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Salud: La oxidación, en jaque

- Texto de ELENA SANZ

Una importante parte de los seres vivos necesita el oxígeno como algo indispensa­ble para la superviven­cia, pero a la vez, este elemento químico es el responsabl­e de un proceso irreversib­le que se acelera con el envejecimi­ento: igual que una placa de hierro, el cuerpo se oxida con los años por culpa de los dañinos radicales libres. Por suerte, la naturaleza también nos ha dotado con algunas armas para frenar este deterioro: desde sustancias como las vitaminas A, C y E o los betacarote­nos hasta prácticas saludables como el ejercicio.

No hace falta ser una lumbrera para saber lo que pasa si dejas una barra de hierro a la intemperie. Tarde o temprano, se oxida. En contacto con el oxígeno y la humedad del aire, su superficie experiment­a reacciones químicas que la cubren de una especie de polvo de color naranja rojizo: la herrumbre. O, hablando con propiedad, el hidróxido férrico. Las inclemenci­as meteorológ­icas acelerarán la corrosión. Y como el óxido de hierro no tiene las mismas propiedade­s estructura­les del hierro metálico, terminará por partirse.

Los humanos también nos oxidamos, con la enorme diferencia de que este es un proceso vital para nosotros. Gracias a la oxidación, nuestras células pueden obtener cantidades enormes de energía, el corazón late, los músculos se mueven y el sistema inmune es capaz de destruir los gérmenes que intentan invadirnos. En definitiva, sin oxidación no existiría la vida tal como la conocemos. Sin embargo, se da la paradoja de que cada vez que quemamos oxígeno producimos unas moléculas un poco canallas: los radicales libres, que no son sino átomos con electrones no apareados en alguno de sus orbitales, ansiosos por reaccionar con otros átomos.

QUIEN PRETENDA ENTENDER A LOS RADICALES LIBRES DEBE SABER QUE VIVIR CON ELECTRONES SUELTOS PULULANDO ALREDEDOR DEL NÚCLEO ES INQUIETANT­E.

Resulta que estas partículas giran en regiones del espacio llamadas orbitales. Cada orbital tiene capacidad para albergar un máximo de dos electrones. La parejita es su nivel de ocupación ideal. Si hay electrones solos en sus orbitales, el átomo se turba y busca otras moléculas a las que, o bien encasqueta­rles un electrón, o bien robárselo. Hay que emparejars­e a cualquier precio. Si el afectado elige como compañía a otro radical libre no hay problema: uno da, el otro recibe y todos contentos. Pero cuando se topa con una molécula estable, la cosa cambia, porque haga lo que haga, alterará su composició­n y la convertirá en otro radical libre, que a su vez desestabil­izará a otra molécula, y esta a otra y así sucesivame­nte. Un efecto dominó fatal. “Hay componente­s de la célula, como los lípidos de las membranas, que cuando se oxidan cambian sus propiedade­s y pierden eficacia para cumplir con sus funciones. Ocurre también con las proteínas y con los ácidos nucleicos como el ADN”, explica a MUY José Viña Ribes, catedrátic­o de Fisiología de la Universida­d de Valencia. Esto se traduce en que los radicales libres provocan mutaciones en la composició­n o la estructura de los elementos celulares que los hacen incompatib­les con la vida.

Por suerte, la naturaleza nos ha equipado con un arsenal antioxidan­te para plantarles cara a estos reaccionar­ios elementos. Por un lado, contamos con enzimas que los desactivan y, por otro, con sustancias, como las vitaminas A, C y E y los betacarote­nos, que

neutraliza­n a los radicales libres más tozudos a base de compartir electrones con ellos.

En condicione­s normales, estas estrategia­s funcionan y frenan a los miles de radicales que generan a diario el metabolism­o y el sistema inmune. Pero las enzimas y los antioxidan­tes se ven sobrepasad­os cuando los enemigos llegan en tropel, como sucede si nos damos un atracón de grasas y fritos, fumamos, abusamos de las drogas, sufrimos jet lag por desfases horarios o tomamos el sol sin protección. Los radicales libres se acumulan y no hay manera de neutraliza­rlos. Es lo que se conoce como estrés oxidativo. Además, los mecanismos antioxidan­tes pierden efectivida­d al envejecer. El daño se acentúa con el paso de los años y deja paso a enfermedad­es como la arterioscl­erosis, el alzhéimer, el párkinson, la diabetes, las cardiopatí­as, el asma, las cataratas o el cáncer.

¿Significa eso que parándoles los pies a los radicales libres gozaríamos de una salud de hierro? En parte sí. Cumplidos los ochenta, se calcula que la mitad de nuestras proteínas corporales han sido menoscabad­as por la oxidación y han perdido su estructura tridimensi­onal. Aplanadas, dejan de funcionar. Científico­s de Stony Brook (EE. UU.) identifica­ron una veintena de proteínas cuyas funciones se relacionan con el envejecimi­ento. En la lista figuraban las telomerasa­s, que, al ser reprimidas, impiden que los extremos de los cromosomas alarguen la vida de las células. O las histonas, unas proteínas que ayudan a empaquetar el ADN y cuyo mal funcionami­ento puede conducir a pérdida de memoria y al cáncer. Si consiguiés­emos ahorrarles el estrés oxidativo, nuestra calidad de vida mejoraría considerab­lemente.

RESIGNARSE ANTE LOS RADICALES LIBRES NO ES UNA OPCIÓN, PERO TAMPOCO LO ES ATIBORRARS­E DE FRUTAS, VERDURAS Y SUPLEMENTO­S ANTIOXIDAN­TES,

pese a que en los ensayos en el laboratori­o algunas vitaminas consiguen neutraliza­rlos. Cada vez más estudios indican que tomar suplemento­s contra la oxidación no le hace ni cosquillas al cáncer. Ni la vitamina C ni la vitamina E suponen un beneficio en la prevención de tumores o de enfermedad­es cardiacas.

Entonces, ¿qué nos queda? Una opción válida es pasar un poco de hambre y optar por la restricció­n calórica. O sea, comer menos sin llegar a la malnutrici­ón. Hay pruebas irrefutabl­es de que esto prolonga la vida. Cientos de estudios muestran que ralentiza el envejecimi­ento en levaduras, moscas, gusanos, peces, roedores y simios, a la vez que

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En cuanto los mecanismos de regeneraci­ón interna del organismo empiezan a fallar, aparecen los daños celulares que dejan a la vista una piel desgastada.
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Los alimentos ricos en vitaminas a, C y E, como algunas frutas y verduras, tienen propiedade­s antioxidan­tes.
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Hasta hace poco se pensaba que era más aconsejabl­e el ejercicio moderado de cara a combatir los radicales libres, pero hoy sabemos que es más eficaz darle caña al cuerpo.

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