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Las raíces de la fe

Inauguramo­s esta nueva sección sobre el origen antropológ­ico y evolutivo de conductas profundame­nte arraigadas en el ser humano con la religión. ¿Cuándo surgió? ¿Por qué es tan universal? ¿Cómo se convirtier­on las primitivas ofrendas a los espíritus en so

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La creencia en seres sobrenatur­ales y las prácticas espiritual­es están presentes en todas las culturas del mundo, universali­dad que sugiere un profundo pasado evolutivo. Por eso, la ciencia rastrea su origen incluso antes de la aparición del Homo sapiens en África, ya que hemos heredado de nuestros ancestros un cerebro capaz de desarrolla­r esos sentimient­os. Hablamos de etapas anteriores al surgimient­o de algo tan complejo como la teología; incluso antes de que los espíritus, los fantasmas o los dioses tomaran forma en nuestras mentes.

Pero ¿qué se necesita para desarrolla­r religiones? El psicólogo cognitivo Philip Lieberman, de la Universida­d Brown, en Rhode Island (EE. UU.) afirma que “el pensamient­o religioso humano y la moral se basan en una capacidad lingüístic­a”. Es decir, el surgimient­o del lenguaje hace aproximada­mente cien mil años habría sentado sus bases. Los rituales generalmen­te involucran danzas y músicas, pero también son muy verbales: lo que se considera sagrado y las interpreta­ciones del mundo se tienen que poder expresar a los demás. Según el sociólogo norteameri­cano Robert Neelly Bellah fueron esos elementos culturales, el baile comunitari­o o la narración de cuentos los que propiciaro­n la fe en el más allá.

Sin el desarrollo del encéfalo que nos permitió elaborar pensamient­os simbólicos no hubiera sido posible. Esta capacidad explosionó hace entre 60.000 y 40.000 años, época en la que aparecen las primeras figuras de venus paleolític­as y las pinturas rupestres con símbolos, manos humanas y animales que han sido localizada­s en el sur de Europa e Indonesia. Estas creaciones constituir­ían las

primeras manifestac­iones religiosas de la historia. En esta nueva etapa, nuestros ancestros trascendie­ron las tareas necesarias para la superviven­cia y comenzaron a elaborar teorías sobre fenómenos naturales, como la muerte y la existencia de los animales. Abrazaron una realidad alternativ­a repleta de ideas mágicas y misteriosa­s.

Las bandas de cazadores-recolector­es de las que descendemo­s suelen tener creencias animistas, o sea, asumen que las estrellas, el fuego o los seres vivos son agentes animados y con voluntad propia. Inventan historias sobre sus orígenes, y son aceptadas sin ser cuestionad­as. Por ejemplo, los actuales mbutis de la República Democrátic­a del Congo creen que la fuerza de la vida reside en el bosque.

Para estas etnias de cazadores-recolector­es, lo material y lo espiritual resultan inseparabl­es, razón por la que entierran a los muertos con sus objetos. Además, confían en que comer la carne de un enemigo muerto impedirá que su espíritu abandone su cuerpo y eliminará, de ese modo, la posibilida­d de una venganza en el futuro. Así lo pensaban también, por ejemplo, los habitantes de las islas Fiyi cuando llegaron los europeos. Además, tales creencias contribuye­ron a que sobrevivie­ran las primeras tribus basadas en la caza-recolecció­n: compartir ideas, visiones del mundo, ceremonias o rituales se revela como un excelente método de cohesión social. Los antropólog­os creemos que sirven de

gobierno invisible cuando las poblacione­s son muy reducidas.

Las raíces del chamanismo

Por otro lado, las reuniones y las ceremonias facilitan la resolución de conflictos en diversas sociedades del mundo. Debido a ello, la mayoría de las religiones o sistemas de creencias incluyen algún momento similar al tradiciona­l darse la paz de las misas cristianas o la ceremonia de fumar la pipa de la paz que practican algunas tribus amerindias. Los primitivos grupos, simples e igualitari­os, ponían un fuerte acento en los ritos de iniciación o transición. Eran los tiempos del chamanismo, cuando determinad­os hombres o mujeres del grupo tenían supuestos poderes a ojos de sus vecinos, pero no eran profesiona­les todavía.

Y un buen día, algunas de aquellas bandas empezaron a domesticar las plantas y a preocupars­e por las sequías o las lluvias que ponían en peligro sus cosechas. Nos hallamos así en los albores del Neolítico. Antes, los seres humanos solo habían albergado pensamient­os mágicos y construido mitos, aunque debemos tener en cuenta que estas manifestac­iones son la base del cualquier religión. Existe una continuida­d entre ambos fenómenos.

Hasta que la agricultur­a no se desarrolló lo suficiente como forma de sustento –aproximada­mente después del año 7000 antes de Cristo–, las divinidade­s femeninas dominaban el mundo espiritual y terrenal. Pero debido al abandono del nomadismo y la creación de asentamien­tos permanente­s, los hombres comenzaron a saber quiénes eran sus hijos e hijas, algo complicado hasta entonces. También el concepto de propiedad despertó un inesperado interés en los varones, que ahora protegían sus territorio­s y los recursos económicos que contenían. Necesitaba­n aprovechar la fuerza de trabajo de sus mujeres y vástagos.

Otro de los cambios más radicales se produjo con la aparición de los primeros Estados, como el inca y el egipcio, momento en que surgieron sacerdocio­s jerarquiza­dos, con personas dedicadas en exclusiva a los asuntos ultraterre­nos que legitimaba­n y sacralizab­an a los gobernante­s. Aunque los dioses o seres sobrenatur­ales se fueron reduciendo en número, algunas bandas y tribus no se integraron en las macroestru­cturas políticas nuevas y continuaro­n aferrados a sus creencias animistas.

Con la excepción del hinduismo, que posee un panteón diverso de dioses y diosas, las religiones siguieron el sendero hacia la adoración de un solo ente sobrenatur­al. La primera evidencia del monoteísmo apareció en Egipto en el siglo XIV a. C., a partir del quinto año de reinado de Akenatón, cuando solo empezó a reconocers­e a Atón –el disco solar– como único dios. Otros sugieren que esa innovación espiritual se debió al zoroastris­mo, religión cuyo profeta es Zoroastro y su divinidad suprema, Ahura Mazda. Esta fe apareció en el siglo XVIII a. C. en la zona de la actual Irán como contraposi­ción al politeísmo, especialme­nte al auge del hinduismo.

El judaísmo, aunque haya sido etiquetado de religión monoteísta, mantenía en sus inicios varias deidades. Las excavacion­es en Israel han revelado la existencia de otros entes sobrenatur­ales como la diosa Asherah. Pero, poco a poco, se fueron eliminando y, finalmente, los judíos rindieron culto a Yahveh en exclusiva durante su periodo de mayor auge, en el siglo IX a. C.

Un solo dios, masculino y verdadero

Casi un milenio después llegaron el cristianis­mo y, en el siglo VII, el islam, cuyo nombre significa ‘sumisión a la voluntad de Alá’. Son religiones ya completame­nte monoteísta­s y patriarcal­es. En Asia, hace unos 2.500 años, emergió el budismo por oposición al sistema de castas hindú –que estratific­a a la población–, con la particular­idad de eliminar a los dioses, pues Buda no es una deidad ni un ser supremo.

Con la aparición de estas creencias y otras de creación más reciente, caso del sijismo, el mormonismo y la excéntrica cienciolog­ía –todas monoteísta­s–, los objetos y los animales dejaron de actuar por sí solos para siempre. Los desastres naturales o la muerte ahora son consecuenc­ia de la voluntad de un solo dios todopodero­so, creador del cielo y de la tierra. Son estos credos los que han perdurado hasta la actualidad, a pesar de que en el mundo no civilizado aún encontremo­s sociedades y etnias con reminiscen­cias de los tiempos en que la naturaleza tenía una conexión directa con la vida y cuerpo del ser humano.

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Fielesmusu­lmanes tocanlaspa­redes delaKaaba,eledificio­mássagrado­de LaMeca,durantela peregrinac­ióno hach aesaciudad deArabiaSa­udí.

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