Neuropecados: la soberbia
EVALUARNOS CON BENEVOLENCIA ES BENEFICIOSO PARA NUESTRA SALUD MENTAL, PERO CUANDO LA ARROGANCIA ES EXTREMA PUEDE ESTAR ASOCIADA A UNA TARA DEL CEREBRO.
Espejito, espejito mágico, dime una cosa: ¿quién es la más hermosa?”, preguntaba la madrastra de Blancanieves mirando su propio reflejo en el famoso cristal. Le sobraban soberbia y narcisismo a la señora, pero carecía por completo de autoestima. Porque, en contra de lo que solemos creer, no son dos caras de la misma moneda. “Los narcisistas se sienten superiores, pero no están satisfechos consigo mismos”, aclara Eddie Brummelman, investigador neerlandés de la Universidad de Ámsterdam. El principal objetivo de las personas vanidosas y autocomplacientes, según apunta, no es establecer relaciones estrechas, sino demostrar a los demás su supremacía; y cuando se sienten admirados, entran en un estado de éxtasis y afianzan su altanería. Pero si no despiertan esa veneración que creen merecer, se vuelven iracundos e incluso agresivos. Por el contrario, los que gozan de autoestima se sienten valiosos y satisfechos, nunca por encima de nadie, y establecen relaciones de igual a igual.
Los individuos que viven cegados por la soberbia se repiten una y otra vez a sí mismos un mensaje que es casi un mantra: “Soy increíble, soy mejor, soy superior”. Un modo de pensar que, si lo analizamos bien, no es tan excepcional: porque, lo admitamos o no, casi todos lo experimentamos más de una vez. Sin ir más lejos, el 80 % de los conductores están convencidos de que manejan el coche mejor que la media, algo que, dicho sea de paso, es matemáticamente imposible. Los psicólogos lo llaman ilusión de superioridad, y se trata de un sesgo cognitivo con fundamento neuroquímico, según demostró hace poco Makiko Yamada, investigadora del Programa de Neuroimagen Molecular de Japón. EN UN ESTUDIO PUBLICADO POR LA REVISTA PNAS, LA NEUROCIENTíFICA NIPONA SITUó LA ILUSIóN DE SUPERIORIDAD entre dos puntos estratégicos del encéfalo: la corteza frontal, que, entre otras cosas, procesa la sensación del yo; y el estriado, centro cerebral de las recompensas. Nuestra imagen de nosotros mismos depende de cómo sea la carretera que une ambas áreas cerebrales, una importante autopista nerviosa que recibe el nombre de circuito frontoestriado. Resulta que los que se valoran positivamente tienen poco tráfico en esta zona. Sin embargo, la vía está muy transitada en quienes se miran con malos ojos, hasta el punto incluso de caer en la depresión. Dicho de otro modo, cuanto menos conectados están ambos centros cerebrales, más fácil es que nos sintamos superiores en algo (o en todo).
Dice Yamada que la ilusión de superioridad está muy arraigada en nosotros, que ha sido una pieza clave en la evolución humana porque “nos ayuda a tener esperanzas en el futuro”. Con una actitud optimista respecto a nuestras propias capacidades, nos sentimos más motivados para alcanzar objetivos. Incluso nos preparamos mejor para los retos que se avecinan. Además de que evaluarnos con benevolencia, aunque no sea totalmente objetivo, es beneficioso para la salud mental.
Distinta es la arrogancia extrema, ya que puede estar asociada a una tara en el cerebro. En concreto, a una merma importante de la sustancia gris en la ínsula anterior izquierda, una zona de la corteza cerebral que desempeña un papel clave en la autoconciencia y las habilidades sociales. Para llegar a esa conclusión, científicos de la Universidad Libre de Berlín reunieron a diecisiete individuos sanos y a otros tantos pacientes diagnosticados con trastorno de personalidad narcisista. Es decir, sujetos que se miran tanto el ombligo que son incapaces de ver nada más, tienen un sentimiento de grandiosidad sobre sus propias capacidades, inflado y patológico, y pierden por completo la capacidad de ver a través de los ojos de los demás. ESCáNER EN MANO, LOS INVESTIGADORES BERLINESES ENCONTRARON QUE EL NúMERO DE CUERPOS NEURONALES EN LA SEDE CEREBRAL DE LA EMPATíA eran inferiores a lo normal en los vanidosos patológicos. Pero no solo ahí: también tenían menos neuronas en la corteza insular cingulada, que toma decisiones, y en la corteza prefrontal, relacionada con la capacidad de reflexionar sobre las experiencias emocionales propias y ajenas. La salud no sale bien parada cuando la arrogancia gobierna nuestras vidas. Vivir mirando a los demás por encima del hombro aumenta la tensión arterial y el estrés crónico, y pone en peligro la salud cardiovascular. Asimismo, traspasar la línea que marca las lindes entre tener confianza en uno mismo y darse más importancia de la cuenta sale especialmente caro en el terreno laboral, ya que puede implicar una pérdida de productividad dañina. Los empleados y jefes soberbios condenan al fracaso en las empresas. No solo porque son poco afables, sino porque, normalmente, la arrogancia va de la mano de bajas habilidades cognitivas y pérdida de rendimiento. Eso afirman al menos Stan Silverman y sus colegas de la Universidad de Akron (EE. UU.), que hace unos años crearon la Escala de Arrogancia en el Trabajo (WARS, por sus siglas en inglés) para ayudar a medirla y, en la
A veces, los más ignorantes e incompetentes son también los más soberbios. La paradoja se explica por un sesgo cognitivo, el efecto Dunning-Kruger, según el cual los sujetos con escasas habilidades o conocimientos experimentan una sensación de superioridad ilusoria. Piensan que saben mucho más de lo que saben. Y se consideran más inteligentes que otras personas mejor preparadas. La arrogancia extrema puede estar asociada a una disminución de las neuronas de la ínsula anterior izquierda, una zona de la corteza cerebral relacionada con la empatía, es decir, la capacidad de ponernos en el lugar de los demás y entender lo que sienten. “Primero yo, luego yo y después yo”. La máxima suprema del narcisismo ha ganado adeptos en los últimos años, curiosamente a la vez que la epidemia de obesidad. Estudios recientes apuntan que las redes sociales, y en particular Facebook, contribuyen a la autocomplacencia y a la hinchazón del ego.