CONFLICTOS: ¿UN MAL NECESARIO?
LAS DISPUTAS –Y SUS CONTRAPESOS, LA NEGOCIACIÓN O EL APACIGUAMIENTO– SON INEVITABLES EN LOS ANIMALES SOCIALES. PERO, ADEMÁS, LA RIVALIDAD VIOLENTA ENTRE LOS GRUPOS TAL VEZ ACELERÓ LA EVOLUCIÓN DEL CEREBRO HUMANO PARA CONVERTIRNOS EN LO QUE SOMOS.
El origen de los conflictos se remonta al mismo momento en que los organismos terrestres empiezan a vivir juntos como estrategia de supervivencia. Así nos los enseña la historia evolutiva de las especies: los individuos obtienen beneficios tanto de la presencia de otros seres como de la cooperación para encontrar alimentos, cuidar a la descendencia o detectar y defenderse de los depredadores.
Sin embargo, la vida en sociedad implica costes y desven- tajas. Coexistir lleva consigo el aprovechamiento de manera simultánea de los mismos recursos: el agua, la comida, buscar un refugio frente al frío o el sol o encontrar pareja. En estas condiciones, la competencia es inevitable y se producen disputas.
POR EJEMPLO, EL PRIMATÓLOGO NEERLANDÉS CAREL VAN SCHAIK
ha demostrado que los macacos tienen diferentes preferencias a la hora de comer, lo cual desencadena discrepancias sobre cuándo y a dónde ir a por alimento. Sucede igualmente en las familias humanas a la hora de ver un programa de televisión o de parar en una estación de servicio para ir al baño. A veces, se negocia con éxito, pero en otras estalla de forma inevitable la trifulca.
También existen riesgos de resultar explotados, robados o heridos por otros. Lo que hacemos a través del conflicto es establecer nuestra posición y ponernos límites. En nuestra especie, fue una manera de decir “no” antes de que apareciera el lenguaje hablado. Además, chocamos más a menudo con aquellos con los que colaboramos habitualmente, una prueba de su función reguladora en el ámbito social.
En cuanto al papel que ha jugado el conflicto en la evolución del Homo sa
piens, existen dos teorías no excluyentes. La primera es que la agresividad fue disminuyendo a medida que la empatía y la colaboración dentro del grupo nos
permitió salir adelante en la sabana y los siguientes escenarios donde nos hemos desarrollado durante los últimos cientos de miles de años.
Ian Tattersall, paleoantropólogo y conservador del Museo Estadounidense de Historia Natural, en Nueva York, lo ve de otra manera: en realidad, fue la violencia hacia otros grupos –intergrupal– lo que estimuló la inteligencia humana. Según este interesante modelo, la guerra entre pequeñas comunidades fue uno de los principales agentes del cambio. La necesidad de hacer planes y crear innovaciones para fabricar y lanzar objetos contra el enemigo estableció nuevas conexiones neuronales. Y con una velocidad sin precedentes entre los mamíferos.
Paralelamente, la evolución ha creado mecanismos que mantienen la rivalidad bajo control para que no aboque a la extinción de los colectivos. Uno de los métodos regulatorios más extendidos en la naturaleza, paradójicamente, son las jerarquías y las relaciones de dominancia. Es lo que en etología llamamos orden de picoteo
–pecking order, en inglés–, y determina quién tiene prioridad de acceso, por ejemplo, al alimento o a la pareja reproductiva.
TAMBIÉN OCURRE EN OTROS ÁMBITOS DE PODER
y los contextos con recursos en juego. Todas estas formas de estructurar las escalas de mando, así como las normas que marcan diferencias entre personas y regulan la cooperación –como el derecho del padre a comerse la parte más grande del pastel o la ley de no robar– estaban originalmente al servicio de ese objetivo.
Otra facultad preventiva que la evolución favoreció en nuestra especie es la moral: la sensación de culpabilidad experimentada cuando hacemos daño a los demás sirve para mantener el equilibrio y la armonía en el grupo. Y luego están las demostraciones de fuerza efectuadas por los primates, desde los gritos y los gestos de agresividad de los chimpancés hasta los desfiles. Porque cuando los países sacan a las calles todo su poderío militar, además de exaltar los espíritus y llamar a la unidad, muestran a sus rivales el potencial destructivo que poseen. Este alarde disuasorio fue la esencia de la Guerra Fría y actualmente se usa de igual manera aunque los actores hayan cambiado.
Si ya se han producido, los humanos gestionamos los conflictos a través de diversas fórmulas culturales, algunas muy ingeniosas. Por ejemplo, las bandas y tribus los canalizan y formalizan a través de ceremonias que evitan pasar a mayores. Hoy en día, los yanomamis de Venezue- la siguen formando un círculo para que los contendientes se den puñetazos por turnos en los costados. Así se estimula la contención a la hora de pegar, pues luego toca aguantar. Ceremonias muy parecidas, pero con lanzas en vez de puños para fustigarse, practican los mbutis del Congo en situaciones tensas. Las sociedades modernas también desarrollaron sus propios protocolos, como los duelos al amanecer que se organizaban en Europa hasta hace no demasiado tiempo.
Otros métodos estandarizados para aflojar la tensión son las disculpas. En casi todas las sociedades existen formas concretas de resolver verbalmente las disputas, y desde pequeños nos enseñan a
hacer las paces. También existe la mediación o la intervención neutral de terceros para tratar de solucionar los enfrenta- mientos, algo que encontramos a menudo en los grandes simios, humanos incluidos. Además, los conflictos que involucran exclusivamente a individuos de un mismo grupo no pueden desvincularse del concepto de reconciliación. El mal rollo acaba afectando a los que están alrededor, algo muy peligroso para la continuidad del colectivo. Esto era más evidente cuando vivíamos en bandas de cazadores recolectores, que no superaban unas pocas decenas de personas: estas comunidades prehistóricas no podían permitirse el lujo de perder a un miembro o que el desequilibrio se extendiera al resto.
HOY, EN ALGUNAS SOCIEDADES TRADICIONALES SEGUIMOS ENCONTRANDO
las fórmulas ancestrales que debieron de usar nuestros antepasados antes de la llegada del derecho, los códigos civiles y penales y los tribunales para mantenernos unidos. Por el bien de todos.
De todo lo anterior se deduce que los mecanismos de gestión de conflictos constituyen un componente crítico de la vida social de las especies que vivimos en sociedad. Son la consecuencia natural de la cooperación. Sin ellos no sería posible mantenerla a largo plazo. Un equilibrio entre costes y beneficios es la característica necesaria para que las relaciones sean estables y para mantener los beneficios.
LOS DESFILES MILITARES SON UNA FORMA DE EXHIBIR LA CAPACIDAD DE DESTRUCCIóN Y DISUADIR AL RIVAL