Batalla de Cannae
2 de agosto de 216 a. C.
En 216 a. C., la República de Roma se vio envuelta en la segunda de las tres devastadoras guerras contra la ciudad-estado de Cartago, en el norte de África. Lo que había comenzado medio siglo antes como una disputa territorial, acabó convirtiéndose en un duelo por la supremacía en el Mediterráneo. Roma había ganado la primera guerra púnica, pero, al inicio del segundo conflicto, el general cartaginés Anibal, en un audaz golpe de mano, invadió la península italiana a través de los Alpes con su ejército mercenario de libios, númidas, españoles y celtas, que arrasaba allá por donde pasaba. En solo dos batallas –río Trebia y lago Trasimeno–, causó 50.000 bajas. Entonces Roma decidió evitar las luchas campales e intentar cortar las líneas de suministro de Aníbal. Pero el orgullo romano no permitió mantener esta estrategia durante mucho tiempo y en 216 a. C. los cónsules Varrón y Paulo se lanzaron con ocho legiones a aplastar al ejército de Aníbal.
En agosto, después de que Aníbal se hiciera con el control de unos depósitos de suministros cerca de Cannae, en la región sureña de Apulia, Varrón y Paulo lo esperaron a lo largo del río Ofanto. Aníbal tenía 40.000 hombres de infantería y 10.000 de caballería; Roma contaba con 80.000 infantes y 6.000 a caballo.
Varrón y Paulo colocaron a su caballería en los flancos ya la infantería pesada en el centro. En cambio, Aníbal usó una táctica de tenaza y desplegó sus mejores tropas en los flancos. Los galos e hispanos alistados con Cartago recibieron el ataque romano. El centro del ejército cartaginés se iba retirando, dando la impresión a los romanos de que iban ganando la batalla. Pero ese era el plan de Aníbal: atraer al enemigo a un espacio entre las tropas libias que aún no se habían comprometido en batalla. Entonces dio la señal y los libios atacaron los flancos de los legionarios. La tenaza había funcionado.
La retaguardia romana, al verse atacada, empujaba a la vanguardia que no podía detenerse. Luego la caballería cartaginesa cerró el cerco y rodeó al ejército romano. Los legionarios se vieron abocados a una lucha sin cuartel hasta la debacle final.