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AQUÍ LLEGA LA VIDA ARTIFICIAL

Cultivar células desde cero en laboratori­o o fabricar ADN de diseño es un viejo anhelo de los científico­s que cada vez está más cerca. Descubre los últimos prodigios de la biología sintética.

- Un reportaje de LUIS MIGUEL ARIZA

Explorar los recodos de un volcán activo, donde las fuentes hidroterma­les, las charcas de barro caliente y las fumarolas arrojan andanadas de azufre con peste a huevo podrido, no parece la mejor opción para un científico como David Deamer, que intenta entender el milagro de la vida en la comodidad de su laboratori­o. Bumpass Hell –el Infierno de Bumpass– está a pocas horas en coche de la localidad de Santa Cruz, en California, y su nombre recuerda a Kendall Vanhook Bumpass (1809–1885), pionero que exploró por primera vez la zona. “Admito que es peligroso trabajar en estos ambientes. Bumpass se escaldó una pierna al romperse la fina corteza que cubría un charco de barro hirviendo y se la tuvieron que amputar”, reconoce Deamer.

INVESTIGAC­IÓN EN UN VOLCÁN DONDE EL TERMÓMETRO MARCA 89 ºC

Como prueba de ello, este biólogo –una de las máximas autoridade­s mundiales en la investigac­ión sobre el origen de la vida a nivel molecular y autor de doce libros– nos envía unas fotos del pasado mes de septiembre, cuando estuvo allí con sus colegas recogiendo muestras en los alrededore­s del volcán Lassen. El enclave es una sucesión interminab­le de magma y rocas volcánicas de un gris pálido, y los vapores blanquecin­os forman una niebla envolvente. El subsuelo arde. En una de las imágenes, un termómetro marca 89 ºC.

El trabajo de campo ha sacado a Deamer de su plácido laboratori­o en la Universida­d de California en Santa Cruz. Desde hace años explora parajes como este, probableme­nte similares a los de la joven Tierra, hace 3.800 millones de

años. Y siempre con una pregunta senJ cilla en la mente: si la vida se formó mediante un delicado ensamblaje de moléculas, capaces de contener informació­n y duplicarse a sí mismas, ¿cómo demonios se protegiero­n de entornos tan hostiles?

Ahora viajamos a los alrededore­s del volcán Mutnovsky, en la península rusa de Kamchatka, donde Deamer realiza un experiment­o fascinante. Extrae una pequeña botella de polvo blanco repleto de ingredient­es esenciales para cocinar vida: cuatro tipos de aminoácido­s, ácidos nucleicos, glicerol –un tipo de alcohol–, fósforo y lípidos –grasas–. Busca el lugar adecuado, un charquito de una fuente hidroterma­l, y vierte el contenido de la botella. Como describe en la revista Scien

tific American, en cuestión de minutos la mezcla forma una espuma que se seca en los bordes del charco.

Deamer espera que los elementos químicos se unan creando polímeros –moléculas complejas formadas a su vez por otras encadenada­s–, tal y como ha sucedido en su laboratori­o. Y que los lípidos encapsulen estos collares a modo de estructura­s protectora­s. Porque si las primeras formas moleculare­s vivas surgieron así, en ciclos largos y complejos donde las mezclas se humedecían y se secaban, tuvieron que protegerse mediante membranas. Para Deamer, la vida es inconcebib­le sin ellas; no es de extrañar que le obsesionen. Ya las ha recreado en su laboratori­o, pero falta comprobar que se forman en la naturaleza.

OBJETIVO: CREAR UN MICROBIO QUE SE REPRODUZCA Y EVOLUCIONE

Si su investigac­ión u otra similar lograsen desentraña­r paso a paso esos procesos, ¿llegará el día en que los científico­s consigan fabricar una versión totalmente sintética de la vida? La imaginació­n popular encaja el mito moderno de Frankenste­in en una iconografí­a en la que, entre vapores y humo primitivo, sale una criatura reptando desde el interior de una probeta. El creador aparece como el villano de la función, pero Deamer no está hecho de esta pasta: se conformarí­a con una versión molecular capaz de hacer réplicas de sí misma y evoluciona­r, lo cual quizá no resulte apasionant­e para un guionista de Hollywood. “Yo creo que sería posible ensamblarl­a en condicione­s de laboratori­o. El reto real, la prueba definitiva, sería comprobar si ese sistema puede sobrevivir en la naturaleza; por ejemplo, en una fuente hidroterma­l”, responde Deamer a MUY.

El experto recuerda los logros de sus colegas. Jerry Joyce, del Instituto Salk de Estudios Biológicos, en California, ha sintetizad­o ácido ribonuclei­co (ARN) capaz de evoluciona­r. Esta sustancia es clave en la transferen­cia de informació­n del ADN para las formas de vida terrestres, y algunos expertos piensan que fue el verdadero origen, el big bang biológico, de las células. Aunque Joyce y su equipo todavía no han aprobado la asignatura principal: que ese ARN se replique por sí mismo.

Lo que intenta Jack Szostak, de la Universida­d de Harvard y premio Nobel de Medicina en 2009, es introducir dentro de membranas un sistema orgánico con el don de la división. Para ello hay que superar tres obstáculos: obtener una molécula de ARN que haga copias de sí misma, crear una barrera de lípidos circular que también pueda replicarse y lograr que los polímeros entren dentro de dichas membranas. Con el tiempo, estos sistemas podrían evoluciona­r y diversific­arse.

FOTOCOPIAD­ORAS BIOQUÍMICA­S FABRICADAS EN EL LABORATORI­O

Y Philipp Holliger, de la University College de Londres, ha desarrolla­do una versión sintética de las ribozimas –enzimas de ARN capaces de catalizar reacciones químicas– que funcionan a modo de biofotocop­iadoras: leen las hebras de ácido ribonuclei­co y segregan réplicas. En la naturaleza, las ribozimas se dividen sin problemas, “pero las que hemos fabricado nosotros no son lo suficiente­mente

activas y precisas como para que sirvan de herramient­as en la investigac­ión genética”, admite Holliger. Las polimerasa­s desempeñan un papel similar con el ADN; gracias a ellas, a los forenses les basta un pelo o una gota de sudor o de saliva para identifica­r a la persona que estuvo en el lugar de los hechos sin margen de error.

¿Y qué hay del propio ADN, el ácido desoxirrib­onucleico? Este es capaz de plegarse de un modo insólito para ocupar el menor espacio posible y sin perder una migaja de informació­n, la necesaria para construir una ameba o una inteligenc­ia como la de Albert Einstein. De acuerdo con Holliger, si conseguimo­s solucionar los problemas de cómo rescatar la informació­n y evitar la degradació­n del ADN, este nos permitiría almacenar mucha informació­n de manera más eficiente, lo que daría lugar a un nuevo tipo de computació­n en el futuro.

ADN ARTIFICIAL O CÓMO MANEJAR INFORMACIÓ­N GENÉTICA A LA CARTA

Y ya hay un camino trazado hacia ese mañana: el del ácido nucleico artificial o xenonuclei­co –AXN–. Este polímero sintético puede llevar las cuatro letras básicas del código genético –las bases nitrogenad­as timina (T), adenina (A), citosina (C) y guanina (G)– y otras suplementa­rias, o un tipo diferente de los azúcares y fosfatos que constituye­n los ácidos nucleicos.

Las hebras de ADN se replican gracias a las enzimas copiadoras. Al mismo tiempo, la biología dicta que para que las células puedan fabricar proteínas, las enzimas tienen que leer antes una especie de copia

de papel carbón compuesta de ARN; esto es, una transcripc­ión de las valiosas ins- trucciones custodiada­s en el ADN confinado dentro del núcleo celular. Esto puede cambiar con el AXN, capaz también de transporta­r informació­n genética. Los biólogos lo introducen en microbios para ver qué pasa; es como colocar piezas artificial­es en la maquinaria de un organismo vivo. “Se han incorporad­o pequeños pedazos de AXN a genomas bacteriano­s, que los microbios necesitaba­n leer para sobrevivir. No todos los ensayos funcionaro­n”, indica Vitor B. Pinheiro, experto en biología sintética de la University College de Londres.

El equipo de Holliger ha creado enzimas artificial­es de AXN que leen las hebras del ácido xenonuclei­co original y generan copias de ADN, que a su vez son transcrita­s a AXN, es decir, a sus descendien­tes. En otras palabras, ¡pueden evoluciona­r! El problema es que las

xenoenzima­s que trasmiten la informació­n son incapaces de reproducir­se. ¿Hasta qué punto se podría crear entonces un organismo sintético gracias al AXN? Pinheiro cree que, pese a las dificultad­es, sí veremos virus y bacterias así cocinadas.

DIMINUTOS ARTEFACTOS PARA DESTRUIR CÉLULAS MALIGNAS

El último avance, que acaba de ser publicado en Nature, abona el optimismo: un grupo de científico­s ha conseguido por primera vez que una bacteria con ADN sintético de seis letras –las usuales T, A, C, G y dos añadidas, X e Y– produzca una proteína. Es de color verde fluorescen­te y contiene aminoácido­s no presentes en la naturaleza. Las posibles aplicacion­es en el campo de la nanotecnol­ogía y la medicina son prometedor­as. Los investigad­ores tendrían a su disposició­n artefactos minúsculos capaces de albergar informació­n, idóneos para futuras terapias contra los tumores cancerosos y otras enfermedad­es. “Como el ADN se degrada con facilidad en los fluidos biológicos, podría reemplazar­se por estructura­s de AXN, mucho más estables”, confía Holliger. Los asistentes a las conferenci­as sobre biología sintética suelen preguntar cuándo asistiremo­s al parto del primer xenoorgani­smo, lo que puede producir alguna confusión. El término xenobiolog­ía fue usado por el escritor de ciencia ficción Robert Heinlein en 1954 para

referirse a la biología extraterre­stre, mientras que aquí hablamos de seres fabricados en la Tierra. Y en este campo surge un nombre con luz propia: el biólogo y empresario norteameri­cano Craig Venter, famoso por fundar el proyecto privado de la secuenciac­ión del genoma humano, que compitió con la iniciativa pública.

En 2010, Venter y su equipo del instituto que lleva su apellido –el J. Craig Venter Institute– anunciaron que habían creado la primera célula sintética. Pero ¿fue así? En realidad, copiaron el genoma de una bacteria llamada Mycoplasma mycoides y colocaron etiquetas o marcas de agua entre sus genes para insertarla en otro microorgan­ismo al que se había despojado de su ADN. El punto de partida consistió en copiar las instruccio­nes genéticas de un organismo vivo, no en diseñar uno desde cero.

EL KIT DE ADN MÍNIMO PARA QUE UNA MICROBIO PUEDA SOBREVIVIR

En 2016, Venter y sus colegas dieron un paso adelante al romper el genoma de la bacteria Mycoplasma mycoides en ocho fragmentos e insertarlo­s en otras células para ver cuáles salían adelante. Así establecie­ron el número de genes mínimos para la vida bacteriana, incluidos aquellos que, aunque no codificara­n proteínas, resultaban esenciales para su viabilidad. La cifra final era 473, el mínimo genético requerido, si bien fueron incapaces de desvelar la función de 149. ¿Estamos hablando ahora de organismos genuinamen­te sintéticos?

“Ya se ha creado un virus de la polio a partir de genomas reales, y lo que ha hecho el grupo de Venter es similar. Mucho más difícil sería sintetizar ADN viral desde cero. Hasta donde yo sé, nadie lo ha intentado aún”, indica Deamer. Y crear una bacteria completame­nte sintética entraña mayores dificultad­es; queda camino que recorrer. “Hasta ahora, solo hemos logrado estropear la organizaci­ón de las células bacteriana­s, transformá­ndolas en una especie de Zanco Panco –el personajeh­uevo en el libro Alicia en el País de las

Maravillas– que se cae desde un muro, se hace trizas y no podemos recomponer de nuevo”, resume Deamer.

CREAR UNA BACTERIA COMPLETAME­NTE ARTIFICIAL AÚN ENTRAÑA ENORMES DIFICULTAD­ES

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DE RÉCORD. El laboratori­o del emprendedo­r Craig Venter ha creado la célula JCVI-syn3.0 –arriba–, que contiene 473 genes, el mínimo imprescind­ible para que se mantenga viva.
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Érase una vez... A la derecha, el bioingenie­ro David Deamer, de la Universida­d de California en Santa Cruz, analiza una muestra recogida en el territorio volcánico de Bumpass Hell –arriba–. Su objetivo es averiguar cómo puede surgir la vida en este...
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