TODO CONECTADO A TODO
Estamos enganchados a internet las veinticuatro horas del día, y dos toques en la pantalla del móvil bastan para comunicarnos con cualquier persona del planeta. Hemos conseguido condensar la informática más avanzada en un pequeño dispositivo que cabe en cualquier bolsillo. Y ahora, ¿qué? Ha llegado la hora de que sean los objetos cotidianos los que estén conectados a la Red de manera permanente para ocuparse de todo tipo de tareas, desde realizar la gestión doméstica más sencilla hasta coordinar complejos procesos industriales. Objetos inteligentes capaces de anticiparse a nuestras necesidades y actuar sin consultarnos. Suena bien, pero plantea también nuevas dudas sobre los límites de la privacidad y la seguridad. El internet de las cosas ya está aquí, pero... ¿nos encontramos preparados para él?
En el año 2020 habrá más de 26.000 millones de dispositivos conectados a internet. Pero no, no es que los humanos vayamos de repente a usar cinco teléfonos móviles y dos ordenadores cada uno. La mayoría de esos dispositivos serán objetos cotidianos que en los próximos años se volverán inteligentes. Aprenderán a hablar entre sí sin nuestra ayuda, y gracias a ello serán capaces de hacernos la vida mucho más fácil.
Esa es, al menos, la gran visión de las empresas de tecnología y telecomunicaciones para la próxima década. Armadas con mejores redes inalámbricas, procesadores cada vez más pequeños y baratos y nuevos algoritmos de inteligencia artificial, empiezan a dibujar un futuro en el que tendremos que estar menos tiempo pendientes de la pantalla o el ratón. Los asistentes virtuales hablarán con nosotros para solucionar tareas cotidianas; nuestras lavadoras y frigoríficos sabrán cuándo tienen que ponerse a trabajar o cuándo ha llegado la hora de pedir al supermercado más leche; las luces de casa y la temperatura se regularán de forma automática; y el coche nos transportará al trabajo sin que tengamos que prestar atención a la carretera.
Llevada al extremo, esa visión se rige por una máxima que la empresa Cisco ha bautizado como la primera ley del denominado internet de las cosas: todo lo que puede conectarse, acabará estando conectado. “Mi opinión es que, en una década, la mayoría de productos vendidos tendrán algo de inteligente. Las barreras que ahora hay en la adquisición y fabricación de este tipo de productos van a desaparecer”, asegura Fred Potter, presidente de la compañía Netatmo, que fabrica termostatos inteligentes y otros productos conectados para el hogar. LOS PRIMEROS ANTICIPOS DE ESE FUTURO HAN LLEGADO YA EN FORMA DE ELECTRóNICA VESTIBLE, dispositivos de domótica y altavoces inteligentes, un mercado que está creciendo con fuerza, sobre todo en Estados Unidos. Dentro de dos años, más de la mitad de los hogares de ese país contará al menos con un altavoz inteligente. Uno de cada cinco adultos los ha probado ya.
Su principal función es actuar como manifestación física de un asistente virtual, pero con la ventaja de ofrecer más posibilidades de interacción que el móvil gracias a habilidades que pueden instalarse, como apps en un teléfono.
Estos altavoces, que nacieron casi como un experimento de la compañía Amazon para extender su presencia en los hogares, están empezando a cambiar las dinámicas familiares. Ahora es Alexa, el asistente virtual de la compañía, la persona a la que los niños piden que cuente cuentos por la noche, por ejemplo, o quien los ayuda con los deberes. El gigante del
comercio electrónico se ha dado cuenta de que, cada vez con más frecuencia, se instalan varias unidades en distintas habitaciones de la casa, así que ha creado también un modo interfono para, por ejemplo, llamar a toda la familia a comer. Hasta tal punto está integrándose esa tecnología en el día a día de las familias con niños que Google, compañía que cuenta con su propia alternativa al altavoz de Amazon, ha empezado a tomarse en serio el tipo de respuestas que su asistente da a los más pequeños. Muchos padres se han quejado de que las órdenes directas favorecen la mala educación de los menores, así que a partir de ahora los dispositivos Google Home –así se llaman sus altavoces– darán refuerzo positivo a quienes pidan las cosas por favor. TENER UN ALTAVOZ INTELIGENTE EN CASA ES UN PRIMER PASO. ¿El siguiente? Que este tipo de altavoces sean capaces de actuar de forma proactiva al recibir datos de las decenas de sensores que ya tienen al alcance y que crecerán en los próximos años.
Hoy, altavoces como Google Home y Amazon Echo pueden traducir las órdenes verbales del usuario en comandos para que, por ejemplo, el termostato ajuste la temperatura de la habitación o se apaguen las luces de toda la casa por la noche, pero en el futuro se relacionarán aún más con el resto de productos conectados del hogar. ¿No queda leche en la nevera? El altavoz la añadirá automáticamente al carrito de la compra. ¿Mucho tráfico en la carretera? Pedirá un Uber unos minutos antes de lo previsto para compensar.
Serán capaces incluso de llamar a un restaurante o a un comercio y hablar con los responsables para solicitar una cita. Google demostró esta evolución en la conferencia de desarrolladores Google IO, celebrada en California a principios de mayo. Su Assistant –la inteligencia virtual que vive dentro de los altavoces Home– telefoneó a una peluquería y mantuvo una conversación hasta que consiguió acordar una hora adecuada para el usuario. La persona al otro lado de la línea nunca supo que hablaba con una máquina.
Todo este conjunto de técnicas y habilidades, apoyadas en sofisticados algoritmos de inteligencia artificial, es lo que los expertos ya denominan computación ambiental. Para las generaciones que crecerán en la próxima década, pedir las cosas en voz alta o esperar que los dispositivos se anticipen a las necesidades será tan lógico e intuitivo como para los jóvenes de hoy ampliar o reducir una imagen pellizcando con los dedos sobre la pantalla. EL HOGAR ES EL AMBIENTE IDóNEO PARA DAR LOS PRIMEROS PASOS HACIA ESTE FUTURO, pero no es el único dominio en el que los objetos conectados están empezando a dejar huella. En los últimos años, la electrónica vestible o wearable también ha crecido mucho, en especial los accesorios orientados al deporte y la salud. En 2017, según la consultora Gartner, se vendieron más de 310 millones de dispositivos wearables, entre ellos 44 millones de pulseras capaces de medir la actividad física, un 40 % más que en 2016. La fiebre del running y el ciclismo y un mayor interés por la vida sana ha jugado a favor de estos productos.
Actualmente solo ofrecen la ventaja de poder llevar un control exhaustivo de la evolución del rendimiento físico y ayudan a crear comunidad con carreras y competiciones virtuales en las que se puede participar de forma asíncrona, pero ya empiezan
La salud y el deporte son negocio: en 2017 compramos 310 millones de prendas y complementos inteligentes
a incorporar servicios inteligentes y autónomos, gracias a sus sensores, que pronto darán paso a aplicaciones más ambiciosas.
El Apple Watch, el reloj inteligente de Apple, es un ejemplo claro de esta tendencia. En sus últimas versiones es capaz de alertar al usuario si detecta una arritmia o si su pulso ha subido de forma inesperada mientras estaba sentado y sin hacer ejercicio.
En el sector de la salud este tipo de información podría suponer un enorme ahorro de costes y tiempo. Conforme más sensores se vayan integrando en la ropa o los accesorios, más información tendrán los médicos para hacer un diagnóstico. Los datos proporcionados por estos sensores salvarán vidas, al alertar a los servicios de emergencia si se produce un accidente, si las constantes vitales no son correctas o si el usuario se encuentra en apuros. POR SUPUESTO, NO TODO EN ESTE FUTURO ES DE COLOR DE ROSA, ya que la popularización de estos productos plantea nuevas cuestiones en el eterno debate sobre tecnología, privacidad y seguridad. Todo lo que está conectado es susceptible de ser hackeado, y los objetos inteligentes no son una excepción. “Hay un peligro real de que la tecnología esté avanzando más rápido de lo que sería aconsejable”, afirma un reciente informe de Samsung sobre el futuro del internet de las cosas, que apunta a que en los próximos dos años más de 7.300 millones de dispositivos tendrán que actualizarse para garantizar la seguridad de los usuarios.
No va a ser una tarea sencilla. Estamos acostumbrados a objetos tontos que solo requieren tareas de mantenimiento en contadas ocasiones. Instalar una cámara de videovigilancia, una nevera conectada o un termostato inteligentes obliga a pensar en ellos como un ordenador más que debe estar al día, con los últimos parches de seguridad instalados, para evitar disgustos.
Los propios fabricantes lo ponen difícil en ocasiones. Muchos de estos dispositivos carecen de pantallas o de una interfaz cómoda de usar en la que seleccionar una actualización y ver el progreso. En el mejor de los casos, dependen del móvil para su puesta a punto; o de incómodas conexiones por cable con un ordenador, en el peor.
El precio a pagar si no se toman las precauciones debidas es alto. En 2015, el fabricante de juguetes electrónicos VTech tuvo que re-
conocer un ataque informático a sus servidores que se saldó con el robo de la información de 6,3 millones de cuentas. Entre la información robada figuraban fotos de niños tomadas por juguetes inteligentes equipados con cámaras y otros sensores.
A veces, la culpa también es nuestra. Muchos compradores de productos de domótica no siguen los consejos de seguridad básicos a la hora de instalarlos en sus hogares. Es corriente, por ejemplo, que mantengan la contraseña de administración que viene de fábrica. Esto permite a un atacante acceder con facilidad a los vídeos que graba una cámara de seguridad IP o a la señal de audio de un monitor de bebé conectado.
En casos extremos, es posible utilizar un objeto de apariencia inofensiva, como un termostato inteligente, para acceder a otros productos de electrónica y ordenadores que estén conectados en la misma casa. Es lo que consiguió hacer en 2015 la empresa de seguridad TrapX, al instalar en un termostato de la empresa Nest un nuevo sistema operativo capaz de espiar el tráfico de la red wifi de un hogar. LA FALTA DE ESTÁNDARES COMUNES PARA EL SECTOR JUEGA EN CONTRA DE LA TECNOLOGÍA, y por eso las grandes empresas del sector, como Apple y Google, han creado plataformas y sistemas operativos pensados para gestionar mejor este tipo de vulnerabilidades. El problema es que para muchos fabricantes el negocio de los dispositivos conectados es aún pequeño, y destinan pocos recursos a mantener actualizados sus productos.
No obstante, y pesar de estos nuevos retos, es muy probable que esa visión de un futuro hiperconectado plagado de objetos inteligentes se haga realidad muy pronto. El precio de los módulos de comunicaciones, paquetes de sensores y procesadores está reduciéndose tanto que la utilidad de tener un producto inteligente y su bajo coste compensarán los quebraderos de cabeza que acompañan a cualquier nueva tecnología.
Cuando por fin sean cotidianos, los objetos conectados a internet alterarán tanto nuestra forma de vida como lo hizo la llegada de los ordenadores o los móviles en décadas pasadas. Hans Vestberg, CEO de la operadora Verizon, lo resume perfectamente en dos frases: “Si una persona se conecta a la Red, le cambia la vida. Si todas las cosas y objetos se conectan a la Red, es el mundo el que cambia”.
En los dos próximos años, 7.300 millones de dispositivos tendrán que actualizarse para garantizar la seguridad de los usuarios