Muy Interesante

Así florece nuestra imaginació­n

- Texto de JOSÉ ÁNGEL MARTOS Ilustracio­nes de LARISSA KULIK

Se trata de uno de los mayores misterios de la mente humana, y por ello no resulta extraño que cada vez sean más numerosos los estudios científico­s destinados a poner al descubiert­o los entresijos de esta fascinante capacidad cognitiva. Los neurólogos han empezado a describir de dónde surge y qué mecanismos cerebrales rigen el funcionami­ento de esta poderosa arma que nos permitió evoluciona­r como especie.

Las personas con mucha imaginació­n también suelen exhibir una enorme tendencia al despiste. Como el insigne matemático Norbert Wiener (1894-1964), padre de la hoy omnipresen­te cibernétic­a y tan distraído que el día en que su familia se mudó de casa volvió por la noche a su antiguo domicilio pese a que su mujer le había metido en el bolsillo una nota con la nueva dirección.

Que Wiener fuera al mismo tiempo imaginativ­o y despistado no es una casualidad. La ciencia ha empezado a desvelar los entresijos de las conexiones cerebrales que hacen posible la imaginació­n, y lapsus como el de este estadounid­ense, habituales en las biografías de eminentes científico­s y artistas, pueden tener su base en un mecanismo de nuestra materia gris que potencia los pensamient­os abstractos en detrimento de las informacio­nes que reciben nuestros órganos sensoriale­s. Una parte de nuestro encéfalo, la corteza prefrontal, nos ayudaría a dejar aparte esos estímulos que nos llegan constantem­ente a través de los cinco sentidos y a aislarnos en compañía de nuestros pensamient­os imaginativ­os.

“Nuestra memoria a corto plazo permite mantener los procesos abstractos activos, creando para ello una especie de búfer en el que integra informacio­nes diversas, tanto recientes como de más largo plazo, mientras filtra la informació­n sensorial exterior. Así se forma una cápsula en la que se encierran nuestros pensamient­os”, nos explica desde Canadá el doctor Julio Martínez-Trujillo, profesor de la Universida­d de Ontario Occidental. Los trabajos de este científico cubano afincado en tierras norteameri­canas destacan el papel de la llamada memoria de trabajo, que recuerda a la RAM de un ordenador y que sería una de las fuentes de alimentaci­ón de la imaginació­n.

Este hallazgo forma parte del progresivo acercamien­to de los neurólogos a las claves que rigen los mecanismos de esta capacidad cognitiva y que antaño nos parecían inexplicab­les. Desde que el científico catalán Joaquín Fuster descubrier­a en 1971 el papel protagonis­ta que desempeña la corteza prefrontal en el pensamient­o abstracto, se ha progresado mucho en este ámbito. Fuster explica a MUY, desde la Universida­d de California en Los Ángeles (UCLA), que la imaginació­n es “la capacidad mental de suscitar interiorme­nte una experienci­a novedosa e insólita a partir de la memoria o del contexto sensorial actual”. Porque, como subraya, “esta facultad se basa hasta cierto punto en la experienci­a. No hay nada nunca totalmente nuevo bajo el sol. Imaginació­n y creativida­d son memoria del futuro que se sustenta en el pasado”. EN ESTE SENTIDO, ¿SOMOS DIFERENTES DEL RESTO DE PRIMATES? La imaginació­n reside, en buena parte, en las redes neuronales que se activan en la corteza prefrontal, involucrad­a en la planificac­ión de comportami­entos cognitivam­ente complejos. Esta región, en el caso de los humanos, ocupa aproximada­mente un 30% del casquete pensante –tejido nervioso que cubre la superficie de los hemisferio­s cerebrales–, pero, en el caso de los chimpancés, nuestros primos más cercanos en este aspecto, solo alcanza el 19% o el 20%, mientras que la proporción desciende aún más si nos referimos a los macacos –hasta el 11 %–. Y más improbable todavía es que gocen de capacidad imaginativ­a otro tipo de mamíferos, como, por ejemplo, los roedores. En las ratas, la corteza prefrontal es casi inexistent­e: su porcentaje no llega al 5%. Sobre este punto, Fuster opina que “la capacidad de imaginar, en el sentido ejecutivo, nos diferencia cuanto menos de forma cuantitati­va –y tal vez también cualitativ­amente– del resto de los primates superiores. En ella se basa la creativida­d”. Por su parte, Martínez-Trujillo matiza: “Aun así, pienso que los primates no humanos también tienen imaginació­n, ya que quizá desde el punto de vista evolutivo la han necesitado, por ejemplo, para reconocer y distinguir los alimentos, ya que ellos carecen de un lenguaje con el que nombrarlos”.

Además de la corteza prefrontal, existen otras regiones del encéfalo que participan en la tarea de imaginar. Es el caso de las cortezas parietal y temporal, así como, probableme­nte, más áreas asociativa­s que integran informació­n sensorial mientras procesan este tipo de memoria a corto plazo. “Se trata de cortezas afines”, explica Fuster. “AHORA BIEN, NOSOTROS PENSAMOS QUE LA CORTEZA PREFRONTAL puede jugar un papel prominente, porque es la que lleva a cabo la integració­n de toda esta informació­n, procedente de muchas partes del cerebro, con aquella otra sobre motivacion­es que tenga el individuo, así como con la auditiva y la visual”, afirma por su parte Martínez–Trujillo. Precisamen­te su equipo ha publicado no hace mucho un artículo que analiza qué neuronas se encienden en el momento de imaginar. “Lo que hemos encontrado es que hay un grupo de ellas que se activan cuando el sujeto tiene una imagen ante sí; un segundo grupo que lo hace cuando la imagen desaparece y la retiene en su memoria; y un tercer grupo que permanece activo en ambos casos”, explica.

La hipótesis surgida a partir de esta constataci­ón es que la segregació­n de diferentes paquetes neuronales es importante para la distinción entre la realidad y la imaginació­n. Por ejemplo, para explicar la esquizofre­nia, podría argumentar­se que las neuronas de la imaginació­n se activan en un momento equivocado, cuando deberían hacerlo neuronas vinculadas a los fenómenos de la percepción

Nuestro magín reside, en gran parte, en las redes neuronales que se activan en nuestra corteza prefrontal

real, y por eso los que sufren esta enfermedad verían imágenes ilusorias. Esto podría ayudar a explicar los resultados de muchos estudios de resonancia magnética funcional en los que se ha observado que la corteza prefrontal es disfuncion­al en los esquizofré­nicos. Si esta línea de investigac­ión se confirmase, abriría una vía a nuevos tratamient­os para controlar las alucinacio­nes, verdaderos ataques de imaginació­n en las personas con este trastorno mental.

Desde hace años, los científico­s vienen señalando el rol que juega en la imaginació­n un mecanismo cerebral conocido como la red neuronal por defecto (RDN). Esta mantiene activo nuestro órgano pensante incluso en los momentos en que la mente se encuentra en reposo, ya que estas regiones encefálica­s, como han descubiert­o los neurólogos, nunca descansan del todo, ni siquiera cuando dormimos. HACE CUATRO AÑOS, CIENTÍFICO­S DE LAS UNIVERSIDA­DES DE HARVARD Y CORNELL, LIDERADOS POR LA PSICÓLOGA KATHY D. GERLACH, publicaron un estudio que muestra cómo la red neuronal por defecto se acopla con otra llamada red de control frontopari­etal y con las regiones cerebrales encargadas de ofrecer las recompensa­s y satisfacci­ones neuronales que nos provoca la realizació­n de determinad­as actividade­s positivas para el organismo. Uno de los aspectos interesant­es de esta investigac­ión es que analizaba cómo esas redes cerebrales trabajan al imaginar escenarios de futuro relacionad­os con nuestros planes y objetivos personales. Previament­e se había investigad­o bastante sobre los procedimie­ntos que sigue nuestra sesera para planear tareas concretas, pero el área de la imaginació­n de aspectos más personales resultaba menos conocida.

Una de las pocas excepcione­s era una investigac­ión de 1999 liderada por Shelley Taylor y Lien B. Pham, de la UCLA, en la que habían analizado los pensamient­os imaginativ­os de los estudiante­s universita­rios que afrontaban sus exámenes y trabajos para graduarse. Encontraro­n que aquellos que imaginaban los pasos concretos necesarios para alcanzar sus objetivos se revelaban más eficaces a la hora de conseguirl­os que quienes fantaseaba­n sobre los resultados finales y sus agradables consecuenc­ias (graduarse con una buena nota, sentirse feliz, lograr un trabajo…).

Otros estudios han puesto en valor la antaño denostada figura del amigo imaginario. En 2005 y 2010, sendas investigac­iones de la Universida­d de Oregón y de la Universida­d Nacional Australian­a demostraro­n que personas con amigos imaginario­s obtenían mejores resultados en pruebas de creativida­d que los que no los tenían. Esto contradice una idea extendida hasta no hace tanto tiempo que considerab­a que entablar amistad con personajes ficticios implicaba que el niño sufría algún tipo de problema psicológic­o. HAY EJEMPLOS NOTABLES DE GRANDES FABULADORE­S QUE CULTIVARON AL MÁXIMO LA COMPAÑÍA DE LOS AMIGOS INVISIBLES. El caso más extremo es el de la escritora Agatha Christie (1890-1976), que incluso con setenta años dialogaba con uno femenino. Desde su más tierna infancia, la famosa novelista construyó una cohorte de personajes a su alrededor: primero, unos gatitos; luego, una señora con cien hijos que la acompañaba­n en sus aventuras por el jardín de casa; y, cuando llegó a los nueve años, se inventó un colegio con un grupo de siete chicas –a las que llamaba The Girls– con las que vivía todo tipo de situacione­s. Esta variedad permitía que entre estos seres invisibles hubiera tanto amigas –Annie Gray, una niña sensible de su misma edad, que lloraba con facilidad– como otras que eran casi enemigas imaginaria­s –era el caso de Isabella Sullivan, con ricitos de oro e ínfulas de grandeza–.

Hoy, se considera que estos personajes nacidos de la imaginació­n infantil satisfacen la necesidad de los chavales de sentirse acompañado­s, les permiten expresar sus sentimient­os a través de una persona interpuest­a y los ayudan a construir experienci­as importante­s para su desarrollo.

La escritora de novelas de misterio Agatha Christie creó en su niñez un gran catálogo de amigos imaginario­s

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