EDGAR ALLAN POE: GENIO DEL MISTERIO
Inventor de la novela detectivesca, poeta romántico, periodista y crítico literario, el escritor estadounidense Edgar Allan Poe (1809-1849) vivió una vida que fue un cúmulo de desdichas marcadas por su carácter autodestructivo. Pero esas mismas desgracias también inspiraron algunos de sus mejores relatos, considerados obras maestras del género gótico, macabro y de terror.
Creo que para ser tan joven ya he sufrido lo mío”, dijo Edgar Allan Poe cuando aún no había cumplido los treinta años. Y razón no le faltaba. Segundo de tres hermanos, Edgar había nacido el 19 de enero de 1809 en una pensión de Boston. Sus padres, Eliza Arnold y David Poe, eran dos actores de variado renombre, como reflejó un crítico teatral: “La dama es joven y hermosa y ha demostrado tener talento como actriz y cantante; el caballero es un cero a la izquierda”. Estas críticas influyeron tanto en el actor que le llevaron a la bebida y deterioraron una convivencia antes sustentada en el amor. En 1811, David abandonó a su familia y murió en la indigencia cinco meses después. Eliza falleció de tuberculosis en diciembre y los tres hijos, desamparados, fueron entregados a diferentes personas.
Edgar, que tenía tres años, fue acogido por un rico emigrante escocés afincado en Richmond (Virginia) llamado John Allan y por su esposa Frances, quienes vieron en el niño al hijo que nunca tuvieron. Bajo su tutela, Poe enseguida destacó por una innata tendencia teatral y una inteligencia precoz que le llevó a aprender el latín y el griego con solo once años. Por entonces empezó a escribir sus primeros poemas. Según uno de sus profesores, “sus dotes imaginativas parecían imponerse sobre todas sus demás facultades”.
Bebía como un salvaje, con miedo a perder un minuto, como si tuviese que matar algo que había en su interior
Sin embargo, a medida que crecía, su carácter fue tornándose más rebelde y reservado, lo que le llevó a tener con su padre adoptivo las primeras desavenencias, que este no estaba dispuesto a soportar. “Me consta que cuando se enfadaba con Edgar, a menudo amenazaba con echarlo a la calle, y nunca permitió que olvidara que dependía de su caridad”, diría de Allan uno de sus allegados.
La entrada de Edgar en la Universidad de Virginia podría haber mejorado la relación por aquello de la distancia, pero sucedió todo lo contrario. Por un error de cálculo al matricularle, Allan no ingresó los fondos suficientes y el joven Poe se dedicó a jugar para pagar su manutención. El resultado fue que sus deudas aumentaron hasta los 2.000 dólares. Por entonces también empezó a frecuentar la bebida, como recordaría un compañero de estudios: “Su pasión por los licores fuertes era tan acusada y peculiar como su pasión por los naipes. No le impulsaba el gusto por la bebida. Sin dar siquiera un sorbo, sin agua ni azúcar, apuraba el vaso de un trago”.
POE NO FUE UN ALCOHÓLICO MÁS. LA BEBIDA ERA UN RECURSO CON EL QUE AHONDAR EN SU DOLOR VITAL,
un engranaje de la autodestrucción que le caracterizó. Según el poeta francés Baudelaire, “no bebía como un borrachín normal y corriente, sino como un salvaje, con una energía típicamente norteamericana, con miedo a desperdiciar un minuto, como si estuviera cometiendo un asesinato, como si hubiese algo en su interior que tuviese que matar”.
El caso es que, hartos el uno del otro, padre e hijo decidieron separarse para siempre. “Hace tiempo que he tomado la determinación de abandonar vuestro hogar y buscar un sitio en el ancho mundo donde se me trate de forma distinta a como vos me habéis tratado”, escribió Poe en su despedida. La verdad sería que ambos aún tendrían algún contacto en los años venideros, pero también que, a su muerte en 1834, John Allan cumplió su promesa de desheredarlo.
Acuciado por el hambre y la desesperación, Poe viajó a Boston, donde se alistó en el ejército de los Estados Unidos por cinco años. Tan motivado estaba que llegó a matricularse en la academia militar de West Point, tarea que compaginó con la publicación de sus dos pri- meros volúmenes de poemas, aunque en ediciones muy minoritarias. Pero como sería una constante en su vida, el entusiasmo dio paso enseguida a la desidia. “Al principio estudiaba mucho y parecía tener ambición de ser el primero de la clase en todas las disciplinas. Sin embargo, al cabo de unas semanas fue como si perdiera el interés por los estudios y se dejó vencer por el desánimo”, relató uno de sus compañeros. Para salir del ejército, Poe empezó a desobedecer las órdenes de sus superiores y no le importó ser licenciado con deshonor.
En 1831 publicó un tercer volumen titulado Poemas, donde ya se veían claramente los temas que dominarían su obra: el paso del tiempo, el amor imposible, el destino, la muerte. “Y así, siendo joven y alocado, me eché en brazos de la melancolía, renuncié a la paz terrena y en la diversión busqué sosiego. No pude amar sino allí donde la muerte, su aliento con el de la bella entremezclaba, o donde Himeneo, el tiempo y el destino entre ella y yo se interponían”, escribió. Eran sensaciones que ya había experimentado en su juventud y que seguirían siendo inspiración para muchas de sus obras. No es extraño que, al año de la separación de su padre, publicara Metzengerstein, un cuento donde un noble huérfano se venga, de un modo sobrenatural, de aquellos que le han ofendido.
Para entonces, Poe se había mudado a Baltimore con su tía Maria Clemm y su prima Virginia y estaba decidido a convertirse en un gran escritor. Pero aunque en 1832 ganó un premio de cuentos convocado por el Sunday Visitor con el relato Manuscrito hallado en una
botella, su situación económica era sumamente precaria. En un nuevo intento de buscar fortuna se mudó a Richmond, donde trabajó en la revista Southern Literary. Fue una relación laboral extraña, ya que su director, Thomas White, le despidió por su afición a la bebida, y luego lo readmitió con la condición de que no le diese más a la botella.
“No me sorprendería que se suicidara”, decía White al constatar su progresivo deterioro físico y mental. Porque Poe sufría. Sufría por dentro constantemente, y exteriorizaba ese sufrimiento a través del alcohol, sus arrebatos de furia, su melancolía y sus súbitos cambios de ánimo. Pero también a través de una exquisita ternura y delicadeza.
Como crítico literario, destacó por una mordacidad que rayaba en el ataque personal. “Le he arrancado la cabellera. Lo mío no son las palmaditas en la espalda. Le sentará bien oír un par de verdades, así se esforzará más la próxima vez”, argumentó tras escribir una reseña. Sus críticas le dieron fama y también numerosos enemigos que aprovechaban las rarezas de Poe para atacarlo y vetarlo en las publicaciones. Una de esas excentricidades fue casarse en 1836 con su prima Virginia, de trece años. La relación fue más idílica que sexual, según un amigo: “Pese a que la amaba con todo su corazón, no podía imaginarla como su mujer, sino como una hermana. Los dos primeros años siguió durmiendo en su propia habitación y no asumió su rol de marido”.
EN FEBRERO DE 1837, DURANTE UN NUEVO ALTIBAJO LABORAL Y EMOCIONAL, POE SE FUE CON SU FAMILIA A NUEVA YORK.
Según el periódico Daily Graphic, la ciudad se caracterizaba por el “infernal hacinamiento y la deficiente construcción. El calor de la muchedumbre neoyorquina es sencillamente demoledor. Unido al hedor de la turba innumerable y de los animales, forma una manta húmeda y sofocante”. La familia se instaló en un edificio cochambroso de la Sexta Avenida. Poe publicó con cierto éxito el relato Manuscrito hallado en una botella, pero los 50 dólares que recibió no bastaban para mantener a los suyos y se sumergió en “un estado pecuniario embarazoso”. No exageraba. Para subsistir, los Poe apenas contaban con una hogaza de pan con melaza al día, por lo que en 1839 se mudaron a Filadelfia.
El cambio funcionó y Edgar encontró trabajo en el Burton´s Gentleman´s Magazine para escribir textos de relleno y dar consejos amorosos a los lectores. Incluso logró sacar tiempo para escribir más relatos, como
La narración de Arthur Gordon Pym y La caída de la casa Usher. Esta obras tuvieron repercusión y lo animaron a crear su propia revista, The Penn Magazine, que, dijo, “no se centraría en ningún aspecto concreto”, pero no caería en las “payasadas, calumnias y profanidades” del resto de publicaciones.
¿Por qué estos ataques a sus colegas? Para el experto Daniel Stashower, Poe vivía resentido por los grandes esfuerzos que siempre tuvo que hacer para sobrevivir, mientras veía que otros ganaban dinero a su costa o publicando escritos que consideraba de ínfima calidad.
“No solo he trabajado en beneficio ajeno a cambio de un sueldo mísero, sino que me he visto forzado a modificar mi forma de pensar por culpa de personas cuya imbecilidad era evidente para todos excepto para ellos mismos”, escribió en una carta. La fortuna siem-
Vivía resentido por los esfuerzos que tenía que hacer para sobrevivir mientras otros ganaban dinero a su costa
pre le fue esquiva y cuando se asomaba, él la alejaba con su carácter autodestructivo. En 1845, tras publicar El cuervo, que había tenido éxito inmediato, fue invitado a recitar un poema en el Lyceum de Boston, ante la élite literaria de la ciudad. Poe se mofó de los asistentes leyéndoles Al Aaraaf, un poema escrito cuando tenía diez años, como dijo tras su lectura. Nadie volvió a invitarle a una velada semejante.
CUATRO AÑOS ANTES,POE HABÍA PUBLICADO LOS CRÍMENES DEL ACALLE MORGUE, RELATO QUE INAUGURÓ EL GÉNERO DETECTIVESCO
y estableció sus elementos característicos: un investigador excéntrico, su compañero impresionable, el criminal inesperado, la pista falsa… En esos cuatro años, su vida sufrió varios altibajos. Por un lado, logró un buen trabajo en el Graham´s Magazine, pero por otro su mujer enfermó de tuberculosis y él dejó el citado empleo, sin que se sepa muy bien si fue por un despido o por decisión personal. El resultado fue una nueva caída en la depresión y dos grandes obras: La máscara de la Muerte Roja, relato que gira en torno al contagio y el horror de la sangre, y
Eleonora, un cuento romántico sobre un joven que vive con su prima Eleonora y su madre en un lugar idílico hasta que la joven ve “el dedo de la Muerte sobre su pecho”. Parece evidente que las dos historias se inspiraron en el tremendo golpe que supuso la enfermedad de su mujer, calificada entonces como muerte en vida.
La situación se deterioró tanto que en los siguientes años Poe solo ganó 121 dólares por sus relatos, a pesar de que escribió obras maestras, como El escarabajo de oro y El misterio de Marie Rogêt. Curiosamente, en su mente siempre albergó la esperanza de que la fortuna le sonreiría algún día; más aún cuando, a tenor del éxito de El cuervo, empezó a ser reclamado en los salones de Nueva York, donde había vuelto a vivir, para recitarlo. A tenor de las crónicas, debía ser una experiencia única: “Apagaba las luces hasta que la sala quedaba casi a oscuras. Luego se plantaba en mitad del salón y recitaba esos versos tan maravillosos con la voz más melodiosa que se pueda imaginar. Tan grande era su poder como lector que los oyentes temían parar a tomar aliento por miedo a romper el hechizo”.
Lastimosamente, el momento de más éxito en su carrera fue también el inicio de su declive. Desde fines de 1845 Edgar Allan Poe se sumió en una espiral autodestructiva que aumentó tras la muerte de su mujer el 30 de enero de 1847: “Enloquecí. Bebí. Dios sabe cuánto y con qué frecuencia. Por supuesto, mis enemigos atribuyeron mi locura a la bebida y no la bebida a la locura”. A nadie extrañó que lo encontraran desvanecido a la entrada de una taberna irlandesa ni que cuatro días después muriese en pleno estado alucinatorio tras exclamar: “Que Dios ayude a mi pobre alma”. Era el 7 de octubre de 1849. Tres meses antes había ido a Richmond a dar una conferencia. Las autoridades le nombraron hijo de la ciudad y sus amigos de juventud se acercaron para recordar viejas aventuras.
“Nunca me habían recibido con tanto entusiasmo. Los periódicos no han hecho más que alabarme antes y después de la conferencia”, contó a su tía. Había sido un día feliz.