Se detectan los primeros brotes de la gripe española
Cuando ya se atisbaba el final de la Primera Guerra Mundial, se anunció en nuestro país la existencia de una pandemia de gripe de extrema virulencia que en apenas dos años acabaría matando a más de cincuenta millones de personas.
Amediados de mayo de 1918, en plenas fiestas de San Isidro, comenzaron a darse en Madrid numerosos casos de gripe. Aunque en un primer momento no causaron alarma, en solo dos semanas duplicaron los fallecimientos habituales en la capital de España. El 29 de junio, el Departamento de Salud informó de la situación en la Real Academia de Medicina. En otras zonas de Europa, donde la población estaba más preocupada por la Primera Guerra Mundial, no se había informado de brotes similares, entre otras cosas para que no se desmoralizaran las tropas.
España fue así la primera en comunicar la existencia de aquella epidemia –de ahí lo de española–, que en algo más de un año mataría a más de cincuenta millones de personas en el mundo, al menos cinco veces más de las que perecieron en la contienda.
UN PROBLEMA GLOBAL. El primer caso conocido se registró en Estados Unidos el 11 de marzo de 1918. Ese día, un joven se había presentado en el hospital militar de Fort Riley (Kansas) aquejado de fiebre, dolor de garganta y jaqueca. Durante la jornada, se dieron otros cien casos, y en una semana, más de quinientos. Esa primavera murieron 48 soldados en las instalaciones. Nadie sabía la naturaleza de la dolencia, que se extendió de modo inexorable; en abril ya afectaba a todo el país.
Los hospitales se saturaron, la presencia de coches fúnebres era continua en las calles y hubieron de habilitarse fosas comunes. Según parece, los soldados estadounidenses habrían llevado en abril el agente infeccioso a Francia, de donde pasó a España. En pocos meses, había alcanzado todas las regiones del planeta. Se estima que enfermó más de la mitad de la población mundial.
ENEMIGO REDIVIVO. Al principio, algunos médicos atribuyeron la epidemia al bacilo de Pfeiffer ( Haemophilus influenzae). No obstante, a comienzos de este siglo se hicieron varios estudios genéticos a partir del material vírico que se había conservado en los pulmones de una mujer fallecida en Alaska en 1918 y de muestras provenientes de uniformados norteamericanos que habían combatido en la Gran Guerra. De esas investigaciones, en las que se reconstruyó in vitro el mismo agente que había causado la epidemia, se concluyó que se trataba de un virus de gripe aviar. No tenía ningún gen humano, pero había experimentado hasta veinticinco mutaciones, a las que se podía achacar el que hubiera sido capaz de infectarnos. Unos ocho millones de españoles se contagiaron, y 300.000 murieron.