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El increíble robo de las joyas de la Corona irlandesa

En 1907, el tesoro de la Orden de San Patricio en Irlanda, entonces parte del Reino Unido, fue sustraído en Dublín. El caso se cerró, quizá para tapar un escándalo sexual, y hoy sigue el enigma.

- Por Miguel Ángel Sabadell

La mañana del 6 de julio de 1907 una limpiadora del Castillo de Dublín, sede del Gobierno británico de Irlanda, encontró la puerta del despacho de sir Arthur Vicars abierta de par en par y con la llave en la cerradura. A Vicars, quien como rey de armas del Ulster estaba encargado de todo lo relacionad­o con la heráldica y el ceremonial, no le pareció sospechoso el hecho.

Esa misma tarde, él mismo entregó la llave de la caja fuerte situada en su despacho a un empleado del castillo para que guardara uno de los collares de la Orden de San Patricio. Fue entonces cuando se descubrió que la caja no estaba cerrada con llave y que habían desapareci­do no solo los collares de cinco miembros de la orden, sino sus posesiones más valiosas, las llamadas joyas de la Corona irlandesa: una estrella y una medalla cuajadas de piedras preciosas cuyo valor superaría hoy los 15 millones de euros.

El escándalo fue mayúsculo. Los investigad­ores señalaron el “impropio e inadecuado” proceder de Vicars, quien tuvo que renunciar a su cargo, pero no pudieron encontrar al culpable. Y eso que la lista de sospechoso­s era corta, pues, según la policía, el autor o autores debían de haber sido de la casa. A un extraño le habría resultado difícil conocer la ubicación de las joyas y las llaves necesarias para llegar hasta ellas. Se sospechó de Vicars; de su sobrino, que era su asistente personal; y de otro ayudante, pero no se llegó a acusar a nadie en firme.

La falta de resultados y la repentina suspensión de la investigac­ión sin dar explicacio­nes dispararon los rumores. Se dijo que no se quiso entrar a fondo en el caso porque sacaría a la luz comportami­entos muy poco decorosos por parte de los empleados del Castillo de Dublín, que incluían juergas con abundancia de alcohol y orgías homosexual­es. El escándalo habría sido aún mayor que el robo, por lo que fue quizá el mismo rey de Inglaterra, Eduardo VII, quien ordenó cancelar las pesquisas. Lo único cierto es que hoy, ciento diez años más tarde, seguimos sin saber quién –y cómo– pudo robar las joyas de la Corona irlandesa.

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