Días contados
LA PRIMERA EMPRESA –EN EL SENTIDO MODERNO DEL TÉRMINO– QUE SE ESTABLECIÓ EN LO QUE HOY ES ESPAÑA NACIÓ EN EL REINO DE ARAGÓN, VINCULADA A LA GANADERÍA TRASHUMANTE.
El fenómeno de la trashumancia se remonta a los mismos orígenes de la ganadería, cuando surge un tipo de pastoreo que ha de adaptarse a espacios geográficos de productividad variable. En definitiva, se trataba de trasladar periódicamente el ganado, normalmente de tipo ovino o bovino, a aquellas zonas que disponían de los mejores pastos en cada estación.
En España, la trashumancia ha dejado su huella en las cañadas, las cabañeras y otras vías pecuarias que enlazaban los lugares de pasto en invierno con aquellos otros que eran fértiles en verano, cuidando siempre de no agotar el ecosistema y de respetar los terrenos de cultivo colindantes. Aquellos caminos tuvieron su auge con la Reconquista, cuando el avance cristiano hacia el sur fue haciendo posible que existiesen terrenos idóneos, los de la denominada extremadura. En toda la península, ese término se aplicaba, en general, a los territorios arrebatados a al-Ándalus que, por entonces, formaban la frontera.
Aquella especie de franja de seguridad, que podía llegar a tener unos cien kilómetros de ancho, era una tierra de nadie, frecuente escenario de acciones bélicas, por lo que no era propicio para la agricultura. En este sentido, resultaba mucho más adecuado para los pastos de la trashumancia, en otoño e invierno. En los siglos XII y XIII, la extremadura del Reino de Castilla era Soria, al igual que Cáceres formaba parte de la extremadura del Reino de León. Tras cada conquista, los ganaderos iban ganando pastos de invierno para sus rebaños, con lo que se creaban dehesas, al tiempo que establecían acuerdos con los agricultores que, poco a poco, se atrevían a repoblar aquellas tierras.
Lo mismo sucedía en Aragón. Uno de los hitos de la guerra
fue la toma de la Saraqusta islámica, en 1118, por las huestes que había reunido Alfonso I el Batallador, rey de Aragón y de Pamplona. Cuando más tarde se apoderó de los territorios del valle del Ebro, surgió para los ganaderos aragoneses su particular extremadura. En ese contexto histórico, un jovencísimo rey Jaime I firmó el 18 de mayo de 1218 el privilegio que nombraba un Justicia de los Ganaderos de Zaragoza, y le otorgaba la jurisdicción y la defensa de derechos en relación con la ganadería en todo el reino. Ese fue el origen de la llamada Casa de Ganaderos, considerada como la primera empresa en la historia de lo que hoy es España, que agrupaba a los principales propietarios de ganado, mayorales y pastores de Zaragoza. Desde entonces, y con distintas formas asociativas, ha existido sin interrupción. En la actualidad, constituye una cooperativa. No obstante, en Aragón no existió una agrupación general de los ganaderos, a diferencia de lo que sucedía con la Mesta.
EN 1273, ALFONSO X EL SABIO PUSO EN MARCHA ESTA INSTITUCIÓN, CONOCIDA COMO EL HONRADO CONCEJO DE LA MESTA,
que reunía a los pastores de los territorios de León y de Castilla. A sus integrantes no solo les otorgó privilegios de paso y pastoreo, sino que se les concedió la exención del servicio de armas y de la obligación de testificar en los juicios. Con todo ello se pretendía, sobre todo, evitar los conflictos entre agricultores y ganaderos, para los que también se consolidaron los derechos de paso por las cañadas dos veces al año. Algunos historiadores consideran que en el éxito de la Mesta tuvo una especial importancia la introducción de la oveja merina, que era un producto de los cruces que se dieron con ejemplares procedentes del norte de África. Estos animales tenían una lana de mucha mejor calidad que las ovejas churras, que se emplean preferentemente para carne.
El comercio de lana se convertiría en una de las principales fuentes de riqueza en Castilla y Aragón en varios periodos de la Edad Media, de modo que la exportación de las ovejas merinas estaba prohibida y penalizada. En 1480, los Reyes Católicos decretaron el libre paso de rebaños entre sus reinos, lo que fortaleció a la Mesta, que perduraría hasta 1836. El siglo XIX contempló la crisis de la trashumancia en España como consecuencia de diversos factores, fundamentalmente por el descenso en los precios de la lana. Hoy tiene una existencia puramente testimonial.