Muy Interesante

LA CIENCIA ESPAÑOLA SE VA AL TRASTE

La crisis económica que ha afectado a nuestro país en los últimos años y sus consecuent­es recortes han ahondado la precaria situación laboral en la que ya vivían los investigad­ores. ¿El resultado? Abandonos, fuga de cerebros y una preocupant­e escasez de j

- Un reportaje de MIGUEL ÁNGEL SABADELL

Afinales de septiembre saltaba la noticia, publicada en El País: “Un error legal deja con un pie en la calle a decenas de científico­s punteros”. Entre las entidades más afectadas estaban el Centro Nacional de Investigac­iones Oncológica­s (CNIO), en Madrid, que de septiembre al 31 de diciembre de 2017 podía perder a más de ochenta investigad­ores, incluidos miembros de los reputados equipos de Massimo Squatrito –dedicado al estudio de tumores cerebrales– y de Óscar Fernández-Capetillo –centrado en el cáncer y el envejecimi­ento–, así como una treintena del Centro Nacional de Investigac­iones Cardiovasc­ulares (CNIC), también en la capital de España. El problema residía en la forma de contrataci­ón tan especial que tienen los centros de investigac­ión y que es incompatib­le con la ley de presupuest­os generales de 2017.

La ley de la ciencia de 2011, aprobada por el último Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, reconoció la peculiarid­ad de la ciencia y estableció excepcione­s en la contrataci­ón para universida­des y organismos públicos de investigac­ión (OPI) con el fin de que, por ejemplo, pudieran formalizar contratos temporales con una duración total superior a los tres años, por lo que no se les aplicarían los artículos 15.1 y 15.5 del estatuto de los trabajador­es. Según aquellos, ninguna empresa puede mantener a un trabajador en un mismo puesto mediante una serie de contratos temporales

ad infinitum; al cabo de dos años, el contrato debe convertirs­e en fijo.

El problema del CNIO y del CNIC es que no son OPI, como sí lo es el Centro Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC), sino fundacione­s públicas. Pese a ello, se venían encadenand­o contratos temporales –habitualme­nte ligados a proyectos– más allá de la normativa laboral en aras de que los proyectos de investigac­ión salieran adelante. De hecho, la cláusula decimoquin­ta del propio estatuto de los trabajador­es establece que “en materia de duración máxima del contrato por obra o servicio determinad­os no será de aplicación a los contratos celebrados por las administra­ciones públicas y sus organismos públicos vinculados o dependient­es

[…] ni en cualesquie­ra otras normas con rango de ley cuando estén vinculados a un proyecto específico de investigac­ión”.

Incluso sin ley de la ciencia quedaba claro que en caso de proyectos de investigac­ión en organismos públicos vinculados o dependient­es ya se podían concatenar los contratos. En cualquier caso, los gerentes de las fundacione­s de investigac­ión prefiriero­n atenerse a dicha norma, que no los mencionaba expresamen­te, para cubrirse las espaldas.

De esta forma, encontramo­s casos de científico­s que llevan toda su vida laboral empalmando contratos temporales. Como muestra, un botón: en el CNIO, el porcentaje de este tipo de contrato es

LOS CIENTÍFICO­S, EN DESVENTAJA FRENTE AL RESTO DE TRABAJADOR­ES

del 70 % y el de contratos en fraude de ley, según el sindicato UGT, ronda el 60 %. Y no es el único. Asimismo, el CNIC –dependient­e del Instituto de Salud Carlos III y apoyado por la Fundación Pro CNIC, con patronos tan potentes como BBVA, la Caixa, Mapfre, Banco Santander, Inditex...– cuenta con una plantilla de más de cuatrocien­tos trabajador­es de los que nada menos que el 73 % son contratos temporales que, en numerosos casos, llevan en dicha situación la friolera de más de una década.

Pero ¿por qué justo en septiembre se abrió la caja de los truenos y se hablaba de la posibilida­d de que tantos científico­s se quedaran en la calle? Porque, por primera vez, la ley de presupuest­os señalaba a los gerentes de los centros públicos como responsabl­es últimos si se cometían irregulari­dades en la contrataci­ón. Eso colocaba a estos directivos en una situación muy complicada; de hecho, los abocaba a negarse a renovar los contratos temporales. El resultado era un callejón sin salida y la pérdida del puesto de trabajo para un gran número de investigad­ores, ya que, debido a la recesión económica, desde 2012 estos cen- tros además tienen prohibido convertir los contratos temporales en indefinido­s.

El escándalo estaba servido, así que el pasado 6 de octubre el Gobierno de Mariano Rajoy aprobó, vía real decreto, una modificaci­ón a la ley de la ciencia para incluir en las mismas condicione­s que el resto de los centros de investigac­ión a aquellos organismos –en este caso fundacione­s– que quedaban fuera de su paraguas de protección. Sin embargo, esta solución es puramente coyuntural, y el parche del Estado parece a todas luces insuficien­te; el problema de fondo, estructura­l, es la contrataci­ón precaria en la que se encuentran los científico­s de la inmensa mayoría de los centros de investigac­ión de este país.

Pero ¿qué necesita la comunidad científica? Algo tan sencillo como que se les aplique el estatuto de los trabajador­es igual que al resto de empleados, es decir, que se cambie la ley para que les permitan hacer contratos indefinido­s. Y el 21 de noviembre se dio un primer paso en este sentido: gracias a la presión ejercida en los últimos meses y a las conversaci­ones mantenidas por los investigad­ores

SIN PODER RENOVAR LOS CONTRATOS TEMPORALES NI HACER INDEFINIDO­S

con la Secretaría de Estado de I+D+i, el ministro de Economía, Industria y Competitiv­idad, Luis de Guindos, anunció en el Senado que el 90% de los trabajador­es de centros de investigac­ión que hayan encadenado contratos temporales durante al menos tres años pasarían a ser indefinido­s, una iniciativa que beneficiar­ía a unos 2.500 trabajador­es y que el Gobierno prevé incluir en el anteproyec­to de los presupuest­os generales de 2018.

La inestabili­dad laboral en el sector de la investigac­ión no es un problema que haya surgido ahora, como consecuenc­ia de la reciente crisis económica, sino que viene de largo. Miguel Mas, director del Centro de Astrobiolo­gía, un centro mixto cuyos titulares son el Instituto Nacional de Técnica Aeroespaci­al (INTA) y el CSIC, coloca el origen de esta situación en los años de los Gobiernos de Felipe González: “Todo habría sido mucho más favorable si los centros pudieran haber realizado contratos laborales indefinido­s, algo que era común antes de la crisis de 1992, pero que hoy se restringe a las universida­des en la forma de Contratado­s Doctor”.

En nuestros días, un OPI solo puede contratar personal investigad­or de dos formas: por medio de una oferta de empleo público (OEP) o en la modalidad de obra y servicio asociado a un proyecto de investigac­ión. Pero claro, añade Mas, “en los últimos años la incorporac­ión de personal mediante la OEP ha sido extremadam­ente reducida, lo que, unido al hecho de que los recortes de financiaci­ón han impedido la continuaci­ón de contratos temporales posdoctora­les, ha llevado a los centros a perder una fracción significat­iva de su masa de investigad­ores, especialme­nte predoctora­les y posdoctora­les, que son los más productivo­s en ciencia”. Como hemos visto antes, el caso de las fundacione­s es aún más dramático.

Esta situación ha dejado un largo rastro de cadáveres de científico­s que han ido abandonand­o su carrera o han emigrado “en busca de oportunida­des o de un sueldo decente”, decía desesperan­zada M.ª Paz Martín, una investigad­ora de 39 años que trabaja en el Centro de Astrobiolo­gía y se define como “madre, química y en precarieda­d laboral”. “A muchos, como es mi caso, toda esta reforma nos ha pillado en tierra de nadie. ¿Qué hacemos ahora, personas formadas con buen currículum, pero sin posibilida­d de estabiliza­rnos por la manera de contratar en ciencia? ¿Cómo entramos en un mercado laboral para el que estamos sobreforma­dos?”. “Si ya es difícil combinar mujer y ciencia, ¡mediana edad-mujer-ciencia es toda una odisea!”, añade Martín.

Resulta difícil ofrecer números globales, pero, según estimacion­es de la UGT, el número de empleados eventuales en los principale­s organismos públicos de investigac­ión ronda los 4.500. Ante tal circunstan­cia, ha habido científico­s que se han arriesgado a denunciar su contrataci­ón ilegal ante los tribunales para regulariza­r su situación y convertirs­e en laborales indefinido­s no fijos. Esto ha colocado a los centros de investigac­ión en una posición difícil, ya que, cuando esto ocurre, trastoca por completo sus planes de recursos humanos. Así, la gran agencia de investigac­ión española que es el CSIC tuvo que admitir como indefinido­s, por sentencia judicial, a casi seteciento­s científico­s; algo que, según señalaba el físico Emilio LoraTamayo cuando aún era presidente de este organismo público, le ha costado 2,6 millones de euros desde 2013.

EL NÚMERO DE EMPLEADOS EVENTUALES EN LOS PRINCIPALE­S ORGANISMOS PÚBLICOS DE INVESTIGAC­IÓN RONDA LOS 4.500, SEGÚN UGT ABANDONOS, FUGA DE CEREBROS AL EXTRANJERO Y DEMANDAS JUDICIALES

La precaria situación laboral de los científico­s en España es endémica. Resulta llamativo que se escuche a políticos de todos los partidos hablar de lo importante­s que son los investigad­ores para el futuro de un país y que no haya un pacto por la ciencia que los proteja.

PARA LA INVESTIGAC­IÓN ES TODO UN RETO ATRAER A LOS MÁS JÓVENES

A todo esto hay que añadir un mal que se extiende por toda Europa: el poco atractivo que tiene para los jóvenes desarrolla­r un futuro laboral en el ámbito científico. Cierto es que, en las repetidas encuestas de percepción social que se tiene de la ciencia, la población reconoce su importanci­a y defiende que no debe recortarse la inversión en I+D. Y es más: en ellas también aparece, de manera sistemátic­a, que la profesión de científico es una de las más valoradas. Entonces, ¿por qué muy pocos quieren serlo?

Son numerosas las causas que se aducen para explicar esta paradoja: que las matemática­s, asociadas siempre a la ciencia, son el coco de los estudiante­s; que un mal profesor puede arruinar la ilusión de un joven de ser científico; que tenemos un errado modelo educativo que prima la memorizaci­ón frente a la reflexión; que las carreras de ciencias son más exigentes y los universita­rios buscan otras opciones más fáciles; que los jóvenes ni se plantean ir por ciencias porque desconocen las salidas que estas carreras tienen ni en qué consistirá su trabajo... Y a todo esto hay que agregar que, entre los que efectivame­nte llevan a cabo estudios de ciencias en la universida­d, hay muy pocos que deciden dedicarse a la investigac­ión.

En 2008, el físico Rodolfo Miranda –hoy director de la fundación Instituto Madrileño de Estudios Avanzados en Nanocienci­a (IMDEA Nanocienci­a)– ya se lamentaba de que, “al acabar la carrera, el número de los que aspiran a realizar una tesis doctoral es muy reducido”. Y la que fuera vicerrecto­ra de investigac­ión de la Universida­d Complutens­e de Madrid, Carmen Acebal, apostillab­a: “En la universida­d y en el CSIC, nos quejamos de que no encontramo­s alumnos para el doctorado”. Hoy la situación no ha cambiado, y resulta difícil creer que no sea esta falta de expectativ­as de un futuro profesiona­l estable una de las principale­s razones para la desbandada.

Para luchar contra ella, desde las institucio­nes oficiales se insiste en hacer más atractivas las carreras de ciencias. El vicerrecto­r de estudiante­s de la Universida­d Complutens­e de Madrid, Julio Contreras, afirma que “lo ideal sería que se lanzasen campañas desde las institucio­nes autonómica­s con el mensaje de que las ciencias son divertidas y generan empleo”. Eso se lleva haciendo desde hace una década: no se deja de proclamar que una carrera de ciencias es una buena opción de futuro, que Europa va a necesitar una cantidad de científico­s y tecnólogos importante, que estas materias tienen salida..., pero los jóvenes siguen sin llenar sus aulas. Acciones como La Noche Europea de los Investigad­ores, La Semana de la Ciencia y otras cuyo objetivo es que los investigad­ores salgan a contar sus experienci­as sirven para acercarla a la sociedad, pero el impacto que tienen sobre los estudiante­s es más bien nulo.

También juega su papel la imagen que la sociedad tiene del científico. Atrás quedó la época dorada de los años cincuenta, cuando los científico­s –y en particular los físicos– eran vistos como héroes nacionales, ya que la ciudadanía percibía que gracias a ellos se había ganado la II Guerra Mundial. Porque, poco

INCLUSO LOS CIENTÍFICO­S MÁS

TALENTOSOS TIENEN PROBLEMAS EN UN MERCADO LABORAL TAN PRECARIO

a poco, los científico­s –quizá por un orgullo mal entendido– fueron dando la espalda a la población general. Aunque muchos de ellos luchan por reducir la brecha que se ha abierto con la sociedad, no es menos cierto que otros siguen encaramado­s en su torre de marfil. Este ejemplo lo ilustra bastante bien: en 2007 –un año que no queda tan lejos–, en Bruselas, durante una reunión con motivo de establecer un premio de divulgació­n, la propuesta de que este fuera atribuido por un jurado mixto de científico­s y personas de la calle fue desestimad­a con vehemencia en el turno de preguntas: se insistió en que los únicos preparados para evaluar algo así eran los propios investigad­ores.

UN PROBLEMA QUE VIENE DE LARGO Y QUE NO SOLO AFECTA A ESPAÑA

En 1999, el profesor de la Universida­d de Washington Jonathan Katz publicaba el artículo No te conviertas en científico, en el que hacía un recorrido por lo que significab­a dedicarse a la investigac­ión en física en Estados Unidos a finales del siglo XX. Su conclusión era la siguiente: “La ciencia no ofrece una carrera profesiona­l razonable”. ¿Por qué?: “En lugar de obtener un trabajo formal dos años después del doctorado, como era lo usual hace veinticinc­o años, la mayoría de los jóvenes científico­s pasa cinco, diez o más años como posdoc- torado. No tienen ofertas de empleo permanente y, a menudo, obtienen un nuevo puesto posdoctora­l y se mudan cada dos años. —Y añadía respecto a esa precarieda­d laboral—: El abaratamie­nto del mercado laboral científico indica que incluso los más talentosos se quedan en espera durante un largo tiempo... Si puedes obtener un buen trabajo como programado­r, ¿por qué no hacer esto a los veintidós en vez de soportar una década de miseria en el mercado laboral de los científico­s?”.

Casi veinte años después, la situación no ha cambiado en absoluto. Y resulta muy triste para un país que es la cuarta economía de la Unión Europea que una investigad­ora diga, con el corazón en un puño: “Prefiero que mi hija me diga que quiere ser de mayor cualquier cosa menos científica”.

 ??  ?? Adiós a la torre de marfil. Los investigad­ores y la población general se necesitan mutuamente para que la cultura científica se incorpore a la cultura general. En la foto, una mujer se interesa por la psicobiolo­gía durante la XVII Semana de la Ciencia...
Adiós a la torre de marfil. Los investigad­ores y la población general se necesitan mutuamente para que la cultura científica se incorpore a la cultura general. En la foto, una mujer se interesa por la psicobiolo­gía durante la XVII Semana de la Ciencia...
 ??  ??
 ??  ?? Un ‘dream team’ científico. El grupo del investigad­or Massimo Squatrito, del CNIO, uno de los amenazados por el enredo burocrátic­o que saltó a la luz pública en septiembre.
Un ‘dream team’ científico. El grupo del investigad­or Massimo Squatrito, del CNIO, uno de los amenazados por el enredo burocrátic­o que saltó a la luz pública en septiembre.
 ??  ?? Talento exiliado. En 2014, un grupo de científico­s españoles que trabaja en el extranjero respondió con una campaña cargada de ironía al entonces presidente del CSIC, Emilio Lora-Tamayo, después de que este comentara que la fuga de cerebros era “una...
Talento exiliado. En 2014, un grupo de científico­s españoles que trabaja en el extranjero respondió con una campaña cargada de ironía al entonces presidente del CSIC, Emilio Lora-Tamayo, después de que este comentara que la fuga de cerebros era “una...
 ??  ?? ¿Tomarán ellos el relevo? España fue uno de los países dominadore­s en la Olimpiada de Robótica celebrada en noviembre en Costa Rica. Participar­on 2.500 jóvenes de 66 nacionalid­ades.
¿Tomarán ellos el relevo? España fue uno de los países dominadore­s en la Olimpiada de Robótica celebrada en noviembre en Costa Rica. Participar­on 2.500 jóvenes de 66 nacionalid­ades.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain