Las nuevas familias
Los vínculos familiares son más diversos que nunca. Gracias a las técnicas de reproducción asistida, podemos tener hijos en solitario o con parejas del mismo sexo. Las relaciones heterosexuales monógamas son solo una opción más, y los matrimonios por la Iglesia se han convertido en minoría. Una revolución social está en marcha. Y viene de los hogares.
Por primera vez en la historia, se ha dejado de contemplar la familia modelo – compuesta por padre, madre e hijos– como un pilar intocable. Asistimos a una explosión de novedosos tipos de convivencia en el hogar que van surgiendo amparados en la creciente tolerancia, las nuevas leyes y las modernas técnicas de procreación. Un verdadero terremoto está en marcha, y no parece que nadie pueda frenarlo, al menos en las sociedades occidentales, como la española, donde los datos del Instituto Nacional de Estadística ilustran la profundidad de la mutación: por término medio, los hogares de nuestro país están compuestos por solo 2,5 personas; casi la mitad de los nacidos son hijos de mujeres no casadas; los matrimonios por la Iglesia resultan hoy tres veces menos numerosos que a principios de este siglo; y desde 2005, cuando se legalizaron las uniones homosexuales, más de 32.000 parejas del mismo sexo han formalizado su relación.
Pese a tal mutación, el prototipo familiar clásico de progenitores heterosexuales con descendencia continúa dominando numéricamente. Denominado biparental y también nuclear –por haber sido históricamente la base natural, legal y religiosa de la sociedad–, ha variado en sus roles y su forma, debido sobre todo a cuestiones de planificación y economía, y gracias a los métodos anticonceptivos y la flexibilización de las normas. Hoy se trata en su mayoría de familias menos pobladas, con uno o dos hijos. A la par, crece la cantidad de parejas que decide no procrear, y los hogares monoparentales ya no llaman la atención ni de los más intransigentes.
La gran familia, con abundante prole para asegurar la continuidad genética y de recursos, es ya muy minoritaria en los países más o menos ricos y libres. Este esquema exigía lazos y arraigos muy intensos, que no encajan en el mundo moderno. ¿Qué ha pasado? Ya en los años cincuenta del siglo pasado, el sociólogo polaco Zygmunt Bauman resaltaba que los vínculos se habían debilitado por “la percepción de que necesitamos menos del otro y porque cada vez estamos más concienciados de la importancia de nuestra autonomía. Antes, una persona sola tenía una serie de limitaciones, había unos roles y cada uno tenía unas funciones que fomentaban los vín-
culos. Ahora somos más versátiles y multifuncionales. Da igual tu sexo para hacer una función u otra. Todos hacemos de todo, lo que nos permite ser autónomos”. Este diagnóstico tiene casi setenta años, y sus conclusiones no han hecho otra cosa que profundizarse. La pérdida de peso de la religión, la liberación de las mujeres y las diversidades étnica y cultural procuradas por los movimientos migratorios de las últimas décadas han hecho el resto.
LO QUE VIVIMOS HOY ASOMÓ EN LOS AÑOS OCHENTA Y NOVENTA, cuando comenzaron a hacerse más visibles las nuevas formas de convivencia. Con sus datos, el censo de 2001 dio la medida de la realidad española que surgía con el siglo XXI: más de un millón de parejas convivían sin haber pasado por la iglesia o el juzgado, uno de cada cinco bebés nacía fuera del matrimonio, casi medio millón de hogares estaban formados por una persona divorciada con hijos a su cargo, cerca de tres millones de ciudadanos vivían solos y, por primera vez, 10.500 hombres y muje--
Los matrimonios entre personas de distintas etnias tienen un efecto social positivo: diluyen prejuicios milenarios
res declaraban que compartían sus vidas. La complejidad de las relaciones llevó a los estudiosos a buscar nuevas definiciones para una realidad cambiante. Así lo hizo la socióloga Inés Alberdi en su libro La nueva familia española: “La familia está formada por dos o más personas, unidas por el afecto, el matrimonio o la afiliación, que viven juntas, ponen sus recursos económicos en común y consumen una serie de bienes en su vida cotidiana”.
ESTE ES EL ESQUEMA QUE ENGLOBA A TODOS LOS TIPOS DE FAMILIA QUE HOY SE DAN y también a los que aún estén por hacerse visibles o aparecer. Según Constanza Tobío, catedrática de Sociología de la Universidad Carlos III de Madrid y autora de numerosos trabajos sobre el asunto, “es la primera gran revolución de la familia desde el punto de vista de la voluntad y de la libertad. Ya no se trata solo de crear familia como espacio de supervivencia, sino como una elección personal y una búsqueda de la felicidad. La familia es lo que los individuos quieren que sea durante el tiempo que lo desean. Los nuevos modelos familiares se basan en cualquier tipo de vínculo entre individuos que implique elementos de convivencia, afecto y ayuda mutua. Por tanto, lo que hay es una lista abierta de tipos de familia que resulta de las distintas formas de relación que entablan los individuos”.
En nuestro país hay 1.600.000 hogares monoparentales con una mujer al frente. El 33 % de esas madres están en paro
Uno de los elementos de esta transformación social que más llama la atención es el constante aumento de los hogares monoparentales, compuestos por una madre o un padre y uno o varios hijos. Las separaciones y los divorcios –en España hay unos cien mil al año– son la principal causa de esta variante de la familia nuclear que en nuestro país suele tener a una mujer al frente –así sucede en más del 80 % de los casos–, algo que ha propiciado el surgimiento de un nuevo concepto: hogares monomarentales.
Otro de los fenómenos que nadie habría sospechado hace unas pocas décadas es el continuo incremento del número de personas que desean procrear sin tener pareja, para lo que acuden a la adopción o a la reproducción asistida. Es una situación que también resulta mucho más frecuente entre las mujeres, al igual que ocurre con una fórmula de monoparentalidad ya histórica y siempre aceptada: la de los viudos, a menudo féminas, debido a su mayor longevidad. Todos estos factores hacen que en España el número de hogares monoparentales represente un 11 % del total. Según Carmen Flores Rodríguez, presidenta de la
Federación de Asociaciones de Madres Solteras, estas personas se enfrentan a menudo a difíciles coyunturas, ya que “dependen de un solo ingreso que debe ser digno para desvincularlas de la exclusión social. Además, no existe una pauta que las defina, regule y proteja estableciendo derechos y deberes para que se normalice su situación. Esto contrasta con la creencia generalizada y errónea de que disponen de muchas ayudas y servicios específicos que sirven para mejorar su calidad de vida”.
Al menos, estas familias ya no tienen que soportar la presión impuesta por la vieja moral y los prejuicios, y tampoco las homoparentales, donde los progenitores son gais o lesbianas, pese a casos aislados. España, además de ser uno de los países con una legislación más avanzada en este ámbito, puede presumir de ser una de las sociedades más tolerantes de su entorno. “Ser padre o madre es tan trascendente que otros progenitores no te ven como gay o lesbiana, sino como padre o como madre, y cualquier barrera que pudiera haber, cualquier prejuicio, se cae automáticamente”, dice Ricardo Vázquez Almagro, miembro de la junta directiva de la Asociación de Familias LGTBI Galehi.
Es la sensación generalizada, pero aún faltan tiempo y detalles para que la normalidad alcance ese punto en que el asunto deja de ser tema de conversación. Desde Galehi mencionan algunos de estos tropiezos cotidia- nos: la mirada crítica de algunas personas en la calle, la publicidad solo pensada para las familias tradicionales y, claro, la escuela. Según el directivo de Galehi, “los otros modelos de unidad familiar no aparecen en los libros de texto, y la reacción de los compañeros de clase ante los hijos de parejas homoparentales va en función de la educación relativa a la diversidad, un tema que por ahora depende solo de la voluntad y la actitud del profesor”.
En cuanto al desarrollo afectivo-educativo de los hijos de estas familias, el tiempo y los estudios están dejando en mal lugar a quienes vaticinaron los peores resultados. Ni a los niños se les contagia la homosexualidad ni desarrollan desequilibrios mentales específicos, a juzgar por las in-
Los estudios no hallan diferencias psicológicas entre los vástagos de parejas gais y los de heterosexuales
vestigaciones. Lo que cuenta es el amor y la dedicación que reciben, como en los hogares tradicionales. Vázquez Almagro puntualiza que en España existe un estudio al respecto que continúa siendo un referente, pese a ser de 2002. El trabajo, elaborado por la Universidad de Sevilla y el Colegio de Psicólogos de Madrid y financiado por la Junta de Andalucía y el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, no encontró diferencias significativas entre los niños criados por parejas homosexuales y los de heterosexuales.
LAS MISMAS CONCLUSIONES SE DESPRENDEN DE LAS INVESTIGACIONES HECHAS EN EUROPA Y NORTEAMéRICA. Entre las que más repercusión han obtenido figuran las de Susan Golombok, directora del Centro de Investigación Familiar de la Universidad de Cambridge, que las reunió y resumió en 2015 en el libro Modern families: parents and
children in new family forms (Familias modernas: padres e hijos en las nuevas formas de familia). Esta obra repasa también decenas de trabajos realizados desde los años setenta hasta nuestros días que no han identificado rasgos psicológicos distintivos en los vástagos de hogares homoparentales. En la misma dirección apunta un trabajo dirigido en 2016 por Rachel H. Farr, psicóloga de la Universidad de Kentucky, que estudió durante cinco años los hábitos de los menores de 106 familias de parejas gais, lesbianas y heterosexuales. Según Farr, los resultados demostraron con claridad que “tener un modelo masculino y femenino en el hogar no resulta necesario para facilitar el desarrollo típico de género entre los niños adoptados”.
En definitiva, y como se encarga de recordarnos Vázquez Almagro, “es el amor lo que hace familia; el amor como sentimiento pero también como trabajo diario, cotidiano, gota a gota, comprometido”.