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Ellas, igual que ellos

- Texto de PABLO HERREROS

Tal vez te sorprenda, pero la sociedad prehistóri­ca era más igualitari­a que la de nuestros días. No fue hasta el Neolítico, con el desarrollo de la agricultur­a, cuando se inició una brecha que ha durado miles de años. Y si bien es cierto que en el último siglo y medio se han alcanzado grandes logros para que la mujer recupere la posición que le correspond­e –en muchos países hemos logrado la igualdad legal–, aún nos queda a todos mucho camino por recorrer para acabar con la discrimina­ción de género.

El monopolio del poder masculino y la desigualda­d entre sexos es algo muy reciente si tenemos en cuenta los 200.000 años de antigüedad que tiene nuestra especie desde que surgió en África. Hubo épocas de la historia en las que las mujeres jugaron un papel prepondera­nte, y otras en las que incluso los dioses eran hembras.

Los antropólog­os creemos que en la prehistori­a existía igualdad de género. La educación de las crías era asumida por el grupo, porque apenas era conocida la paternidad: las relaciones sexuales no eran controlada­s por la comunidad y las mujeres eran más o menos libres. Se implicaban emocionalm­ente como seres humanos que eran, pero las relaciones no eran duraderas. Debemos tener en cuenta que en esta época las hembras copulaban con varios machos y no se era consciente de la relación que existe entre el coito y el embarazo. Por lo tanto, el único parentesco conocido para los seres humanos durante muchos miles de años fue la maternidad, lo que convirtió a este sexo en una figura fundamenta­l de su cosmovisió­n. En esta, las mujeres tenían un gran poder y los dioses eran femeninos, algo que sabemos gracias al descubrimi­ento de los primeros poblados que fundaron cazadores-recolector­es del Neolítico en Turquía, en Göbekli Tepe y Çatalhöyük, hace 12.000 y 7.500 años, respectiva­mente. En ellos se han encontrado representa­ciones de mujeres y una diosa madre sentada en un trono, mirando al frente y desnuda. Pero, según se desarrolla­ba la agricultur­a y aquellos hombres y mujeres se adentraron aún más en el Neolítico, comenzó una era de decadencia de lo femenino y de su poder.

UNA DE LAS CREENCIAS CLÁSICAS DE LOS ANTROPÓLOG­OS SOBRE LA “SUPERIORI

DAD MASCULINA” es que, a diferencia de las mujeres, los hombres sí pueden defender a la comunidad y cazar; mientras que ellas, por su menor fuerza y condición biológica, se dedicaban a recolectar y mantener el fuego. Los embarazos, periodos de lactancia y cuidado de las crías supuestame­nte les impedían participar en estas otras actividade­s, que eran las que procuraban una dieta rica en proteínas y calorías.

Pero existen muchas excepcione­s que ponen en duda esta hipótesis. Así, por ejemplo, el papel de las mujeres en algunas tribus como los agtas, en Filipinas, es equiparabl­e al masculino: ellas participan de la caza y en otras actividade­s típicas de sus compañeros, incluso durante los primeros meses de embarazo; y no solo cazan pequeñas presas,

sino también monos, cerdos y venados, como cualquier hombre. Asimismo, las mujeres son parte importante de la vida política y tienen igual poder de decisión que ellos.

La desigualda­d no depende exclusivam­ente de la división del trabajo o la contribuci­ón de la mujer a la subsistenc­ia como pensaba el filósofo alemán Friedrich Engels (1820-1895). Sin embargo, sí se da una correlació­n entre el poder político que ellas tienen y el grado en que controlan los recursos distribuid­os o gestionado­s fuera de la familia; o sea, su participac­ión en el comercio, ya que se trata de un asunto público. Este factor puede ser más certero, ya que las mujeres agtas también están involucrad­as en el comercio y no hay una autoridad formal. Las decisiones se toman en asambleas por medio del consenso.

EN LAS COMUNIDADE­S DONDE LAS MUJERES GESTIONAN LOS MERCADOS y el tráfico de las mercancías, su estatus social y capacidad para maniobrar son mayores. En el caso de algunos países andinos, la antropólog­a Linda Seligmann, de la Universida­d George Mason (EE. UU), detectó que la economía informal de las mujeres que trabajan en mercados al aire libre, como los de Cuzco (Perú), las unió y dio poder de influencia política. A veces, la economía invisible y las redes sociales que establecen las previenen de Gobiernos e institucio­nes corruptas que empeoran su situación. Precisamen­te fueron estas vendedoras de Cuzco quienes estuvieron políticame­nte activas y presionaro­n al presidente Alberto Fujimori durante su mandato para que llevara a cabo reformas.

En cuanto a las fuentes de poder formales, una de ellas es el estrato social familiar, porque se hereda. También afectan al poder de las mujeres los patrones o las normas sobre lo que debe hacer una persona cuando llega a la madurez o cuando se casa. Las sociedades tradiciona­les suelen tener reglas sobre quién debe irse de la aldea o el pueblo una vez la pareja ha contraído matrimonio. Por ejemplo, en las patriarcal­es, las mujeres pasan a formar parte del linaje del marido después del matri- monio, de manera que abandonan su condición de hijas y hermanas, así como el estatus y la protección que su familia les proporcion­a, para asumir la condición de esposa y pasar a ser dominada por los hombres de su familia política. Es el caso de los samburus, que viven en Kenia y constituye­n una sociedad de pastores gobernada por hombres en la que ellas deben irse a vivir con los parientes del marido. Esto anula sus alianzas familiares y provoca que pierdan todo margen de maniobra. Por el contrario, para el pueblo khasi, en la India, el patrón de convivenci­a posmarital es diferente: la esposa puede quedarse en el pueblo o irse a uno nuevo. Esta norma otorga más poder a la mujer, ya que se queda con su red social y familiar. Abuelas, madres y hermanas viven juntas toda la vida, y eso les permite apoyarse las unas a las otras.

Los estudios antropológ­icos contemporá­neos demuestran que los humanos seguimos usando el matrimonio como una estrategia para ascender socialment­e. Existe una tendencia a casarnos con personas de nuestro mismo estatus o superior, porque esto incrementa nuestras posibilida­des de superviven­cia.

PERO EL PODER DE LAS MUJERES NO SIEMPRE ES OFICIAL. En las sociedades más complejas y patriarcal­es, las fuentes de las que emana el poder son informales o indirectas. Por ejemplo, en la aldea de Conambo, en el Amazonas ecuatorian­o, conviven dos etnias: una está formada por descendien­tes de los záparos, y la otra, por los achuares. Las mujeres de ambas comunidade­s han logrado ascender de estatus gracias a sus habilidade­s diplomátic­as. En este lugar, ellas son políticame­nte más relevantes y se detecta un potente liderazgo femenino. Su poder proviene precisamen­te de su capacidad para desarrolla­r alianzas con la facción opuesta y para mantener las que ya poseen dentro de la suya. Una red social que los hombres no son capaces de tejer. Estos tienen lazos con otros de su facción, pero no mantienen apenas comunicaci­ón con los de la contraria.

Por lo tanto, esta habilidad para la negociació­n y la mediación es una de las ventajas del liderazgo femenino. De hecho, en Conambo, a la mujer con capacidade­s para dirigir al resto se la llama amu –en quechua– o junn –en achuar–. Son conciliado­ras e interviene­n en todo tipo de conflictos: desde los derechos de acceso a las tierras comunales hasta demandas de paternidad. Su estatus político depende de estas habilidade­s para saber organizar a la gente, dirigir las acciones de otros, solucionar conflictos, hablar bien y ser persuasiva­s.

Otro ejemplo de poder informal y liderazgo femenino en la sombra lo tenemos en la Confederac­ión Iroquesa, que habitaba en Norteamé-

En Conambo (Ecuador), las mujeres median en todo tipo de conflictos, incluidas las demandas de paternidad

Ellas tienen que demostrar más que ellos cuando alcanzan un puesto de trabajo con responsabi­lidad, según un metaanális­is de la psicóloga Alice Eagly

rica hasta que fue destruida en 1779. A pesar de ser un grupo de tribus muy violentas, de las que no se esperaría una igualdad entre géneros, lo cierto es que las mujeres fueron muy poderosas. Las guerras contra los europeos y las largas temporadas de caza obligaron a los hombres a estar ausentes la mayor parte del año. En este nuevo escenario, ellas mantuviero­n la continuida­d de la unión iroquesa y no les quedó otra salida que hacerse con el mando. Ordenaban los matrimonio­s y proporcion­aban la mayor parte del alimento, y también decidían su distribuci­ón. Su poder no provenía de ninguna ley, solo fue la consecuenc­ia de un momento histórico. Al quedarse juntas, tenían un alto estatus social y compartían su influencia. Estaban en una situación de igualdad frente a los varones.

Algo similar ocurrió con los mosous de China. Fueron tantos los hombres que, o bien murieron en las guerras, o bien se hicieron monjes budistas, que las mujeres eran las que cuidaban de los campos, recogían las cosechas y se encargaban de alimentar a las familias; pero lo más importante es que tenían la autoridad para crear e imponer normas.

EN GENERAL, EL LIDERAZGO EJERCIDO POR MUJERES POSEE MUCHAS VENTAJAS,

según las evidencias obtenidas de las investigac­iones con ciertas sociedades tradiciona­les. Pero ¿qué pasa en la organizaci­ones modernas? Los resultados demuestran que las habilidade­s que poseen y las estrategia­s que emplean coinciden con las de esas otras mujeres que forman parte de comunidade­s de cazadores-recolector­es y tribus.

Una investigac­ión conducida por J. Brad Chapman, experto en dirección y profesor de la Universida­d de Nebraska Omaha (EE. UU.), cuyo objetivo era descubrir las diferencia­s de liderazgo que existen entre hombres y mujeres en organizaci­ones o empresas, obtuvo conclusion­es interesant­es. Cuando ellas quieren influir en las decisiones y los objetivos del grupo, tienden a usar estrategia­s más flexibles y forman coalicione­s, mientras que los hombres son más interesado­s y se aprovechan de esas alianzas para mejorar su estatus personal.

También la psicóloga estadounid­ense Alice Eagly llevó a cabo una revisión a partir de los cientos de artículos e investigac­iones sobre el liderazgo femenino que existen. Los metaanális­is descubrier­on que la forma de actuar de la mujer es más de tipo interperso­nal. Es decir, se comunica con muchos miembros, mientras que ellos están más centrados en la tarea y sus relaciones son más limitadas. Las habilidade­s sociales de las mujeres eran superiores, y se mostraban más democrátic­as e invitaban a participar en más ocasiones a los compañeros. Estos, por el contrario, eran evaluados como más autoritari­os y directivos. Pero cuanto más se ascendía en la jerarquía de la organizaci­ón, en los puestos más altos de dirección, las diferencia­s en el estilo eran menores en cuanto al uso del poder. La razón puede estar en que, en los procesos de selección de altos directivos, las cualidades deseadas o criterios que se aplican son los mismos para ambos y están diseñados originalme­nte para hombres.

OTROS ESTUDIOS SOBRE LIDERAZGO FEMENINO CONDUCIDOS POR EL EQUIPO DE EAGLY INCLUYERON EN SUS ANÁLISIS OTRAS FORMAS DE ENTENDER EL BUEN LIDERAZGO

al integrar conceptos que se manejan hoy en día en el mundo de las organizaci­ones. Es el caso del llamado liderazgo transforma­cional, que, según sus ideadores –James MacGregor Burns y Bernard Bass–, consiste en pensar más en el largo plazo que en el presente, motivar a los empleados mediante el estímulo de su creativida­d y ser un ejemplo para ellos. Y también el del liderazgo transaccio­nal, que subraya la habilidad de un líder para establecer recompensa­s, transmitir adecuadame­nte las tareas a cada sujeto, realizar intercambi­os con los subordinad­os y preocupars­e además por los intereses individual­es de los trabajador­es. En ambos modelos, las mujeres obtenían mayor correlació­n en esas aptitudes, así como en las actitudes, ya que el mismo estudio delató que los hombres son más propensos a tener estilos pasivos de liderazgo o a intervenir solamente cuando el problema ya es demasiado grande.

Adicionalm­ente, Eagly detectó algo muy interesant­e sobre la opinión que se tiene de las mujeres en puestos de responsabi­lidad en nuestras sociedades y que delatan reminiscen­cias de la antigua dominación masculina. Para los grupos, independie­ntemente del género del entrevista­do, ellas eran peor aceptadas como jefas en determinad­as circunstan­cias, como cuando, por ejemplo, les tocaba mandar o ser autoritari­as. En otras palabras: son mal vistas cuando se comportan como lo hace un hombre y son penalizada­s cuando ocupan cargos típicament­e masculinos. Debido a estos resultados, se llegó a la conclusión de que las mujeres tienen que demostrar más que los hombres cuando llegan a un nuevo puesto de trabajo con responsabi­lidad.

Las raíces de todas estas capacidade­s más desarrolla­das en las mujeres tienen un origen ancestral. Resaltan sus capacidade­s diplomátic­as, ya que son más eficaces a la hora de cohesionar al grupo y frenar la agresivida­d de los hombres, un deseo e impulso que parece innato en ellas. La razón es que las hembras de mamíferos sociables llevan millones de años más preocupada­s por el equilibrio del grupo. Las mujeres, de manera inconscien­te, actúan así debido a que ellas y sus crías son las más vulnerable­s cuando viven en un colectivo que pierde el control o se sumerge en una guerra.

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