El secuestro de Chaplin
Era el 2 de marzo de 1978. En el cementerio del pueblecito suizo de Corsier-sur-Vevey hacía dos meses que descansaba una legendaria figura, Charlie Chaplin. En la tumba todavía no se había colocado la lápida con el epitafio. Esa mañana lo único que quedaba de la tumba del famoso actor y director era una sepultura vacía, unas huellas que se encaminaban a la puerta del cementerio y las rodaduras de los neumáticos de un vehículo.
CHAPUCEROS. Los días pasaban y, a pesar de que se había dado la alerta por toda Europa, los secuestradores no daban signos de vida. La policía empezó a pensar que quizá no era un secuestro. Entonces Oona, la viuda del cineasta, empezó a recibir llamadas. Primero le pidieron 600.000 dólares, después rebajaron el rescate a 600.000 francos suizos y, finalmente, a 500.000. Incluso le enviaron fotos del cadáver para demostrar que lo tenían en su poder y amenazaron de muerte a la familia del cómico si no satisfacían sus exigencias.
Se notaba que los secuestradores eran unos aficionados. El 16 de mayo, tras montar una vigilancia sobre doscientos teléfonos públicos, la policía detuvo a ambos malhechores, dos mecánicos de automóviles: Roman Joseph Wardas, polaco de veinticuatro años, y Gandscho Ganev, un búlgaro de treinta y ocho. El ataúd de Chaplin, de más de 120 kilos, estaba enterrado en un campo de maíz cercano a la ciudad de Neville, no muy lejos del cementerio de Corsier-sur-Verey.