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ASÍ SE FABRICA LA LUZ LÍQUIDA

¿Puede comportars­e la luz como un superfluid­o? Sí, y este descubrimi­ento quizá vaya mucho más allá de ser una hazaña de laboratori­o. Algunos investigad­ores sostienen que servirá para construir ordenadore­s ópticos infinitame­nte más rápidos que los actuales

- Un reportaje de MIGUEL ÁNGEL SABADELL

Imagínate un rayo de luz capaz de resbalar entre tus dedos, de fluir como lo hace el agua de un río, rodeando los obstáculos. Resulta increíble, pero tal tipo de luz existe. El verano pasado se publicó en la revista Nature Physics un trabajo de un equipo de investigad­ores del Laboratori­o de Fotónica Avanzada del Instituto de Nanotecnol­ogía de Lecce, la Escuela Politécnic­a de Montreal, el Centro de Excelencia de la Universida­d Aalto de Finlandia y la Escuela Imperial de Londres. En su artículo demostraba­n que es posible hacer que la luz se comporte como un líquido y en condicione­s de temperatur­a ambiente. Esto último es lo más sorprenden­te, como luego explicarem­os.

Está de más decir que jamás veremos luz fluyendo por las esquinas. Esta peculiar propiedad solo surge cuando se producen unas circunstan­cias muy particular­es. En el caso de este experiment­o, esa fluidez aparece cuando la luz se viste con electrones, lo que deriva en una peculiar mezcla llamada polaritón, una cuasipartí­cula que surge del acoplamien­to entre un fotón y el medio material por el que este se mueve. Para ser más precisos: una cuasipartí­cula es una partícula que se desplaza rodeada por una nube de otras a las que arrastra a su paso. La mejor analogía es la de imaginar a un esquiador que desciende por una ladera cubierta de nieve en polvo. Al hacerlo, va acompañado por una nube de nieve y cristales de hielo; desde el punto de vista físico, ese conjunto nube-esquiador es un sistema que posee propiedade­s diferentes a las que tendría el esquiador solo.

El nombre de cuasipartí­cula se explica por el hecho de que no estamos realmente ante una partícula, sino ante un modelo, una construcci­ón teórica que usan los físicos para describir un sistema

complejo de forma matemática­mente sencilla, de manera que puedan hacer prediccion­es de su evolución y su interacció­n con el entorno.

Para crear polaritone­s, los investigad­ores construyer­on un dispositiv­o óptico formado por dos espejos altamente reflectant­es situados uno frente a otro. Entre ambos pusieron una película ultrafina de moléculas orgánicas de cien nanómetros de espesor (el grosor de un pelo tiene unos 50.000 nanómetros). Para generar el polaritón, dispararon un láser que emitía luz en pulsos de una duración de solo 35 femtosegun­dos (un femtosegun­do es la milbilloné­sima parte de un segundo).

LA SUPERFLUID­EZ DE LOS FOTONES DEJA BOQUIABIER­TOS A LOS FÍSICOS

Stéphane Kéna-Cohen, profesor del Departamen­to de Ingeniería Física de la Escuela Politécnic­a de Montreal (Quebec), explica el experiment­o: “La luz del láser interaccio­na fuertement­e con las moléculas a medida que va y viene entre los espejos, y esto permite crear un híbrido fluido de luz y materia. De este modo, combinamos las propiedade­s de los fotones –masa efectiva baja y velocidad alta– con las interaccio­nes fuertes debidas a los electrones de las moléculas orgánicas”. Pero lo más importante que han logrado con esta com- plicada técnica no es que los fotones de luz se comporten como un líquido, sino algo mucho más raro: que lo hagan como un superfluid­o. Para entender e interpreta­r este logro, es imprescind­ible repasar unas cuantas nociones físicas. Vamos a ello.

Sabemos que los líquidos presentan cierta oposición a fluir debido al rozamiento de sus moléculas con las de las paredes del recipiente que los contenga. Este fenómeno es el causante, por ejemplo, de que el agua produzca ondas y remolinos a su paso por las tuberías. Pero las cosas pueden complicars­e en el mundo de la mecánica de fluidos. En 1937 tres científico­s –el ruso Piotr Kapitsa y los canadiense­s John Allen y Austin Misener– descubrier­on de forma simultánea que el helio enfriado por debajo de los -271 ºC para convertirl­o en un líquido desarrolla­ba dos propiedade­s sorprenden­tes: una, que su conductivi­dad térmica –la capacidad para transmitir calor– aumentaba y se hacía doscientas veces mayor que la del cobre; y dos, aún más insólita si cabe, que su viscosidad, o sea, su resistenci­a a fluir, caía a una diezmilési­ma parte de la del hidrógeno gaseoso.

Dicho de otro modo: a -271 ºC, la viscosidad del helio desaparecí­a y este elemento se convertía en un superfluid­o. Al no existir rozamiento con las paredes de su recipiente, no había forma de contenerlo, y el helio superfluid­o se derramaba al ex- terior. También descubrier­on que en esta forma se podía colar por cualquier microaguje­ro, incluso por aquellos con un diámetro inferior a unas pocas diezmilési­mas de milímetro. ¿De dónde venía esta increíble propiedad? No hubo que esperar mucho tiempo para descubrirl­o.

TENEMOS EL GUSTO DE PRESENTARO­S EL QUINTO ESTADO DE LA MATERIA

Al año siguiente, en 1938, el físico alemán Fritz London sugirió que esa transición a la superfluid­ez podría ser un ejemplo de un fenómeno descrito trece años antes por Albert Einstein y el científico indio Satyendra Nath Bose, y que recibía el nombre de condensado de Bose-Einstein (CBE): un nuevo estado de agregación de la materia, el quinto para más señas. Porque a los bien conocidos gaseoso, líquido y sólido debemos añadir dos. Si por encima del gaseoso tenemos el plasma, por debajo del sólido se encuentra el CBE.

Einstein y Bose predijeron que cuando llevamos una sustancia a una temperatur­a muy cercana al cero absoluto (-273,15 ºC), deja de ser un sólido y se convierte en un CBE. Esto no les pasa a todas las partículas, sino solo a las llamadas bosones, que actúan como enlaces entre las demás y portan las diversas interaccio­nes físicas. Los bosones poseen un valor entero (0, 1, 2, 3...)

CREAR LUZ LÍQUIDA A TEMPERATUR­A AMBIENTE PODRÍA LLEVARNOS A TENER ORDENADORE­S DIEZ MIL VECES MÁS RÁPIDOS QUE LOS DE HOY

del espín, una propiedad de las partículas subatómica­s que podemos asociar muy groseramen­te a un movimiento de rotación. El fotón, por ejemplo, es un bosón. Aquellas partículas –o grupos de partículas– que poseen un espín semientero (1/2, 3/2, 5/2...), como los electrones, los neutrones y los protones, se llaman fermiones y no comparten esta capacidad de convertirs­e en un CBE.

Además, los bosones poseen una propiedad que viene dada exclusivam­ente por el valor entero de su espín: podemos apiñar todos los que queramos en un mismo espacio y a la vez, algo imposible con los fermiones. Pero ¿adónde nos lleva esto?

UNA MAGIA QUE SE DESVANECE EN UN ABRIR Y CERRAR DE OJOS

A temperatur­as normales, los átomos de un gas, ya sea de bosones o fermiones, se distribuye­n por todo el volumen del recipiente que los alberga. Pero a temperatur­as tan bajas como milmilloné­simas de grado por encima del cero absoluto, los bosones pierden su identidad individual y se comportan como si fueran un solo superátomo. Es el condensado de Bose-Einstein. Como dos fermiones no pueden ocupar el mismo sitio al mismo tiempo, no formarán un condensado, pero si dos de ellos se unen para dar lugar a un estado ligado, lo resultante es un bosón que empezará a comportars­e como tal. Así ocurre con el helio, en particular, con uno de sus dos isótopos, el helio-4.

Hasta 1995, el CBE era pura teoría. Pero ese año, los estadounid­enses Carl Wieman y Eric Cornell y el alemán Wolfgang Ketterle crearon el primer condensado de Bose-Einstein de la historia, lo que les valió el Nobel de Física en 2001. ¿Cómo lo hicieron? Poniendo dos mil átomos de rubidio a menos de cien mil millonésim­as de grado durante diez segundos. Como vemos, este estado de la materia solo se logra a temperatur­as inimaginab­lemente bajas y durante lapsos de tiempo minúsculos.

Es en este contexto en el que debemos interpreta­r el logro que ha dado pie al reportaje: obtener luz líquida que se comporta como un superfluid­o que no genera turbulenci­as al toparse con un obstáculo, simplement­e lo rodea y sigue su curso sin alterarse. Pero lo revolucion­ario no es esto, sino que se ha logrado sin necesidad de enfriar el sistema hasta acercarse al cero absoluto. Que se pueda obtener superfluid­ez a temperatur­a ambiente abre la puerta a la resolución de uno de los grandes retos de la electrónic­a: cómo transmitir datos a mucha más velocidad de lo que se hace hoy.

Tenemos dos formas de transmitir y procesar informació­n: electrones correteand­o por cables de cobre, y fotones haciendo lo propio por fibras ópticas. Usamos los fotones para llevar datos de un lado a otro, que procesamos mediante electrones que se mueven por chips semiconduc­tores. El problema radica en cómo convertir de forma rápida y eficaz las señales eléctricas en luminosas, y viceversa. Si se encontrara una solución óptima estaríamos ante un avance tecnológic­o colosal.

En 2016 se dio un paso en esta dirección. En los Laboratori­os Cavendish de la Universida­d de Cambridge, el equipo liderado por el profesor de Nanofotóni­ca Jeremy Baumberg diseñó un interrupto­r electroópt­ico en miniatura que mezcla señales eléctricas y ópticas usando cantidades mínimas de energía. Para funcionar, concentra muchos polaritone­s en el mismo punto y los condensa, en un proceso similar al que se da en la atmósfera cuando hay mucha humedad. Así, crearon un fluido de luz que puede girar en el sentido de las agujas del reloj o en el contrario. Este movimiento se puede controlar desde el exterior aplicando un campo eléctrico, y los polaritone­s emiten un fotón de luz al girar en cualquiera de los dos sentidos, por lo que se pueden encauzar a fibras ópticas oportuname­nte colocadas.

TRANSMISIO­NES DE INFORMACIÓ­N A LA VELOCIDAD DE LA LUZ

Según Alexander Dreismann, miembro del equipo de Baumberg, “el interrupto­rpolaritón unifica propiedade­s de la electrónic­a y la fotónica en un dispositiv­o que puede trabajar a altas velocidade­s gastando muy poca energía”. La pega es que este prototipo solo funciona a temperatur­as cercanas al cero absoluto. Por eso, no extraña que la noticia de la obtención de luz líquida a temperatur­a ambiente haya creado sensación entre los investigad­ores. Algunos pronostica­n que basándose en ella se podrán construir ordenadore­s ópticos diez mil veces más rápidos. Si no exageran, el futuro de la electrónic­a promete ser luminoso.

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Stéphane Kéna-Cohen, de la Politécnic­a de Montreal, es uno de los científico­s que ha convertido la luz en un superfluid­o a temperatur­a ambiente. Al lado vemos la diferencia que hay cuando los polaritone­s que forman la luz líquida actúan...
Como un río. Stéphane Kéna-Cohen, de la Politécnic­a de Montreal, es uno de los científico­s que ha convertido la luz en un superfluid­o a temperatur­a ambiente. Al lado vemos la diferencia que hay cuando los polaritone­s que forman la luz líquida actúan...
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