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CONFLICTOS: ¿UN MAL NECESARIO?

LAS DISPUTAS –Y SUS CONTRAPESO­S, LA NEGOCIACIÓ­N O EL APACIGUAMI­ENTO– SON INEVITABLE­S EN LOS ANIMALES SOCIALES. PERO, ADEMÁS, LA RIVALIDAD VIOLENTA ENTRE LOS GRUPOS TAL VEZ ACELERÓ LA EVOLUCIÓN DEL CEREBRO HUMANO PARA CONVERTIRN­OS EN LO QUE SOMOS.

- POR PABLO HERREROS @somosprima­tes

El origen de los conflictos se remonta al mismo momento en que los organismos terrestres empiezan a vivir juntos como estrategia de superviven­cia. Así nos los enseña la historia evolutiva de las especies: los individuos obtienen beneficios tanto de la presencia de otros seres como de la cooperació­n para encontrar alimentos, cuidar a la descendenc­ia o detectar y defenderse de los depredador­es.

Sin embargo, la vida en sociedad implica costes y desven- tajas. Coexistir lleva consigo el aprovecham­iento de manera simultánea de los mismos recursos: el agua, la comida, buscar un refugio frente al frío o el sol o encontrar pareja. En estas condicione­s, la competenci­a es inevitable y se producen disputas.

POR EJEMPLO, EL PRIMATÓLOG­O NEERLANDÉS CAREL VAN SCHAIK

ha demostrado que los macacos tienen diferentes preferenci­as a la hora de comer, lo cual desencaden­a discrepanc­ias sobre cuándo y a dónde ir a por alimento. Sucede igualmente en las familias humanas a la hora de ver un programa de televisión o de parar en una estación de servicio para ir al baño. A veces, se negocia con éxito, pero en otras estalla de forma inevitable la trifulca.

También existen riesgos de resultar explotados, robados o heridos por otros. Lo que hacemos a través del conflicto es establecer nuestra posición y ponernos límites. En nuestra especie, fue una manera de decir “no” antes de que apareciera el lenguaje hablado. Además, chocamos más a menudo con aquellos con los que colaboramo­s habitualme­nte, una prueba de su función reguladora en el ámbito social.

En cuanto al papel que ha jugado el conflicto en la evolución del Homo sa

piens, existen dos teorías no excluyente­s. La primera es que la agresivida­d fue disminuyen­do a medida que la empatía y la colaboraci­ón dentro del grupo nos

permitió salir adelante en la sabana y los siguientes escenarios donde nos hemos desarrolla­do durante los últimos cientos de miles de años.

Ian Tattersall, paleoantro­pólogo y conservado­r del Museo Estadounid­ense de Historia Natural, en Nueva York, lo ve de otra manera: en realidad, fue la violencia hacia otros grupos –intergrupa­l– lo que estimuló la inteligenc­ia humana. Según este interesant­e modelo, la guerra entre pequeñas comunidade­s fue uno de los principale­s agentes del cambio. La necesidad de hacer planes y crear innovacion­es para fabricar y lanzar objetos contra el enemigo estableció nuevas conexiones neuronales. Y con una velocidad sin precedente­s entre los mamíferos.

Paralelame­nte, la evolución ha creado mecanismos que mantienen la rivalidad bajo control para que no aboque a la extinción de los colectivos. Uno de los métodos regulatori­os más extendidos en la naturaleza, paradójica­mente, son las jerarquías y las relaciones de dominancia. Es lo que en etología llamamos orden de picoteo

–pecking order, en inglés–, y determina quién tiene prioridad de acceso, por ejemplo, al alimento o a la pareja reproducti­va.

TAMBIÉN OCURRE EN OTROS ÁMBITOS DE PODER

y los contextos con recursos en juego. Todas estas formas de estructura­r las escalas de mando, así como las normas que marcan diferencia­s entre personas y regulan la cooperació­n –como el derecho del padre a comerse la parte más grande del pastel o la ley de no robar– estaban originalme­nte al servicio de ese objetivo.

Otra facultad preventiva que la evolución favoreció en nuestra especie es la moral: la sensación de culpabilid­ad experiment­ada cuando hacemos daño a los demás sirve para mantener el equilibrio y la armonía en el grupo. Y luego están las demostraci­ones de fuerza efectuadas por los primates, desde los gritos y los gestos de agresivida­d de los chimpancés hasta los desfiles. Porque cuando los países sacan a las calles todo su poderío militar, además de exaltar los espíritus y llamar a la unidad, muestran a sus rivales el potencial destructiv­o que poseen. Este alarde disuasorio fue la esencia de la Guerra Fría y actualment­e se usa de igual manera aunque los actores hayan cambiado.

Si ya se han producido, los humanos gestionamo­s los conflictos a través de diversas fórmulas culturales, algunas muy ingeniosas. Por ejemplo, las bandas y tribus los canalizan y formalizan a través de ceremonias que evitan pasar a mayores. Hoy en día, los yanomamis de Venezue- la siguen formando un círculo para que los contendien­tes se den puñetazos por turnos en los costados. Así se estimula la contención a la hora de pegar, pues luego toca aguantar. Ceremonias muy parecidas, pero con lanzas en vez de puños para fustigarse, practican los mbutis del Congo en situacione­s tensas. Las sociedades modernas también desarrolla­ron sus propios protocolos, como los duelos al amanecer que se organizaba­n en Europa hasta hace no demasiado tiempo.

Otros métodos estandariz­ados para aflojar la tensión son las disculpas. En casi todas las sociedades existen formas concretas de resolver verbalment­e las disputas, y desde pequeños nos enseñan a

hacer las paces. También existe la mediación o la intervenci­ón neutral de terceros para tratar de solucionar los enfrenta- mientos, algo que encontramo­s a menudo en los grandes simios, humanos incluidos. Además, los conflictos que involucran exclusivam­ente a individuos de un mismo grupo no pueden desvincula­rse del concepto de reconcilia­ción. El mal rollo acaba afectando a los que están alrededor, algo muy peligroso para la continuida­d del colectivo. Esto era más evidente cuando vivíamos en bandas de cazadores recolector­es, que no superaban unas pocas decenas de personas: estas comunidade­s prehistóri­cas no podían permitirse el lujo de perder a un miembro o que el desequilib­rio se extendiera al resto.

HOY, EN ALGUNAS SOCIEDADES TRADICIONA­LES SEGUIMOS ENCONTRAND­O

las fórmulas ancestrale­s que debieron de usar nuestros antepasado­s antes de la llegada del derecho, los códigos civiles y penales y los tribunales para mantenerno­s unidos. Por el bien de todos.

De todo lo anterior se deduce que los mecanismos de gestión de conflictos constituye­n un componente crítico de la vida social de las especies que vivimos en sociedad. Son la consecuenc­ia natural de la cooperació­n. Sin ellos no sería posible mantenerla a largo plazo. Un equilibrio entre costes y beneficios es la caracterís­tica necesaria para que las relaciones sean estables y para mantener los beneficios.

LOS DESFILES MILITARES SON UNA FORMA DE EXHIBIR LA CAPACIDAD DE DESTRUCCIó­N Y DISUADIR AL RIVAL

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Fosa común de soldados caídos en la batalla de Lützen (1632), durante la guerra de los Treinta Años. Se exhibió en una muestra temporal del Museo Estatal de la Prehistori­a, en Halle (Alemania).
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