De ostentóreo y otras confusiones
Habla el filólogo José Antonio Pascual en su libro No es lo mismo ostentoso que ostentóreo (Espasa) de esas palabras que utilizamos con sentido equivocado. Por ejemplo, cerúleo: podemos pensar que se trata de un color blancuzco, como la cera, amarillento, cuando en realidad se refiere a un azul intenso. Lo mismo ocurre con álgido, que asociamos con el calor, mientras que significa exactamente lo contrario: fiebre álgida es la que se manifiesta acompañada de un frío glacial.
También es frecuente confundir dintel con umbral. Tal vez por su parecido con umbra –‘sombra’, en latín– a veces vinculamos el último término con la parte alta de una puerta o ventana, cuando en realidad es la parte de abajo, la que pisamos al entrar en una habitación.
Pascual cita otros errores frecuentes, como creer que lívido –‘palidez extrema’– es libido, que define al deseo sexual. En algunos casos, el patinazo no deja de tener cierto aire humorístico: decir que alguien enjuagó sus penas, en lugar de enjugarlas; o afirmar que determinada persona se destornilló de la risa, cuando el verbo correcto es desternillar: romper o romperse las ternillas. Saca a colación también Pascual pulular –moverse erráticamente–, y cómo en ocasiones se confunde con purular, de purulento, aquello que tiene pus; o la equivocación que durante años ocasionó la palabra formica, un tipo de conglomerado de madera al que se llamaba fornica, dado su parecido fonético con fornicar.
El título de su libro tiene que ver, por cierto, con Jesús Gil y Gil, inefable personaje que inventó el vocablo ostentóreo cuando fusionó ostentoso –alguien o algo de lo que se hace ostentación– y estentóreo, que, dicho de una voz o un acento, significa muy fuerte, muy ruidoso.