Un club muy selecto
En 1904, un grupo de doce caballeros británicos, entre los que se encontraba Conan Doyle, crearon el llamado Club de los Crímenes. Su cometido era sencillo: reunirse unas tres o cuatro veces al año para analizar en su seno los crímenes más misteriosos de su tiempo. Realmente es poco lo que se conoce de aquellas deliberaciones, ya que estas eran secretas, pero, por lo que ha trascendido, uno de los asistentes introducía un crimen, elegido por él, y, tras desgranarlo en profundidad, se iniciaba un debate general para intentar resolverlo.
Que fuese tan secreto se debe a que también se invitaba a los abogados, médicos y policías que intervinieron en el caso, por lo que la confidencialidad debía estar asegurada. Como relató uno de aquellos asistentes, “siempre era interesante examinar y manejar piezas de juicios célebres, contemplar fotografías y enterarse de qué había sido de aquellas personas que, tras haber adquirido notoriedad, habían sido absueltas”. Por este club desfilaron casos como los de los asesinos en serie Thomas Neill Cream y Henri Désiré Landru, el misterio del túnel de Merstham, el doble condenado por error Adolf Beck y hasta el de Jack el Destripador. Con el tiempo aumentó el número de miembros, lo que, en opinión de sus fundadores, hizo que se degradara su esencia.