¿Cuándo empezamos a imaginar?
En la última década se ha comenzado a abordar a fondo el problema de cuándo empezó el ser humano a ser capaz de imaginar. La opinión más generalizada es que el pensamiento imaginativo fue cristalizando a lo largo de miles de años durante la evolución de nuestros cerebros, de la misma forma que sabemos que ocurrió con nuestras capacidades biológicas y rasgos físicos distintivos. Según Steven Mithen, autor de conocidos libros sobre la materia, como Arqueología de la mente y Los neandertales cantaban rap, ya en la etapa que va de los australopitecos al Homo habilis –este vivió en África hace dos millones y medio de años– habría surgido la conciencia entre estos homínidos de que sus congéneres tenían pensamientos distintos. Más adelante vendría el hito del mayor crecimiento del cerebro, vinculado al bipedismo. Pero no fue hasta después de la salida de África del Homo sapiens cuando aparecieron identificadas con nitidez las prácticas culturales y los primeros intentos de organización social, en un periodo que sitúan entre 30.000 y 10.000 años atrás.
Ese salto cualitativo realizado entonces por el Homo sapiens ha llevado a algunos antropólogos a proponer que fue precisamente la imaginación el factor diferencial que permitió a los humanos dominar el mundo. Gracias a esta capacidad, se habrían organizado las tribus –antepasadas de nuestros actuales Estados–, dictado leyes para regular la convivencia entre sus miembros y concebido explicaciones religiosas a los fenómenos observados en la naturaleza. Nación, ley o religión tienen en común su condición de ser conceptos muy abstractos y, como tales, no podrían haberse definido sin la ayuda de la imaginación.