Asesinos silenciosos
La palabra virus proviene del término que en latín se usaba para decir veneno. Y con razón. Los virus están entre los agentes más despiadados y que más muertes han causado en la historia de la humanidad. La viruela y la gripe han aniquilado a cientos de millones de personas y han hecho desaparecer civilizaciones enteras. Hoy en día, el virus del sida, el de la hepatitis B y los rotavirus matan a millones cada año. Minuto a minuto, los virus –se conocen 263 variedades capaces de infectar a los humanos– siguen causando enfermedades y sufrimientos terribles por todo el mundo.
Uno de los motivos por los que resultan unos asesinos tan eficaces es que los virus son los parásitos perfectos: minúsculos agentes infecciosos compuestos por lo mínimo indispensable para multiplicarse dentro de las células de otros organismos. Como no se valen por sí mismos, no se los considera seres vivos de pleno derecho. Normalmente solo están constituidos por una simple cápsula de proteínas –la cápside– y una mínima cantidad de información genética (en forma de ADN o de ARN). Eso les basta para reconocer a sus víctimas e inyectarles su material genético con el fin de lograr que estas fabriquen más virus, a veces a costa de la vida de las células atacadas.
Algunos virus son auténticos especialistas en adaptarse y evolucionar muy rápido. Pueden cambiar de estación a estación –como la gripe– o incluso en cuestión de minutos y dentro de un mismo tejido infectado, y generar a veces lo que se conoce como cuasiespecies. Ningún otro organismo de la naturaleza es capaz de competir con su capacidad de mutación y su velocidad de multiplicación.