La década de la inteligencia artificial
La inteligencia artificial (IA) podría definirse como el desarrollo de software para el aprendizaje automático de las máquinas. En otras palabras, la programación de máquinas para que, imitando el funcionamiento de la mente humana, recojan datos, los procesen y almacenen y aprendan de ellos para predecir acciones y acometer de forma eficiente las tareas para las que fueron concebidas. Más o menos en esto estaba pensando el Tío John McCarthy (1927-2011), prominente informático de Boston, cuando acuñó la expresión inteligencia artificial en 1956. Desde entonces la IA ha evolucionado de forma meteórica para convertirse en una de las tecnologías más revolucionarias y con más proyección de futuro, como prueban los esfuerzos de las grandes compañías tecnológicas por hacerse un hueco en el sector. Así, en colaboración con el big data y la robótica, la IA empieza a formar parte de nuestras vidas, con asistentes individuales, como Siri, Alexa y Cortana; los vehículos autónomos en gestación; la creación de sistemas adaptativos de aprendizaje en educación; o los superordenadores que diagnostican el cáncer o alertan de un infarto. Una revolución que plantea dudas y miedos en la población. Una revolución aún en pañales: “La inteligencia artificial actual no alcanza el nivel de un bebé”, ha dicho Harry Shum, de Microsoft.