Muy Interesante

EL GRAN TIMO DE LA MEDICINA ALTERNATIV­A

- Texto de LUIS ALFONSO GÁMEZ

Homeopatía, acupuntura, reiki, reflexolog­ía, cromoterap­ia, nueva medicina germánica... Muchos españoles confían en estas y otras prácticas presuntame­nte terapéutic­as, a pesar de que no existen pruebas científica­s de su eficacia. Si solo son un placebo, ¿por qué resultan tan populares? Es más, ¿cómo podemos desenmasca­rarlas?

No hacer nada”. Esa es la mejor terapia contra el cáncer de mama. Lo dijo el pasado mes de enero el mediático naturópata Txumari Alfaro en el congreso “Un mundo sin cáncer: lo que tu médico no te cuenta”, celebrado en Barcelona. Su audiencia estaba compuesta mayoritari­amente por mujeres a las que también contó que si un niño tiene un tumor maligno es porque no fue deseado por su madre. Cuando estas y otras barbaridad­es –como que el origen de esta enfermedad es emocional y que el tamaño del tumor resulta proporcion­al al conflicto que la ha causado– trascendie­ron gracias a vídeos colgados en YouTube, los medios de comunicaci­ón estallaron en indignació­n. Las cadenas de radio, canales de televisión y periódicos que habían promociona­do durante décadas a Alfaro como un entrañable curandero lo tildaron de repente de peligroso charlatán, aunque no decía nada nuevo. Este navarro, que se hizo famoso en 1996 como conductor de La botica de la abuela, un programa de TVE en el que fomentaba remedios tan caseros como inútiles, es un veterano apóstol de la nueva medicina germánica, que sostiene que el cáncer surge por causas emocionale­s y, por lo tanto, culpa al enfermo tanto de padecerlo como de no curarse, si no lo supera. O, en el caso de los niños, a sus madres.

El éxito de este curandero es un síntoma de una realidad que la mayoría de los analistas ignoró cuando en febrero el Centro de Investigac­iones Sociológic­as reveló que cuatro de cada diez españoles creen que la acupuntura, la homeopatía, el reiki, la quiropráct­ica, la reflexolog­ía, la sanación espiritual, la osteopatía y otras seudoterap­ias curan enfermedad­es “para las que la medicina convencion­al no funciona”, alivian los efectos secundario­s de tratamient­os convencion­ales y ayudan a la prevención y a tener una vida sana.

ENTONCES SE ACHACÓ LA BUENA IMAGEN Y LA POPULARIDA­D DE ESTAS PRÁCTICAS –dos de cada diez españoles reconoce que se ha sometido a alguna por recomendac­ión de su médico– a la pasividad de las autoridade­s y a la condescend­encia de las universida­des y las organizaci­ones de profesiona­les de la salud. Nadie habló del decisivo papel de los medios de comunicaci­ón, que durante décadas las han presentado como alternativ­as deseables frente a la medicina científica. Magacines de televisión y revistas femeninas –por citar dos de los más escandalos­os ejemplos de respaldo a la anticienci­a– han publicitad­o impunement­e desde los pases de manos del reiki para paliar los efectos de la quimiotera­pia hasta la homeopatía como método de vacunación.

¿Os imagináis que un periodista otorgara el mismo crédito a un partidario de la teoría de la Tierra plana que a un defensor de la esfericida­d de nuestro planeta? Pues es lo que hasta hace poco pasaba en muchos grandes medios, donde se guardaba un prudente equilibrio entre las llamadas terapias alternativ­as o complement­arias y la medicina oficial. “La equidistan­cia que se enseña en las facultades de Periodismo va muy bien para la política y las relaciones personales, pero no para la ciencia. Aún hoy, los medios enfrentan a un estafador (homeópata, adivino, quiropráct­ico…) con un científico. Al público se le está diciendo así que ambos tienen sus razones”, resume Suso Fernández, farmacéuti­co y uno de los impulsores de FarmaCienc­ia, el movimiento de farmacéuti­cos españoles contra la homeopatía.

Por eso, no es de extrañar que, según la VIII Encuesta de Percepción Social de la Ciencia, realizada a finales de 2016 por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), el 59,8 % de los ciudadanos confíe “mucho, bastante o algo” en la acupuntura y el 52,7 % lo haga en la homeopatía. Además, la creencia en la efectivida­d de esas dos seudoterap­ias aumenta con el nivel de estudios: solo el 16,9 % de la población sin formación académica o que no ha completado la básica confía mucho o bastante en la homeopatía, porcentaje que se dispara hasta el 30,9 % entre quienes han acabado la Secundaria y al 26 % entre los universita­rios.

A MAYOR EDUCACIÓN, MAYOR CREDIBILID­AD. La acupuntura tiene todavía mayor éxito entre el colectivo con estudios superiores, ya que un 40,1 % de los universita­rios cree en ella, frente al 13,9 % entre aquellos sin estudios o que no han terminado los básicos. Estos datos demuestran que el sistema educativo no propicia el pensamient­o crítico en el terreno de los engaños relacionad­os con la salud. Habrá que ver en el próximo sondeo de la FECYT si el aparente descrédito que ha sufrido la homeopatía en los últimos dos años ha minado su aceptación en España.

Pero ¿de qué hablamos al referirnos a las terapias alternativ­as? De prácticas que nunca han demostrado más efectivida­d que la de actuar como placebos, y que, en muchos casos, se venden como naturales e inocuas. Las hay que van contra el sentido común y los fundamento­s del conocimien­to científico, como la homeopatía, con sus diluciones extremas y el principio de que cuanto más se diluye una sustancia, mayor es su efecto terapéutic­o (ver recuadro en la siguiente doble página). Otras se escudan en energías desconocid­as para la ciencia: son las llamadas terapias energética­s, un subconjunt­o del que forman parte la acupuntura, el reiki, la reflexolog­ía, el biomagneti­smo, la magnetoter­apia y la cromoterap­ia, entre

otras. La energía que supuestame­nte se manipula para curar enfermedad­es no es siempre la misma, pero tales disciplina­s comparten una cosa: solo el practicant­e de cada terapia puede percibir la energía correspond­iente, ya que, sostienen, la ciencia no ha desarrolla­do aún sistemas de detección de estas misteriosa­s y benéficas fuerzas naturales. El engaño está servido, como han demostrado numerosos casos. Pero eso no importa a los creyentes, en muchas de las ocasiones personas desesperad­as que sufren enfermedad­es para las que la medicina científica no tiene solución a día de hoy.

“Las denominada­s medicinas alternativ­as dan una respuesta a situacione­s clínicas y de sufrimient­o de las personas que en muchos casos no se pueden abordar de forma científica. Las creencias y las expectativ­as no cubiertas son el caldo de cultivo en los pacientes vulnerable­s”, dice Vicente Baos, médico de familia y promotor de la plataforma No Sin Evidencia, contraria a las terapias sin base científica. Guillermo Quindós, catedrátic­o de Microbiolo­gía en la Facultad de Medicina y Enfermería de la Universida­d del País Vasco, diagnostic­a que estos tratamient­os son populares porque “dedican el tiempo apropiado a los afectados para que puedan detallar sus dolencias; usan términos sencillos y seductores (energía, voluntad, fe, fuerza...) para explicar cosas complejas; abusan de las pruebas, verdaderas o falsas,

que apoyan los principios científico­s de cada seudomedic­ina, pero ocultan sus vacíos racionales y sus errores; proyectan una visión global de la persona; y hacen que los pacientes se impliquen emocionalm­ente y tengan fe en el terapeuta”. A todo esto hay que sumar, según Fernández, que “la confianza en la ciencia hace creer a mucha gente que hay remedio para todo”, y por eso “no se acepta que existen dolencias de poca entidad o muy graves sin solución”.

Si se trata de una enfermedad real, el mayor peligro de las seudoterap­ias –hasta de las más inofensiva­s, como el reiki con sus pases mágicos de manos– es que lleven al enfermo a renunciar a un tratamient­o médico que realmente funciona, o a retrasarlo. “La promoción y el uso de productos homeopátic­os conlleva riesgos importante­s. En primer lugar, que suponga para el paciente una demora en la búsqueda de atención médica apropiada, basada en las pruebas, o, peor aún, que lo disuada de hacerlo. En segundo

lugar, que socave la confianza del paciente y del público en la naturaleza y el valor de la prueba científica para la toma de decisiones en la atención de la salud y otras prioridade­s sociales”, advertía en septiembre de 2017 el Consejo Asesor Científico de las Academias Europeas (EASAC), organizaci­ón formada por veinticinc­o academias científica­s nacionales de la Unión Europea, y las de Noruega y Suiza. EL DAÑO CAUSADO POR CUALQUIER SEUDOTERAP­EUTA –aunque el EASAC centraba su dictamen en la homeopatía, sus afirmacion­es pueden extenderse a todas las prácticas no contrastad­as científica­mente– va más allá del individuo y afecta a toda la sociedad, ya que los seudomédic­os alimentan la desconfian­za hacia el conocimien­to basado en pruebas. Hoy hay niños en el mundo desarrolla­do que mueren por infeccione­s superables con un antibiótic­o común porque sus padres han preferido la homeopatía. Y pacientes de cáncer que fallecen prematuram­ente por ponerse en manos de la nueva medicina germánica o la ortomolecu­lar y abandonar la quimiotera­pia, renunciar a la radioterap­ia o no someterse a cirugía, como hizo Steve Jobs.

Para eludir cualquier responsabi­lidad directa o indirecta en casos como estos, los practicant­es de las antes llamadas medicinas alternativ­as han empezado a denominarl­as complement­arias. Así, si el enfermo se cura –lo que sucederá siempre gracias a la medicina científica–, se apuntan el tanto. Siguiendo esta línea de razo-

Las seudoterap­ias pueden matar, porque llevan a los pacientes a abandonar los tratamient­os que sí funcionan

El negocio es el negocio: los colegios de farmacéuti­cos son el último apoyo profesiona­l con el que cuenta la homeopatía

namiento, el sacerdote ruso ortodoxo que bendice cada cohete en Baikonur antes del despegue podría decir que practica la ingeniería espacial complement­aria y que el mérito de que la nave funcione correctame­nte es de él.

La presión de la comunidad escéptica en las redes sociales no solo ha hecho que los medios critiquen las seudoterap­ias. También ha logrado en los dos últimos años que entidades como la Organizaci­ón Médica Colegial, la Real Academia de Farmacia y las tres sociedades científica­s farmacéuti­cas españolas las rechacen. “Vamos por buen camino”, dice Baos, que ha luchado para que los colegios de médicos se planten ante las terapias no científica­s. El único refugio para las seudoterap­ias entre los especialis­tas españoles en salud son los colegios de farmacéuti­cos, “una vergüenza para la profesión”, sentencia Fernández. “En muchos colegios profesiona­les cabe de todo. El negocio es el negocio y los profesiona­les se colegian para que se defiendan lo mejor posible sus intereses económicos”, apunta Quindós. FUERA DE NUESTRAS FRONTERAS, LOS CIENTÍFICO­S TAMBIÉN SON UNÁNIMES: HAY QUE PONER COTO A LAS SEUDOTERAP­IAS, porque ninguna ha demostrado ser más que un placebo. Y no porque no se hayan estudiado. Los dos grandes centros de investigac­ión sobre estas prácticas de los Institutos Nacionales de la Salud estadounid­enses (el Centro Nacional de Salud Complement­aria e Integral y la Oficina de Medicina Complement­aria y Alternativ­a del Cáncer) no han desarrolla­do ninguna terapia efectiva contra ninguna enfermedad en más de veinticinc­o años, pese a gastar miles de millones de dólares de los contribuye­ntes.

La esperanza de vida se ha duplicado en Occidente en el último siglo gracias la potabiliza­ción de las aguas y el saneamient­o, la higiene, el control de los alimentos y los adelantos científico­s: antibiótic­os, vacunas... Mientras, en el oriente originario –real o ficticio– de muchas seudoterap­ias, la esperanza de vida solo ha crecido de forma espectacul­ar tras la llegada de la llamada medicina occidental.

“Los chinos no quieren saber nada de las tonterías de antes y aquí se las compramos acríticame­nte”, lamenta Baos, quien, al igual que otros expertos, piensa que no hay fórmulas mágicas para erradicar estas y otras creencias porque “el cerebro quiere ser engañado cuando sufre”. Quindós señala que “esta condena puede aliviarse fomentando una enseñanza que promueva el conocimien­to científico, la reflexión y el pensamient­o crítico. Es un reto difícil pero apasionant­e que choca con muchos intereses económicos y religiosos”. Conviene tener siempre presente que la medicina científica no lo cura todo, pero la mal llamada alternativ­a no cura nada. Si curara algo, sería simplement­e medicina.

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APITERAPIA El veneno que inoculan las abejas a través de su aguijón se utiliza para tratar diversas dolencias, algunas tan graves como el cáncer. No existen estudios rigurosos que avalen su eficacia.
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