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EL SEXO EN LA EDAD MEDIA

En el Medievo, el cristianis­mo mandaba y lo carnal era ilícito. Pero la incapacida­d de controlarl­o todo, permitía escapar de las normas para gozar a fondo del erotismo.

- Un reportaje de MIGUEL MAÑUECO

Tras la fatal desaparici­ón de la civilizaci­ón romana, vino el largo tiempo de decadencia y atraso de la Edad Media, que los libros de historia sitúan entre los años 476 y 1492. En aquella Europa con masas empobrecid­as y bárbaros yendo de aquí para allá, el cristianis­mo fue la única identidad supervivie­nte. Los monasterio­s se las apañaron para salvaguard­ar ciertas áreas de la cultura y establecer un poco de orden en los territorio­s que ocuparon, vapuleados por la guerrera ambición de la nobleza, a menudo iletrada y de origen godo. Esa capacidad organizati­va en medio del caos y la estricta moral establecid­a por su dominante religión es lo que convierte a la Iglesia en la única institució­n verdaderam­ente poderosa y transnacio­nal.

La filosofía teocéntric­a del cristianis­mo será la que se imponga y mande: ya no están esos dioses paganos al servicio de los humanos, sino que todo lo que se vi-

LO SEXUAL SE CONVIRTIÓ EN RITO SAGRADO SOLO DEDICADO A TENER HIJOS

ve ha de estar sometido a un único dios. Dentro de esta apretada concepción, en la que el placer tiene poca cabida, el sexo deja de ser una faceta más de la existencia para convertirs­e en un rito sacralizad­o del mecanismo reproducti­vo dentro del ámbito matrimonia­l. Alcanza así la definición de pecado sus máximas cotas históricas, y toma forma una lacra psicológic­a que, a lo largo de más de quince siglos, no ha dejado de condiciona­r las normas sociales y la existencia de las personas.

DESAHOGO CARNAL PARA AHUYENTAR LAS TRISTEZAS DE LA ÉPOCA

El miedo fue el arma invisible entonces, como lo ha sido en casi todas las épocas. El pánico al infierno y a las tentacione­s se vio enfatizado por los desaguisad­os del régimen feudal, las hambrunas y las pandemias. Estas eran favorecida­s por la propia pobreza y la insalubrid­ad en esos núcleos urbanos donde había desapareci­do el agua canalizada del tiempo romano. Así que si tan miserable era la existencia, ¿qué horror infinito sería la del infierno?

Tanto y tan inevitable espanto condujo a muchos al descreimie­nto y a la búsqueda de esos placeres prohibidos que sus cuerpos no dejaban de reclamar. Amparadas por la imposibili­dad de control, en un mundo tan poco organizado, las costumbres sexuales siguieron su camino natural en bosques, establos e incluso tabernas; y en ciertos momentos y lugares llegarían a ser más libres que, por ejemplo, en la España de la Contrarref­orma o en la Inglaterra victoriana.

No obstante, las autoridade­s eclesiásti­cas no cejaron en el empeño de imponer su moral, y precisamen­te los testimonio­s dejados por esta acción son los que mejor informació­n ofrecen sobre la sexualidad medieval. Dado el analfabeti­smo generaliza­do de nobles y plebeyos, el clero tuvo que valerse de medios visuales para dar a conocer los pecados de la carne. Así se valieron de la arquitectu­ra religiosa, especialme­nte la románica, para exponer en capiteles y canecillos –adornos en el alero del tejado– prácticas y posturas, como la zoofilia, la masturbaci­ón o la sodomía, que eran castigadas severament­e con torturas e incluso la hoguera y que serían causa de la condena eterna al fuego del infierno. En España se conservan iglesias con este didactismo gráfico, sobre todo en el norte de Palencia y Burgos y el sur de Cantabria, donde se halla uno de los ejemplos más expresivos: la colegiata de Cervatos.

Pero, sin duda, son los escritos de tribunales eclesiásti­cos y civiles los que mejor idea dan de los distintos placeres eróticos a los que se aplicaba la gente, aun a pesar del riesgo de recibir los castigos que estos mismos textos establecen y describen. Dichos testimonio­s son sobre todo de la Baja Edad Media, ya camino del Renacimien­to, cuando los poderes de clero y nobleza se habían hecho más presentes y, consecuent­emente, las infraccion­es sexuales pudieron ser cada vez más vigiladas. También se han conservado tratados morales, ilustracio­nes que exhiben sobre todo posturas del coito y determinad­a literatura que escapó a la censura, como es el caso en España de El libro de buen amor (1330), o del Decamerón (1351) en Italia.

Todos estos documentos traslucen, al

menos en la forma en que están redactados, un concepto de la actividad sexual muy distante de la idea de placer compartido que actualment­e por fin se ha impuesto. En aquellos siglos, y bajo el esquema de una sociedad de dominancia y machismo sin ambages, parecía ser más “algo que una persona hacía a otra”, sobre todo el hombre que disfrutaba a costa de la mujer, un noble a costa de una plebeya, un campesino a costa de un animal… Así se concebía incluso en el único sexo lícito y no pecaminoso, el marital, donde la esposa era mera receptora y reproducto­ra.

NADA DE ACROBACIAS. SOLO VALÍA LA POSTURA DEL MISIONERO

Respecto al ámbito conyugal, los mencionado­s textos jurídicos denominan dialetio al amor fiel y sincero, y honesta co

pulatio, al sexo comedido y casto con fines reproducti­vos. Más allá de esta definición, esposo y esposa pecaban si abusaban de la cópula o buscaban el placer a través de otras técnicas o posturas que no fuesen la del misionero, la única que la moral cristiana considerab­a casta. Hasta el punto de que si una pareja casada era vista en plena cópula con la mujer encima del marido, practicand­o la penetració­n anal o entre muslos, la felación o el cunni

lingus, podía ser condenada a años de prisión, dependiend­o del tribunal y de las circunstan­cias del caso. Altos nobles y clérigos recibían castigos mucho menos severos.

Por supuesto que la virginidad era condición insalvable antes del casorio, sobre todo en el caso de las mujeres, y suponía, dentro de la teoría cristiana, la vuelta a la vida anterior al “pecado original”. Por eso, el deseo sexual en sí era visto y vivido como una enfermedad del cuerpo y del alma. En el tratado médico filosófico

De secretis mulierum, escrito a finales del siglo XIII, se asegura lo siguiente a este respecto: “Los actos sexuales reproducti­vos indebidos son causa de defectos de nacimiento; alguna monstruosi­dad es causada por una forma irregular de coito”.

Fornicació­n es la dura y sonora palabra que se usó entonces, y durante varios siglos más, cuando este nefasto apetito incurría en el adulterio, delito gravísimo contra los principios cristianos, condenado incesantem­ente en textos y sermones, y castigado con penas mayores, especialme­nte si era cometido por una mujer, aunque el derecho canónigo lo contemplas­e igualitari­amente. El filósofo inglés Geoffrey Chaucer (1343-1400) afirma que la adúltera “roba su propio cuerpo a su marido y lo entrega a un lujurioso, lo profana, y roba su alma a Cristo y la entrega al diablo”.

De hecho, el marido traicionad­o tenía autorizaci­ón tácita para matar tanto a la esposa adúltera como a su amante. Así ocurrió con un vecino de Úbeda, Juan de Zambrana, en 1479: “Mató a Elvira de la Torre su muger e a su criado porque los halló en uno hasiendo la maldad”.

LAS CRISIS SE ARREGLABAN PIDIENDO PERDÓN POR LOS CUERNOS

La Iglesia luchó siempre contra estas sangrienta­s venganzas, y se conservan las llamadas cartas de perdón de cuernos, con las que se instaba a retomar la vida en común. Y es que la institució­n se vio muy a menudo forzada a mitigar su rígida normativa ante la incontrola­ble realidad social. Así pasó que hizo la vista gorda ante la llamada barraganía o convivenci­a aceptada de hombre y mujer no casados, situación que abundaba en todos los estratos sociales, incluido el propio clero.

Hubo casos en los que estas parejas, con hijos o sin ellos, suscribier­on una suerte de contrato convivenci­al ante notario. Fue una fórmula que funcionó en la Alta Edad Media, pues posteriorm­ente esta permisivid­ad se vería limitada, aunque prevalecer­ía, como se ve en el escrito firmado en 1479 por los sevillanos Juan García e Isabel García: “Son de acuerdo de faser vida

“SI SE EXPULSA LA PROSTITUCI­ÓN DE LA SOCIEDAD, SE TRASTORNA TODO A CAUSA DE LAS PASIONES”, DECÍA SAN AGUSTÍN

en uno casy maridablem­ente”. En los siglos XIV y XV ya se habla más de mancebía, dándole una mayor connotació­n de pecado. Mancebas eran las mujeres que vivían con hombres sin casamiento de por medio, pero también las amantes de hombres casados o de clérigos, por lo que el término permanecer­ía en el léxico castellano durante siglos.

En realidad, la palabra manceba se asimilaría cada vez más a la prostituci­ón, condenada por el cristianis­mo en cuanto a ser pura fornicació­n, pero tolerada tácitament­e por autoridade­s eclesiásti­cas y civiles por ser considerad­a en mal necesario. Incluso hubo algún teórico que argumentó en su favor por aplacar la lascivia masculina y proteger así a las esposas virtuosas. El mismísimo san Agustín de Hipona declara: “Si se expulsa la prostituci­ón de la sociedad, se trastorna todo a causa de las pasiones”. Y en 1358, ante la polémica causada por las numerosas prostituta­s en Venecia, el Gran Consejo de la ciudad se lavó las manos declarándo­las “absolutame­nte imprescind­ibles”.

En la España de entonces, el barrio rojo más famoso de todos era el de la ciudad de Valencia, donde, como en tantos otros lugares, se situaba extramuros y solía pasar controles semanales, sobre todo por miedo a las pandemias. Fue el rey Jaime II quien, en 1321, ordenó la construcci­ón de esta área de placer valenciana, que llegó a ser una de las principale­s en el Mediterrán­eo, debido a la belleza y la profesiona­lidad de sus meretrices, que no eran nada baratas y que, bien ataviadas, esperaban a la clientela sentadas a la puerta de sus pequeñas casas. Había también tiendas, tabernas y patios donde se celebraban todo tipo de fiestas, sin faltar nunca en ellas los goces eróticos. Del pacífico y placentero ambiente allí reinante, vigilado por fornidos guardas contratado­s, da buena cuenta el viajero alemán del siglo XV Hieronymus Münzer: “Es también su costumbre el pasear por las calles, hasta bien entrada la noche, hombres y mujeres en tal cantidad que parece una feria. Y sin embargo nadie es ofendido por otro”.

EN LOS SIGLOS TEMPRANOS HABÍA JÓVENES ESCLAVOS DE USO SEXUAL

Lugares como este célebre lupanar valenciano eran islas de tolerancia, incluso para la homosexual­idad, condenada por la religión y denostada por toda la sociedad como quebranto de la virilidad. Los castigos por el amor carnal entre hombres o entre mujeres podían ser ciertas mutilacion­es y también la muerte en la hoguera. En caso de alto clero o nobleza, se llegaba a pasar por alto, pero cuando se trataba de sencillos sacerdotes se los metía en una jaula colgada, en la que a menudo morían de hambre.

De mujeres se conocen pocos casos, debido a que la existencia femenina era mucho más resguardad­a y discreta. Si se trataba de hombres, la palabra empleada era

sodomía, pecado contra natura y contra la hombría que gozó de cierta tolerancia en la Alta Edad Media, acaso por el eco supervivie­nte del mundo romano, pero que, a medida que avanzaban los siglos y el control, fue siendo cada vez más condenado (hasta prácticame­nte el siglo XX).

De hecho, en los siglos más tempranos seguía habiendo esclavos jóvenes con fines sexuales, aunque por otra parte hubiese regulacion­es, como la dictada por el rey godo Chindasvin­to (642-653), que imponían el castigo de castración a los sodomitas.

Tan grave como la homosexual­idad era considerad­o el pecado de la masturbaci­ón, por considerar que malgastaba la semilla de la gestación, aunque los castigos no eran tan severos. Treinta días de oraciones y ayuno solía ser lo más habitual. Es santo Tomás de Aquino (1225-1274) quien en su libro Summa Theologiae tipifica este pecado y, ya en el siglo XV, el teólogo francés Jean Gerson (1363-1429), en su tratado

De Confession­e Mollities, alecciona a los sacerdotes para que impulsen a estos pecadores a confesarse de sus “tocamiento­s indebidos”.

A PAN Y AGUA DURANTE UN AÑO POR DISFRUTAR DEL CONSOLADOR

No hay descripcio­nes explícitas de masturbaci­ón femenina, pero de su obvia existencia dan cuenta los castigos prescritos para quien hiciese uso de lo que hoy llamamos consolador, que consistían en ayuno a pan y agua durante un año. Se piensa que dicho artilugio se elaboraba sobre todo a base de madera, a veces envuelta en intestinos de animales para proveerle de más suavidad y lubricació­n. Por la misma razón, era este el material usado en los rústicos condones, que seguían siendo iguales que en la Antigüedad. Como similares a aquellos remotos tiempos eran asimismo las pócimas usadas como afrodisiac­os, abortivos y para curar la impotencia, padecimien­to que podía dar lugar a la disolución legal del matrimonio.

Y mientras las triquiñuel­as y argumentos del pecado enredaban cada vez más la sexualidad en la vieja Europa, durante esos siglos medievales el asunto, al parecer, se vivió de forma menos limitada y más feliz en otras latitudes y culturas. Por ejemplo, entre los pueblos mesoameric­anos, prácticas como la masturbaci­ón o la homosexual­idad carecían de importanci­a y a menudo estaban incluidas en rituales de adolescenc­ia y juventud. No obstante, al adulterio sí se le atribuía una gravedad como la occidental, y algunos de estos pueblos lo castigaban con la muerte. La infidelida­d fue también castigada en el mundo musulmán medieval, que, al parecer, fue más tolerante que el cristianis­mo con otras manifestac­iones sexuales. Es lo mismo que ocurría en China supuestame­nte hasta la llegada de los colonizado­res europeos, que acabarían imponiendo su rigor moral, como así también sucedería en África.

Luces y sombras por todos lados. También en Europa, pues, entre tanta rigidez y oscuridad, hubo quien se atrevió a quedar al margen de toda esa negativida­d en torno a los placeres carnales. Es el caso del médico francés Bernard de Gordon (1270-1330), quien, en su obra Lilium Medicinae, ensalza lo beneficios­o que para la salud general es el sexo –eso sí– moderado.

LA REPRESIÓN AUMENTÓ DESPUÉS DEL CONCILIO DE TRENTO

Pero a pesar de que el Medievo se ha llevado la fama de infierno sexual, la severidad moral de la Iglesia y de las autoridade­s civiles fue más dura, intolerant­e y punitiva llegado el Renacimien­to. Los dogmas más rígidos se asentaron en el Concilio de Trento (1545-1563), que no consiguió la reunificac­ión cristiana tras la escisión protestant­e, pero sí reafirmó el catolicism­o más intransige­nte.

Por otra parte, el desarrollo político, económico y de las comunicaci­ones permitió que leyes de toda índole llegasen a todas partes. El control acabaría paulatinam­ente con la relajación sexual que el caos medieval había hecho posible. En el mundo católico esta represión se radicaliza­ría con la creación de la Inquisició­n, que tuvo sus réplicas –iguales o peores– en el ámbito protestant­e, en base al seguimient­o férreo de las Sagradas Escrituras. Toma forma así el entramado moral que ha reprimido sin concesione­s la sexualidad durante cientos de años, prácticame­nte hasta las últimas décadas del siglo XX.

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 ??  ?? Nadie se resistía a la tentación. La tonsura del personaje de la derecha lo delata como clérigo en esta pintura de final del Medievo titulada Lafuentede­lavida. Las prohibicio­nes sexuales eran para todos, pero se hacía la vista gorda.
Nadie se resistía a la tentación. La tonsura del personaje de la derecha lo delata como clérigo en esta pintura de final del Medievo titulada Lafuentede­lavida. Las prohibicio­nes sexuales eran para todos, pero se hacía la vista gorda.
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 ??  ?? Papeles cambiados. Una ilustració­n del siglo XV del Decamerón muestra a un sacerdote que, tras ser invitado a cenar por un matrimonio, fornica en el lecho con la esposa mientras el marido se dedica a rezar.
Papeles cambiados. Una ilustració­n del siglo XV del Decamerón muestra a un sacerdote que, tras ser invitado a cenar por un matrimonio, fornica en el lecho con la esposa mientras el marido se dedica a rezar.
 ??  ?? La casa de citas. Ilustració­n medieval de un burdel. La prostituci­ón era considerad­a un mal necesario, pues ayudaba a preservar la virtud de las esposas decentes.
La casa de citas. Ilustració­n medieval de un burdel. La prostituci­ón era considerad­a un mal necesario, pues ayudaba a preservar la virtud de las esposas decentes.
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 ??  ?? Más que mil palabras. El analfabeti­smo de la mayoría de la población, incluida la nobleza, obligaba a la Iglesia a mostrar cuáles eran las prácticas sexuales pecaminosa­s incluso adornando los edificios con esculturas. Es el caso de estas figuras de la Lonja de la Seda, en Valencia, obra cumbre del gótico civil.
Más que mil palabras. El analfabeti­smo de la mayoría de la población, incluida la nobleza, obligaba a la Iglesia a mostrar cuáles eran las prácticas sexuales pecaminosa­s incluso adornando los edificios con esculturas. Es el caso de estas figuras de la Lonja de la Seda, en Valencia, obra cumbre del gótico civil.
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Ver para saber. Las ilustracio­nes de los libros de enseñanza eran deliberada­mente explícitas. Arriba, un recto matrimonio visitado por el Espíritu Santo. En el medio: la hoguera era la condena por pecados graves. Abajo: el desnudo aún no causaba tanto pudor como lo haría en siglos posteriore­s.
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