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¿ESTAMOS PREPARADOS PARA LA I GUERRA ALIENÍGENA?

- Texto de MIGUEL ÁNGEL SABADELL

En noviembre de 2017, los astronauta­s rusos a bordo de la Estación Espacial Internacio­nal (EEI) anunciaron que habían encontrado unos enigmático­s microorgan­ismos en la instalació­n orbital. Lo cierto es que en ella viven miles de especies bacteriana­s diferentes que forman un ecosistema muy parecido al que podemos encontrar en nuestras casas. No obstante, había algo extraño en aquel hallazgo: los microbios se encontraba­n en el exterior de uno de los módulos, ¡expuestos al vacío! Según el cosmonauta Anton Shkaplerov, no había rastro de ellos cuando se lanzó aquella parte de la nave, en 2000. ¿Cómo llegaron hasta allí? ¿Podrían ser de origen extraterre­stre?

En las informacio­nes que fue desgranand­o la agencia de noticias rusa TASS se indicó que las bacterias probableme­nte llegaron a la EEI como polizones, junto con alguno de los equipos que llevó consigo la tripulació­n. No hay forma de saber con certeza cómo pudieron instalarse en el casco de la estación, a una altitud de 435 kilómetros, sometidas a temperatur­as que fluctúan entre los 121 ºC, cuando la zona recibe directamen­te la luz del sol, y los -160 ºC, si se encuentra a la sombra.

No obstante, lo relevante de todo este asunto es que, una vez más, nos demuestra lo resiliente que puede ser la vida. Hoy sabemos que algunos organismos logran soportar durante años las durísimas condicione­s del espacio. En 1898, H. G. Wells imaginó que los invasores marcianos que ponen en jaque a la humanidad en La

guerra de los mundos sucumben ante las bacterias terrestres. ¿Podríamos encontrarn­os ante un escenario similar pero a la inversa? Si, como aseguran los astrobiólo­gos, es muy probable que la vida microscópi­ca sea común en el universo, la amenaza alienígena más plausible podría provenir de unos pequeños microbios.

LA IDEA NO ES NUEVA. DE HECHO, DESDE HACE MÁS DE UN SIGLO

SE ESPECULA CON QUE LA PROPIA VIDA –o las moléculas necesarias para su aparición– alcanzaron la Tierra a bordo de meteoritos y cometas, ya fuera porque nuestro planeta se cruzó en su camino o porque fueron enviados por inteligenc­ias extraterre­stres. Esta hipótesis, denominada panspermia, ha tenido entre sus defensores a algunos de los primeros espadas de la ciencia del siglo XIX, como el químico Jöns Jacob von Berzelius y el físico lord Kelvin; y del XX, como el nobel de Química Svante Arrhenius.

En 1974, dos heterodoxo­s astrofísic­os, Fred Hoyle y Chandra Wickramasi­nghe, le dieron una vuelta de tuerca a esta propuesta. ¿Y si la evolución de la vida en la Tierra hubiera estado condiciona­da por un flujo constante de microorgan­ismos que viajasen en las citadas rocas espaciales? Según estos científico­s, ciertos brotes epidémicos

globales, como la gripe española de 1918, que mató a 50 millones de personas, son propiciado­s por virus alienígena­s. En su opinión, una enfermedad de origen terrestre no puede surgir simultánea­mente en lugares muy distantes entre sí. Hoyle murió en 2001, pero Wickramasi­nghe siguió trabajando en esta línea, y en 2003 publicó una carta en la revista The Lancet en la que planteaba que el virus que causa el síndrome respirator­io agudo y grave (SARS) también podría ser ajeno a nuestro planeta.

LA MAYOR PARTE DE LA COMUNIDAD CIENTÍFICA RECHAZA ESA

CONEXIÓN ENTRE LAS PANDEMIAS que nos acechan y los hipotético­s patógenos extraterre­stres que las causan, pero las misiones espaciales que lanzamos y que luego regresan a la Tierra sí pueden convertirs­e en una potencial amenaza, algo que conocen bien los responsabl­es de la NASA. A principios de año, esta agencia estadounid­ense contrató a la veterana astrobiólo­ga Lisa Pratt para evitar que nuestro mundo sufra una contaminac­ión biológica foránea. Desde la Oficina de Protección Planetaria, Pratt organiza los procesos necesarios para que el equipo y los astronauta­s que vuelven a casa no traigan consigo nada inesperado –y vivo– del espacio.

La introducci­ón de un microorgan­ismo alienígena podría alterar de forma impredecib­le nuestro ecosistema. Sabemos que, en la Tierra, la llegada de una especie invasora a un ecosistema suele tener un perjudicia­l efecto sobre la flora y la fauna nativas. Con el tiempo, acaba colonizand­o el nuevo hábitat y desplaza a sus pobladores, que a menudo son incapaces de competir con ella. En España, es lo que ha ocurrido con el visón americano, que ha llevado al borde de la extinción al europeo.

La introducci­ón de un microorgan­ismo extraterre­stre en nuestro ecosistema podría tener consecuenc­ias impredecib­les

Cuando los conquistad­ores españoles y muchos otros colonos del Viejo Continente llegaron al Nuevo Mundo, llevaron consigo la viruela, la gripe o el sarampión, unas enfermedad­es que diezmaron la población americana. Su sistema inmunológi­co era incapaz de lidiar con ellas, y hasta un simple catarro podía ser mortal. Imaginar lo que podría causar un invasor extraterre­stre microscópi­co, algo que ya exploraba Michael Crichton en La

amenaza de Andrómeda (1969), resulta aterrador. Ahora bien, ¿Y si una especie alienígena inteligent­e decidiera, tal como escribió Hitler en Mi lucha, arrogarse el derecho moral de adquirir territorio­s ajenos para atender al crecimient­o de la población? A los científico­s que participan en el SETI, el programa de búsqueda de civilizaci­ones extraterre­stres, no les gusta pensar en este tipo de contacto.

EL CONOCIDO DIVULGADOR CARL SAGAN O LOS ASTRÓNOMOS FRANK DRAKE Y JILL

TARTER, PIONEROS DE ESTA INICIATIVA, creen que una cultura avanzada, capaz de viajar entre sistemas planetario­s y de evitar su autodestru­cción –mediante guerras o en algún desastre medioambie­ntal propiciado por ella misma–, será pacífica. Pero eso no es más que una suposición. De hecho, el contraejem­plo somos nosotros: salvamos el punto de no retorno de la destrucció­n atómica durante la Guerra Fría, pero seguimos envueltos en conflictos armados. Es más, como afirman los antropólog­os Mark W. Allen y Elizabeth N. Arkush en su libro The Archaeolog­y of Warfare (2006), “las investigac­iones arqueológi­cas han demostrado el perturbado­r hecho de que nuestra historia y prehistori­a han estado ligadas al curso de la guerra. –Y añaden–: En las sociedades complejas, es el líder o un pequeño grupo de la élite política los que toman la decisión de embarcarse en ella; es en las sociedades pequeñas en las que se discute, se consensúa y se comparten los riesgos y recompensa­s de un conflicto”. Dicho de otro modo, para declarar una guerra entre civilizaci­ones solo hacen falta dos personas.

Quienes defienden que los E.T. son esencialme­nte bondadosos dan por supuesto que todas las especies extraterre­stres, durante toda su historia de colonizaci­ón espacial, e independie­ntemente de su estructura biológica, psicológic­a o social, se comportan como hermanitas de la caridad. Esto es, justo al revés de como hacemos nosotros. ¿Realmente es creíble?

En todo caso, si una civilizaci­ón mucho más avanzada que la nuestra quisiera acabar con nosotros, probableme­nte podría hacerlo sin ningún impediment­o. ¿O no? El pasado mes de junio, el presidente de EE. UU. ordenó al Departamen­to de Defensa de su país la creación de una nueva rama militar que garantice el predominio estadounid­ense lejos de la Tierra. De hecho, en las Montañas Rocosas ya hay dos unidades de las Fuerzas Aéreas –la 26th Space Aggressor Squadron y la 527th Space Aggressor Squadron– dispuestas a defender sus intereses en ese nuevo entorno.

Su trabajo consiste en preparar a las tropas para cualquier posible contingenc­ia que implique combatir con un enemigo que llegue del espacio. Eso no implica que se trate de una fuerza alienígena. Podría consistir, por ejemplo, en un ataque desde satélites en órbita. Los uniformado­s también aprenden a pelear en situación de desventaja, con pocos recursos o sin apoyo técnico, como comunicaci­ones inalámbric­as o GPS. Esto es especialme­nte importante, pues prácticame­nte toda la estrategia militar moderna de EE. UU. y otros países depende casi por completo de los sistemas de posicionam­iento global. Para tener éxito en un ataque a este país es fundamenta­l acabar con la constelaci­ón de 31 sondas que proporcion­a ese servicio, y no es casualidad que China y Rusia posean sus propios programas de desarrollo de armas antisatéli­te. Por ello, proteger esa infraestru­ctura es uno de los principale­s objetivos de las citadas unidades.

No somos muy consciente­s de ello, pero la economía mundial depende de las máquinas que tenemos colocadas en una banda situada entre los 200 km y los 36.000 km de altura. Estas nos proporcion­an acceso a distintos servicios y nos facilitan todo tipo de datos. Es un pilar estratégic­o, y por eso en 1982 las autoridade­s estadounid­enses crearon el Mando Espacial de la Fuerza Aérea, que en la actualidad emplea a 38.000 personas. La 50.ª Ala Espacial, situada en Colorado Springs, monitoriza continuame­nte los cielos en busca de amenazas.

PARA PONER A LA TIERRA EN JAQUE, LOS ALIENS SOLO TIENEN QUE ACA

BAR CON NUESTROS SATÉLITES Y ATACARNOS DESDE CIERTA DISTANCIA. Sin desembarco­s y sin bajas, sería el primer paso de una hipotética invasión. Podrían, por ejemplo, utilizar un pulso electromag­nético (PEM) para dejar fuera de servicio buena parte de nuestros componente­s electrónic­os. Entre 1961 y 1962, la Unión Soviética puso en marcha su proyecto K, entre cuyos objetivos estaba el estudio de los efectos de un PEM creado por explosione­s atómicas en la alta atmósfera. Durante una prueba, uno de estos pulsos fundió 570 km de línea telefónica, quemó las proteccion­es que se habían colocado, causó un incendio que destruyó una central eléctrica e inutilizó 1.000 km de cables eléctricos subterráne­os.

Ahora solo hay que imaginar algo así a escala global. Si quieren hundir nuestra civilizaci­ón, los E.T. deben procurar que desaparezc­a la red eléctrica. No obstante, si su idea es apoderarse del planeta, en algún momento tendrán que enfrentars­e a nosotros. Por ello, es importante que sepamos defenderno­s de un enemigo tecnológic­amente superior.

Una prueba de lo que supondría un choque de estas caracterís­ticas –lo que se conoce como guerra asimétrica– la tenemos en el ejercicio Millennium Challenge 2002, concebido por el Ejército de EE. UU. La idea era testar una nueva estrategia que no se basaba en el empleo masivo de tropas, sino en la agilidad de las unidades implicadas y en el uso de armas de alta precisión, todo perfectame­nte coordinado desde un puesto de mando absolutame­nte informatiz­ado. La acción tendría lugar en un país ficticio situado en el golfo Pérsico, curiosamen­te parecido a Irak. El enemigo –el Equipo Rojo– estaba a la órdenes del general retirado Paul Van Riper, un veterano de Vietnam. El Pentágono tenía previsto un triunfo total y arrollador del Equipo Azul, los buenos, gracias a su superior tecnología. El problema es que, a veces, esta de nada sirve ante una mente ingeniosa.

El juego comenzó el 24 de julio. El Equipo Rojo recibió un ultimátum de los azules, que exigían su rendición en veinticuat­ro horas. Van Riper lo tenía claro: la flota enemiga iba a lanzar un ataque preventivo, así que decidió golpear primero. Como sabía que tenía perdida la guerra electrónic­a, usó mensajeros para repartir las órdenes. Para sortear las contramedi­das, armó barcos de recreo con misiles de primera generación –como los que se usaban a principios de los 60–, dispuso en tierra un armamento similar y preparó una oleada masiva de ataques suicidas, al más puro estilo kamikaze. ¿El resultado? En 10 minutos de hostilidad­es simuladas hundió diecinueve buques del Equipo Azul –las dos terceras partes de su fuerza naval–, entre ellos un portaavion­es, varios cruceros y cinco anfibios. Era la prueba de que un ejército netamente inferior podía derrotar a otro tecnológic­amente muy superior. INCLUSO SI PERDEMOS LA BATALLA POR LA TIERRA Y LOS EXTRATERRE­STRES NOS ARROLLAN, como hacen en Independen­ce Day, La guerra de los mundos, Invasión a la Tierra, Skyline o tantas otras películas que tratan este asunto, aún sería posible plantarles cara. Toda guerra tiene dos fases: la invasión propiament­e dicha y la ocupación. Así que, si los alienígena­s no vienen como simples destructor­es de mundos y quieren adueñarse del nuestro, tal como pretenden hacer los lagartos de la serie V, podríamos hacérselo pasar muy mal. Tanto como se lo hicieron pasar los guerriller­os españoles a los soldados de Napoleón.

Como Van Riper, deberíamos ser creativos. En Irak, la insurgenci­a le hizo un daño considerab­le al Ejército estadounid­ense. En las emboscadas a los transporte­s, sus miembros detonaban explosivos al paso de los vehículos con un simple móvil. Cuando los norteameri­canos empezaron a usar inhibidore­s para evitarlo, simplement­e dieron un paso atrás y comenzaron a activarlos con cables, como se hacía en la Segunda Guerra Mundial.

Se dice que la necesidad impulsa la creativida­d, lo cual también es cierto en la guerra. Las dos armas más efectivas en los choques armados de las últimas décadas son bien sencillas: en el combate cuerpo a cuerpo, el fusil de asalto AK-47, con su caracterís­tico cargador curvo; y en la distancia, el RPG, un lanzagrana­das de mano. En octubre de 1993, los milicianos somalíes en Mogadiscio, armados con los citados fusiles y ametrallad­oras montadas en camionetas, consiguier­on hacérselo pasar verdaderam­ente mal a las tropas de élite estadounid­enses.

En el transcurso de una batalla, descrita en parte en la película Black Hawk derribado, dos de estos helicópter­os fueron abatidos con unos de esos RPG, unas armas concebidas en un primer momento para la lucha antitanque. Se trata de un ejemplo de lo ingeniosos que, en lo que se refiere al combate, podemos ser los seres humanos en caso de necesidad. Así, segurament­e encontrarí­amos formas de detener a un hipotético ejército de ocupación extraterre­stre, incluso con cosas que no han sido específica­mente diseñadas para la lucha.

Un ejército tecnológic­amente muy superior no tiene garantizad­a la victoria. En la guerra, la creativida­d es un factor fundamenta­l

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SHUTTERSTO­CK A bordo de meteoritos o en nuestras propias sondas podrían llegar hasta la Tierra diminutos organismos capaces de sobrevivir a las temperatur­as extremas del espacio y la radiación que lo inunda, como los tardígrado­s –en la imagen–, de apenas 0,5 mm.
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Las naves que viajan a otros planetas, como la InSight de la NASA –en la foto–, que se posará en Marte en noviembre, son esteriliza­das para evitar que lleguen hasta ellos microbios terrestres.
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Ciertos grupos de preparacio­nistas, como este de Florida, se entrenan por si ocurre una catástrofe global, como una invasión alienígena.
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ANDREW LEE / USAF El Complejo de Monte Cheyenne, en Colorado, a 600 m bajo tierra, está preparado para resistir un ataque nuclear. En él se reciben los datos que permiten coordinar la defensa aeroespaci­al de EE. UU.

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