Días contados
EN 1908, UNA VIOLENTA EXPLOSIÓN ARRASÓ MÁS DE 2.000 KM2 DE TAIGA EN UNA REMOTA REGIÓN DE SIBERIA PRÓXIMA AL RÍO PODKAMENNAYA TUNGUSKA. HOY, AÚN SE INVESTIGAN LAS CAUSAS DE ESTE FENÓMENO, QUE LANZÓ POR LOS AIRES A TESTIGOS SITUADOS A 65 KM.
El 30 de junio se celebra el Día Internacional del Asteroide. La idea es que reflexionemos sobre las consecuencias que pueden tener las colisiones con los objetos extraterrestres que alcanzan nuestro planeta. La amenaza es real. Se estima que de los más de 750.000 asteroides y cometas que rondan el Sistema Solar, unos 16.000 siguen órbitas cercanas a la nuestra; de ellos, al menos 875 tienen más de un kilómetro de diámetro. El grupo de los asteroides potencialmente peligrosos, que son los más cercanos –a unos pocos millones de kilómetros–, incluye 1.800 de estas rocas espaciales, con tamaños de más de 150 metros. Tarde o temprano, una de ellas acabará chocando contra nosotros. Es solo cuestión de tiempo. Lo único que podemos hacer es seguir investigando para tratar de determinar su tamaño, composición, estructura y trayectoria, así como las tecnologías necesarias para tratar de interceptarlas. Pues bien, el motivo de haber escogido justo esa fecha para acordarse de ellas es un acontecimiento para el cual aún no hay una explicación concluyente. EL úLTIMO DíA DE JUNIO DE 1908, ALREDEDOR DE LAS SIETE Y CUARTO DE LA MAÑANA, algunos testigos que se encontraban al noroeste del lago Baikal, en Siberia, contemplaron cómo cruzaba el cielo una gran esfera de fuego azulado, casi tan luminosa como el Sol. Aunque se encontraban a más de 60 km de distancia, pronto sufrieron un calor intenso y el azote de un viento abrasador. Poco después escucharon un estampido seco, del que se sucedieron varias repeticiones, y les alcanzó una onda de choque que se hizo notar en un radio de unos 600 km. El suelo tembló, las ventanas estallaron e innumerables árboles fueron
derribados. En su relato aseguran que algunas personas fueron lanzadas por los aires. El equivalente sísmico fue el de un terremoto de nivel 5 en la escala de Richter, y las fluctuaciones en la presión atmosférica se detectaron incluso en Gran Bretaña. Se trata del mayor acontecimiento de este tipo registrado en la historia, y eso que, según los expertos, un suceso de estas características tiene lugar cada trescientos años. Resulta inevitable pensar lo que sucedería si se diera en un área metropolitana. LA PRIMERA INVESTIGACIóN CIENTíFICA DEL EVENTO LA LLEVó A CABO EN 1921 EL GEóLOGO LEONID KULIK, conservador principal de la colección de meteoritos del Museo de San Petersburgo. A partir de las declaraciones de los observadores, Kulik concluyó que lo había ocasionado un gran meteorito. Cuando años después pudo llegar a la supuesta zona del impacto –esta medía unos 70 km y se asemejaba a las alas de una mariposa, lo que sugiere que se dieron varias explosiones en línea recta–, comprobó con sorpresa que no había cráter alguno. Tampoco encontró restos. En aquel lugar, los árboles permanecían en pie, pero habían desaparecido sus ramas. Parecían postes de teléfono. Sin embargo, en las zonas más alejadas, habían quedado abatidos en direcciones radiales. Más tarde se comprobó que durante el incidente se había liberado una energía mil veces mayor que la de la bomba atómica que se lanzó sobre Hiroshima en 1945 y que el área afectada cubría más de 2.000 km2.
Desde entonces se han publicado un millar de trabajos científicos sobre este asunto, en los que se han tratado de esclarecer las numerosas incógnitas que lo envuelven. La explicación más plausible es que un meteoroide, quizá un fragmento de cometa compuesto de hielo y polvo, de al menos 50 metros de diámetro, penetró en la atmósfera a una velocidad de 15 kilómetros por segundo. Se calentó hasta casi los 25.000 ºC, hizo explosión y se desintegró cuando se encontraba a entre 6 y 10 km del suelo, por lo que no se formó cráter. También sabemos que el día anterior se dio una abundante lluvia de estrellas, las Beta Táuridas, que se piensa que están causadas por el cometa 2P/Encke. Se trata de un objeto muy viejo que se deshace rápidamente, por lo que pronto acabará convirtiéndose en un asteroide. Quizá en él se encuentren las claves del enigma de Tunguska.