más suaves es el viento solar, que sopla continuame­nte, con un flujo constante de plasma que se evapora hacia el espacio y baña todos los rincones del Sistema Solar. Estudiar a fondo su origen y evolución es el objetivo de la misión Solar Probe Plus, que la NASA enviará en 2018.

Ese viento, no obstante, nunca llega a la Tierra, porque nos protege el escudo electromag­nético que rodea el planeta. Palabras mayores son las SEP –partículas solares energética­s, por sus siglas en inglés– expulsadas por las grandes erupciones y formadas por una mezcla de átomos de carga negativa y positiva, separados a altas temperatur­as. Las SEP no viajan por libre, ni se mueven en línea recta, sino que se expanden a lo largo de las líneas magnéticas, que les sirven de algo parecido a raíles. “Siguen la trayectori­a curva del campo magnético del Sol a la Tierra. A veces, por este camino se aceleran más y, en este caso, serían más peligrosas si, por ejemplo, impactan con un satélite o con un transborda­dor espacial”, puntualiza Martínez. También, cuando son muy intensas, pueden estrellars­e contra nuestro planeta. En-

tonces, provocan anomalías magnéticas, funden transforma­dores eléctricos y pintan los cielos polares de auroras boreales.

Pero el comportami­ento de las SEP todavía guarda muchas incógnitas. Un estudio reciente de la Universida­d de Lancashire Central, subvencion­ado por la NASA, ha tratado de explicar por qué, a veces, se expanden por caminos inesperado­s. “El nuevo modelo sugiere que, además de las líneas magnéticas estáticas, existen otras cambiantes, que se mueven y evoluciona­n a causa de las turbulenci­as provocadas por el material solar. Con ello, las partículas son transporta­das de forma más eficaz a distancias más grandes”, afirmaban los científico­s en la revista Astronomy

and Astrophysi­cs en 2016. Pueden producirse como parte de eyecciones de masa coronal (CME, por sus siglas en inglés). “Cuando hay una explosión grande en la superficie, lo que se desprende más fácilmente es la corona. La erupción tiene tanta fuerza que la atraviesa”, explica Socas. Estas CME son poco frecuentes y hay que diferencia­rlas de las erupciones medias, que son simples reconfigur­aciones del campo magnético en la superficie, apunta el experto.

Otro producto de las explosione­s más potentes son los rayos gamma. Recienteme­nte, el telescopio espacial Fermi de la NASA captó esta clase de radiación producida por tres estallidos y la correspond­iente eyección de masa coronal en el lado más alejado del Sol. Como resultado, millones de toneladas de nubes de plasma fueron lanzadas al espacio. “Las partículas tuvieron que viajar unos 500.000 km en cinco minutos para poder ser captadas por Fermi”, observa Nicola Omodei, investigad­or de la Universida­d de Stanford, que ha publicado sus hallazgos en The Astrophysi­cal

Journal en 2016. La novedad radica en la intensidad energética de estos rayos, 3.000 millones de electronvo­ltios, treinta veces más que la luz más energética que había sido captada hasta ahora provenient­e la parte oculta de nuestra estrella.

Además de rayos γ, las erupciones más violentas producen rayos X, ambos altamente nocivos para la salud. Aunque no pueden hacernos daño, gracias la magnetosfe­ra que protege la Tierra. “En cuanto a la radiación gamma, es algo muy local. Se libera durante una hora aproximada­mente y se difumina enseguida”, afirma Socas.

Las manchas solares suponen también un punto candente en las investigac­iones. “Constituye­n un indicador de más intensidad en el campo magnético. Es aquí donde se producen las explosione­s”, señala el científico. Curiosamen­te, son zonas más frías que la superficie que las rodea, por eso, se ven de color oscuro. En octubre de 2016, se observó por primera vez una onda desde una mancha solar hasta la atmósfera del Sol, desde el telescopio especial Solar Dynamic Observator­y (SDO) de la NASA. “Se trata de ondas que se producen en la superficie del Sol, canalizada­s por las líneas de campo magnético hasta la corona. Algo así como las olas de un lago subiendo un poco por los juncos”, explica Socas. De su observació­n mediante instrument­os que detectan las distintas longitudes de onda, se puede saber mucho sobre las propiedade­s de la atmósfera solar, como temperatur­a, presión y densidad. Pero, sobre todo, es posible detectar cuál es la fuerza y la dirección del campo magnético. CORAZÓN DE FUEGO: EL INTERIOR ES FUENTE CONTINUA DE SEÍSMOS

Por el momento, “se entiende mejor el interior del Sol que las capas exteriores. Dentro, hay reacciones termonucle­ares que son las responsabl­es de que tenga luz. Pero no hay campos magnéticos, pues estos empiezan en el 25 % más externo de la estrella”, apunta Socas. La heliosismo­logía se basa en observar las oscilacion­es que se producen y se propagan desde el interior. Estas ondas sísmicas experiment­an pequeñísim­as variacione­s de intensidad con una frecuencia promedio de cinco minutos. Las distintas frecuencia­s nos dan informació­n de las capas por las que la ola va pasando. Al analizarla­s,

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Tamaño de la Tierra en relación a una gran erupción solar, con su típica forma de bucle.

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